XIII.
Pedro apuró las últimas caladas del porro y bebió whisky de la petaca que Ingrid se había traído consigo. Comenzaba a sentirse, de nuevo, un poco mareado. No quería hacer nada, tan sólo dejarse perder en el agujero negro de su interior, y escuchar lo que la chica morena que había conocido hacía unas horas le tenía que decir. Ni siquiera pensaba en sus padres, ni en lo que pudiera ocurrir cuando llegase el momento de marcharse para casa. Sentía, cada vez con más convicción, lo futil que había sido su vida hasta ese momento, no ya por haber probado las drogas, o haberse estrenado, aunque sin éxito, en el terreno sexual. No, lo único que sentía era que hasta ese día había vivido como un caracol, un puto caracol que vive con suma lentitud, y que siempre opta por el camino más fácil, el que contenga menos obstáculos. Ahora estaba decidido a buscar rincones, recovecos de vida nueva que pudieran aportarle sensaciones distintas cada día. Punto final a las aburridas partidas de ajedrez, a las horas malgastadas como ratón de biblioteca rodeado por insulsas novelas históricas y tomos de las más variopintas enciclopedias. Como primer paso a tomar, debería buscarse algún amigo. Sentada a su lado podía estar su primera oportunidad, su nueva amiga , o puede que su primer amor, opción que dependía exclusivamente de ella, ya que él estaba dispuesto a todo, listo para la batalla.
– Cuéntame algo, el silencio me agobia, y llevamos ya un buen rato callados. No sé… qué estudias, si sales con alguna chica… Lo que se te ocurra.
– Pues no se me ocurre nada. Mi vida podría contártela en un par de minutos como máximo, pero prefiero no hacerlo porque entonces pensarías que soy un gilipollas, que lo soy, seguramente… Y tú eres mi primera chica; nunca me había fijado en ninguna… Bueno, María José era mi amiga, y yo debía gustarle y todo eso, pero hace tres años aún no había yo desprecintado mi cerebro… Ni hace dos años, ni hace dos días, hace tan sólo … (Pedro interrumpe su diatriba para mirar la hora en su reloj, y ve que es la una menos cuarto de la madrugada) … unas dos horas, más o menos.
– ¡Joder, qué fuerte! Así que tú eres el típico niño bueno, aplicado en clase y sin ninguna falta de disciplina en su vida. ¡Bah! No creo que sea culpa tuya, aún no te habría llegado el momento de espabilar.
– Nunca es tarde para rectificar. No sé, hay un mundo fuera de las cuatro cosas que yo hago: voy a misa los domingos con mi madre, como un autómata; estudio para sacar buenas notas… pero eso no me sirve, ahora lo veo claro. Nunca me había parado a analizar el porqué de las cosas. Tengo todo ante mis ojos y yo siempre paso de largo…
– Creo que no soy muy buena dando consejos, pero puedo decirte que yo llevo casi tres años viviendo un poco al límite. Dentro de poco cumpliré dieciocho, y no creo que sienta nada especial llegado ese momento. Seré mayor de edad, legalmente hablando, pero me da la impresión de que he madurado antes de tiempo…Tú estás en el momento ideal, procura no pasarte con lo que decidas hacer, controla todos tus actos, todos tus vicios, si es que los vas a tener, claro, y, sobre todo, no te dejes dominar por ellos.
– ¿Qué quieres decir?
– Mira, llevo tres años metiéndome de todo, pero sé cuándo hacerlo y cuándo no. No sé si me entiendes.
– La verdad es que no, no entiendo lo que tratas de decirme.
– A ver… El que yo fume porros no quiere decir que lo tenga que hacer todos los días, ni desde que me levanto hasta que me voy a dormir. Puedo pasarme un mes de vida sana, yendo al monte, a correr en bici… Joder, eso, que si vas a lanzarte al vacío, debes llevar un buen paracaídas mental.
– Vale, lo tendré en cuenta.
Pedro se sentía inferior, a lo que también contribuía el hecho físico de estar sentado en el suelo mientras Ingrid permanecía casi tumbada decubito supino unos escalones más arriba. Notaba toda la fuerza que emanaba de su interior, de cada palabra que ella pronunciaba con ese tono de voz tan envolvente, tan agradable y tan seguro al mismo tiempo. No estaba a su altura, no debía hacerse demasiadas ilusiones. Habían follado, y ella no le estaba dando la menor importancia a ese hecho, lo que le hacía presuponer que ella estaría más que acostumbrada a manejar a los chicos a su antojo; y con él no tenía ni para empezar. Se consideraba a sí mismo como un oponente demasiado fácil, una buena presa, un antílope tullido ante una leona hambrienta.
– ¡Ingrid?
– ¿Qué?
– Sobre lo de antes… Bueno, ya te dije que era la primera vez, en todos los aspectos, vamos.
– ¡Bah! No te preocupes, tío. Sencillamente me apeteció y punto. No vayas a creer que me gustas, o que me estoy enamorando de ti. Me caes bien. Eres un tío raro, de los que quedan pocos. La verdad es que, bien mirado, se puede decir que eres hasta guapo, pero te sacas muy poco partido: ese pelo, esa pinta tan de señor mayor.
Ingrid acarició el pelo de Pedro, luego se incorporó, flexionó su tronco y le dio un beso fugaz, de una décima de segundo, en los labios. Con ese gesto cariñoso, Pedro comprendió que no tenía ninguna opción para enamorar a aquella chica. A él sí que le gustaba Ingrid, se había colado por una chica por vez primera, pero, en un corto intervalo de tiempo, ya comenzaba a notar en sus vísceras los sinsabores de su recién estrenado desengaño amoroso; sensación que hizo aumentar los efectos secundarios del costo fumado y del whisky bebido. La Tierra comenzó a rotar mucho más aprisa. Notó como su estómago empujaba con fuerza hacia arriba e intentaba expulsar de su interior lo poco que aún contenía. Dos arcadas, y se tuvo que poner de pie e irse corriendo a una esquina para vomitar por segunda y última vez. En esta ocasión, Ingrid sí que se ocupó de él. No todo estaba perdido, al menos podrían ser amigos.