VEN – EPÍLOGO

Pedro, que vivió en Londres siete años, que trabajó allí como profesor de español y francés en un instituto de los considerados duros, en una zona rebosante de refugiados e inmigrantes de todos los lugares imaginables del mundo conocido, es ahora un comprometido profesor de inglés en un instituto del oriente asturiano, vive en pareja y tiene dos hijos; rebosa de inquietudes y siempre quiere aprender más y más. Se puede decir que es una persona feliz.

El día que cumplió 32 años, a su casa de Crystal Palace llegó un mensajero de FedEx con un paquete muy bien envuelto. Sorprendido, lo abrió con calma, con tiento. Dentro se encontró un single, de los de vinilo, “Vem” del grupo portugués Madredeus. “Joder, qué raro”, pensó mientras buscaba inútilmente cualquier atisbo de remitente, pero allí sólo estaba escrito en letras muy grandes “Vem”, y en la parte de abajo, en letra muy pequeña, “te pertenezco hasta el fin del mar, soy como tú, de la misma luz, del mismo amor” “Es raro de cojones, en 1994 sólo sacaban singles en versión CD… creo”. Conocía a Madredeus, pero nunca antes había sucumbido a la mágica y envolvente voz de Teresa Salgueiro. En su viejo tocadiscos Philips puso el single sin antes acordarse de cambiar de 33 a 45 revoluciones por minuto. Vuelta a empezar. Aguja de nuevo al principio.

Vem, além de toda a solidão
perdi a luz do teu viver
perdi o horizonte

Está bem
Prossegue lá até quereres
Mas vem depois iluminar
Um coração que sofre

Pertenço-te
Até ao fim do mar
Sou como tu
Da mesma luz
Do mesmo amar

Por isso vem
Porque te quero
Consolar
Se não está bem
Deixa-te andar a navegar

No tiene ni la más remota de las ideas, pero cada cinco de octubre se acuerda de buscar este single, de escucharlo, de llorar sin sentido a moco tendido cantando con Teresa cada sílaba, cada sonido de la canción. Vem, Vem… Ven, ven, ven…

– Pero, Pedro, ¿qué te pasa? Es muy raro, amor, cada año con este cuento… Yo no entiendo nada.

– No lo sé, vida, no tengo ni puta idea… Es algo raro que me llama y me obliga a escuchar esta canción, a cantarla una y mil veces, a sufrir con ella… Pero, tranquila, no pasa nada, sabes que mañana ya volveré a estar bien, que volveré a tener mil cosas en la cabeza…

LA VISTA ATRÁS – II

II.

Fue un duro invierno aquel de 1942. Nevó copiosamente durante cuatro días, que incluyeron fastidiosos los dos del velatorio y también el del sepelio. El muñeco de nieve asistió impávido, sonriendo desde su puesto de vigilancia en la calle, a pocos metros de la puerta de la casa del “paparrán”, y ya sin nariz, a las exequias por aquel desgraciado al que habían pillado más que infraganti los picoletos en la estación de ferrocarril de Burgos. El “paparrán”, muerto bajo el peso implacable del yugo del miedo y las flechas – tornadas balas – de la justicia (no del todo justa cuando su aliento nos cae cerca) de los hombres.

– Yo tenía tan sólo cuatro años. Eché mucho de menos al padre y, es curioso, ahora sólo soy capaz de recordar aquel muñeco de nieve.

– Eu tamén. Ficímoslo xuntos… … Pero a madre portóse muy bien. Sacónos adelante sin ningún poblema.

– Es buena verdad esa, Antonio.

– Tú pasástelo mal n’aquel tiempo, hermao. Unos días tabas alegre, e outros nun se te podía nin falar. Nun querías xugar con nos.

– Algunos días no estaba para recibir ni consejo. Tienes toda la razón… Creo que incluso llegué a asustar a nuestros amigos en más de una ocasión.

– Sí, ho. Me recuerdo de Carlos o “carretón”, o que se foi pa la Argentina. Teníate miedo. Y eso que de aquela él xa era un mozo.

– Era mi mejor amigo en la escuela. Me enseñó a leer, las cuentas…

– Un día marchou berrando desta casa. Asustástelo de veras.

– Puede que por eso se largase del pueblo cuatro años más tarde, porque no me soportaba delante. El cura, Don Aquilino, llegó a pensar incluso en el exorcismo.

– Veña, ho. Deixate de caralladas, hermao.

Los “paparranes” eran vecinos, casa con casa, de los “carretones”, aunque de estos últimos ya no quedase con vida la única heredera y portadora de tal apodo, Dolores, Lola la “carretona”. Eutiquio, el viudo de la “carretona”, no era descendiente de “carretones” sino de “furraxos”. Pero, por suerte para los hijos, Carlos y su hermana pequeña (hermanastra, para ser justos, ya que sólo compartían madre) Angustias sí que habían conseguido ligar el concepto de “carretón” a sus respectivas personas, y sin el más mínimo esfuerzo por su parte. No querían ser “furraxos”; no querían conexión alguna – sobre todo Carlos, que además ni siquiera era hijo natural de Eutiquio; ni siquiera sabía a quién debía algunos de sus rasgos físicos… No llegaría nunca a saber quién había sido su padre biológico – con tan despectivo mote. Puede que fuese por respeto hacia Dolores, hacia su memoria. Lola la “carretona” se había convertido en una especie de mito retórico entre una parte muy importante de las gentes del pueblo de Cacabelos desde su violenta muerte, acaecida durante la revolución del ’34 en Asturias.

… ENCADENADA

LXI.

– Nunca me has contado por qué te hiciste esos tatuajes, ni qué significan para ti ‘rage’ y ‘revenge’.

– Ira y venganza, significan ira y venganza.

– Joder, que eso ya lo sé, que estudio Inglés. Me refiero a las razones que te han impulsado a tatuarte en el culo esas dos palabras, y ¿por qué en inglés?

– Mira que eres varas, tío. Me has hecho esa misma pregunta en todas y cada una de tus cartas y, como ya sabrás si has leído detenidamente mis misivas, nunca te la he contestado. No quiero, no tengo porque contestar.

– Vale, vale, tía… no hace falta que te pongas así. Sólo es por pura curiosidad… por conocerte un poco mejor… Si alguna vez yo me hago un tatuaje, lo haré porque para mí aquello tendrá un significado especial. Sólo quería saber eso, lo que significan personalmente para ti.

– Me los hicieron el cinco de octubre de 1984 en Benidorm. Estaba allí de vacaciones con mis padres… y me los hice por razones personales, muy personales. Lo del inglés es porque el tatuador era australiano, y tampoco quería que, si alguna vez me los veían mis padres, pudiesen entender su significado. Lo siento, pero no te puedo explicar más… puede que algún día lo entiendas.

– Joder. A veces me da la impresión de que no te acabo de conocer del todo. Siempre estás a la defensiva conmigo.

– Ya ves… Hay tantas historias que contar, tantas, tal exceso de vidas eventos milagros lugares rumores, todos combinados… tal densa condensación de lo que nunca será y de lo mundano…

– ¡La hostia! Vaya un rollo más raro que me estás metiendo, tía. Yo sólo quiero saber quién eres, joder, y tú me sales por peteneras.

– ¿Que quién soy yo, tú quieres saber quién soy yo en realidad…? Pues yo he sido una devoradora de vidas; y para conocerme, para saber quién soy yo, tendrás que tragarte todo el conjunto también.

– No sé ni para qué pregunto…

Y la chica monta en el autocar que la llevará desde Oviedo hasta su destino final. Sabe que ha pasado un buen fin de semana en compañía de su amigo Pedro; también sabe que nunca más lo volverá a ver… porque sabe muy bien cuál es su futuro, y éste estará lejos de la estela de aquel muchacho cariñoso y cabezota que ahora la despide entre grandes aspavientos, entre gestos que parecen de desproporcionado amor. Lo que ella no puede saber es que, aunque aquel chico sí que la quiere, tanta efusividad se debe también al hecho de que por fin podrá estudiar tranquilamente para su examen de Crítica Literaria… aunque al llegar a casa no podrá estudiar, tampoco podrá dormir. “Joder, yo siempre he pensado que esos tatuajes se los habría hecho después de la violación… Es lo lógico. Y ahora va y me dice que se los hizo el cinco de octubre del ’84… Yo alucino. ¿Por qué cojones se habría tatuado esas dos palabras antes de que la violaran…? No tiene sentido… ¡Pues anda que todo ese rollo que me metió al final sobre ‘la devoradora de vidas’ y todo eso…! Mira que es rara esta tía.”

Media vuelta en dirección a casa; no sabe ni por qué, pero sus pasos van acompañados del tarareo inconsciente de una canción de Big Country, Just a Shadow (Tan sólo una Sombra):

It’s just a shadow of the woman you should be
Like a garden in the forest that the world will never see
You have no thought of answers only questions to be filled
And it feels like hell

(Es tan sólo una sombra de la mujer que deberías ser / como un jardín en medio del bosque que el mundo nunca verá / No piensas en respuestas, sólo en preguntas que formular/ Y te sientes como en el infierno.)

… DE LA VIDA LX…

LX.

Escena final: Pedro e Ingrid en una sidrería de Oviedo; es un domingo de resaca, como casi todos; ambos protagonistas discuten en perfecta simbiosis.

– No te cortes, venga, venga, más… sigue. Si quieres pido una libreta en la barra y me apuntas en ella todos tus conocimientos sobre el séptimo arte… y eso de no-sé-qué de “jot”… pero tú, ¿de qué vas? No eres más que un pedante… patético…

– Desisto. Eres imposible, sabes bien cómo joderme… pero es que vas siempre atacando con lo evidente… no hay manera…

– ¡Hala! No te desesperes… Es que me jode un montón que te las des de listo conmigo; eso mejor lo dejas para los impresentables de tus amigotes.

– ¡Nah!… No insistas; paso de seguir con esta discusión.

– Sí, anda… vámonos a casa, que tengo que tomar una pastilla para el dolor de tarro.

– ¿Pero no te ha pasado todavía?

– Pues ya ves, no… y contigo menos, pesao, que no haces más que aumentármelo.

– Si quieres, yo tengo en mi botiquín aspirinas, gelocatil… ¿o prefieres una de las que tú te has traído…? ¿Cómo puedes estar tomando el puto ‘Prozac’ de los cojones?

– … Ya ves, me las recetó mi médico…

– Tú sabrás… No son más que putas anfetas. Crean adicción… lo sabes.

– Joder con el moralista; cómo si tú no tomaras nunca nada… Lo de ayer noche qué eran, ¿pastillas para la tos?

– ¡Anda la hostia…! El que nos tomemos algún ‘equis’ de vez en cuando no significa que seamos unos yonkis, unos adictos. Tú me aconsejaste sobre todo esto cuando te conocí; ¿ lo recuerdas?

– Claro que lo recuerdo, gilipollas. Pero, ¿recuerdas tú cómo eras cuando te conocí?

– Hombre, aún tengo buena memoria. Era un ser tremendamente gris, en un estado de ensimismamiento continuo… un gilipollas, en definitiva, para qué andar con rodeos.

– Tampoco sería para tanto… Tú eres bueno, eres buena persona; en eso sí que no has cambiado.

– Pero sí que ha cambiado mi actitud ante la vida, que es lo más importante… creo yo.

– Sois dos, el Pedro que ya es historia, Pedro uno, y Pedro dos desde los dieciséis hasta ahora… y que dure, ¿no?

– Sí, que dure. Sabes, eso de los dos Pedros me recuerda una historia que me contó hace un año y pico mi tío Carlos. Resulta que, cuando él era un chaval, se le apareció el fantasma de su madre, de mi abuela Dolores, la de la foto de mi habitación… al menos eso dice él.

– ¿Y tú te lo crees?

– Hombre… no, no del todo… No, no me creo ni una palabra. Además mi tío asegura que mantuvieron hasta una conversación y todo. Dice que ella le explicó una teoría sobre la existencia del ser a través del tiempo… No lo puedo recordar con exactitud, aunque sí que me habló sobre un rollo de cuatro fases en el devenir del ser humano: la primera, la vida en la Tierra; la segunda, como espíritu…

– ¡No me digas! – y en ese instante Ingrid se echa a reír a carcajada limpia, sin poder siquiera contener las lágrimas. Desde el hilo musical de la sidrería se puede escuchar a Alison Moyet cantando «I don’t know what’s going on, it scares me, but it won’t be long…» (No sé que está pasando, me da miedo, pero no durará demasiado…)

–  Joder, pues yo no le veo la gracia…

… DE LA VIDA LVIII…

LVIII.

La cámara hace un travelling a lo largo de un pasillo que dobla – después de recorridos unos seis metros – a la derecha hasta llegar a una puerta de madera de pino barnizada en tonos caoba, que se abre para permitir nuestro paso al interior de una amplia habitación. Lo primero que vemos al entrar es un sillón de terciopelo azul; detrás, como a un metro de distancia más o menos, un armario empotrado; giramos la cámara a la derecha, y entra en cuadro el resto de la estancia: una cama ubicada justo en el medio y al fondo una ventana, bajo la cual tenemos una mesa a la que está sentado Pedro; nos acercamos a él y dejamos un plano medio fijo.

¡Hola! Aquí estoy de nuevo, esperando a que lleguen Fernando y su novio, Rafa. Se conocieron hace un año y medio en una de las multitudinarias fiestas que organizamos en mi piso. Rafa era compañero de clase de Iñigo; habían estudiado juntos para algún que otro examen, y en una de esas Iñigo decidió invitarlo a ‘La Fiesta’, como la denominaría posteriormente Fernando. La verdad es que Iñigo quedó un poco chafado, (no sabía que Rafa era homosexual), pero con el paso del tiempo ha terminado por entenderlo, olvidándose de su vena un pelín homófoba.

Vamos al cine los tres, a ver – por fin hay una sala en la que sólo ponen películas en versión original con subtítulos – ‘Amateur’ de Hal Hartley. Como de costumbre, éstos empiezan a retrasarse…

Ya hace tres años y siete meses que murió mi amigo Javi. Juan y Gloria, sus padres, regresaron a Madrid, quizá por no poder soportar por más tiempo la asociación de esta ciudad con la muerte de su vástago. Gloria, muchas noches, sobre todo aquellas en las que yo me encontraba estudiando frente a mi ventana, solía ir hasta la habitación de Javi; una vez allí encendía la luz, luego subía la persiana para que así yo pudiese verla mientras se desnudaba lentamente y sin dejar de mirarme fijamente a los ojos. Alguna vez llegó incluso a masturbarse, bien frotando su clítoris con un dedo, o bien introduciendo uno, dos y, en ocasiones, hasta tres dedos en el interior de su vagina. Todo ese ritual me desconcentraba por completo. No sé, el ver la habitación de Javi tal y como estaba cuando él vivía, incluso con los mismos pósters y carteles de entonces, y a Gloria dejándose llevar por sus más escondidos deseos, me producían una angustia tal que yo, aunque no quería seguir aquel juego, llegué incluso, como espoleado por un efecto dominó de tipo onanista, a hacerme, en más de una ocasión, una paja asomado a mi ventana. De esa manera saciaba mi inmediata excitación y también le devolvía a Gloria lo que ella me estaba ofreciendo. Menos mal que se han ido para Madrid; a ver si así puede mi conciencia descansar un poco. Sin embargo Andrea, la hermana de Javi, sí que se ha quedado aquí, en Oviedo, aunque ya no como vecina mía, lo cual es una auténtica pena porque me cae muy bien… yo creo que incluso nos gustamos y todo – por lo menos, a mí si que me gusta ella. Una noche de marcha estuve a punto de entrarle, pero al final me corté, me frenó en seco el hecho de que fuese la hermana de Javi. Ya veis, rollo chungo con la madre, y no me atrevo a decirle a la hermana que me gusta. Quién sabe… nunca es descartable ninguna opción; puede que me decida algún día de estos… de momento me gusta… en silencio.

Estoy escuchando el último CD que me he comprado; es un grupo de Glasgow con nombre japonés, Urusei Yatsura. Suenan un poco a los primeros Pavement, a los de ‘Slanted & Enchanted’, algo también a Sonic Youth… no sé, siempre puedes encontrar referencias válidas; en música todo es válido. Ese nombre tan extraño está sacado de un personaje de manga, y según he leído se presta a dos posibles interpretaciones: ‘chicos ruidosos’ y ‘extraterrestres ofensivos’, ambigüedad que no se resuelve cuando los escuchas ya que ambos significados son perfectamente aplicables al contexto auditivo. Todo este rollo viene a cuento porque me aburro esperando a estos dos tardones… ¡Joder, si quedamos para tomar un café antes del cine se debe ser puntual…! Digo yo. No soporto la impuntualidad, pero Fernando siempre tiene preparada alguna excusa, y más ahora que se ha juntado con Rafa, otro impuntual patológico.

Mejor nos tranquilizamos un poco y cambiamos de tercio, (aunque no me gusten los toros, es más, ¡odio la tauromaquia!). Hoy he recibido carta de mi tío Carlos; sigue como siempre, con sus historias extrañas – ahora dice que me ha elegido a mí para aparecerse después de muerto -. La verdad es que eso me da igual, aunque ese fenómeno me llegue a suceder alguna vez seguiré sin creer en fantasmas. Lo que sí que me alegra es que la relación entre mi tío y mis padres fluya ahora con toda la normalidad que antaño brillaba por su ausencia. No sé si esta situación durará mucho tiempo más; la culpa la tienen los ‘kikos’, y no me estoy refiriendo al maíz tostado, sino al Camino Neocatecumenal, un movimiento religioso ultraconservador que toma su apodo gracias al nombre de su fundador, Kiko Argüello. Últimamente, mis padres están actuando de una forma muy rara: se reúnen en salas a celebrar durante horas su particular eucaristía y luego vuelven con el cerebro bien lavado y planchado. Estos ‘kikos’ cuentan con todo el apoyo del Sumo Pontífice, jefe de la mayor secta del mundo, la iglesia católica. Está claro, monoteísmo es igual a dictadura ideológica… y a mis padres no hay dios que los pueda sacar de ahí. Por otro lado, Carlos es un ser muy ácrata, demasiado para el gusto de mis padres… pero, bueno, en la distancia creo yo que puede funcionar la recuperada relación fraterna. Es más, yo actualmente me llevo bien con mis padres gracias a que evito premeditadamente cualquier tipo de discusión al respecto, aunque me joda en lo más hondo verlos atrapados por ese virus tan maligno. Si llegaran a enterarse de… digamos que un cinco por ciento de lo que yo hago por ahí cuando salgo de marcha, seguro que terminaban exorcizándome en alguno de esos antros tipo Centro Reto.

Llaman a la puerta; ¡por fin! Un momento, que voy a abrir… … … Son Fernando y Rafa. Como aún es pronto para ir al cine, los he invitado a tomar un café aquí en casa…”

– … con leche, ¿no?

– Sí, para mí con leche, y para Rafa también.

– ¡Pero déjale hablar a él, joder, que nunca le dejas meter baza…!

– No, no, si por mí está bien… lo tomo siempre con leche.

Pedro va a la cocina a preparar una cafetera del mejor café de Colombia y a calentar leche en un cazo; mientras tanto, Fernando revisa las nuevas adquisiciones discográficas y literarias de Pedro, y Rafa curiosea con su mirada todos los rincones de la habitación – hoy, por cierto, no excesivamente desordenada -. Una fotografía que cuelga de la pared llama poderosamente su atención; Rafa se levanta y se acerca para poder ver en detalle a la abuela Dolores.

– Oye, Fer, ¿quién es esta señora?

– ¿Cuál, la de la foto?

– Sí.

– Es, o, mejor dicho, era la abuela de Pedro.

En ese instante Pedro regresa de la cocina con una bandeja en la que reposan tres tazas, un azucarero, tres cucharillas, la cafetera humeante y una jarra de leche caliente. Al entrar se encuentra a sus dos amigos plantados de pie frente a la instantánea de su abuela.

– Esta es tu abuela, ¿no?

– Sí, era mi abuela… Murió precisamente aquí, en Oviedo; la mataron durante la revolución de octubre del ’34. Dolores, se llamaba Dolores, ‘La Carretona’.

– Era guapa.

– Sí, muy guapa.

– Sabes, me recuerda un poco a Ingrid… guarda cierto parecido con ella. No sé, la expresión de su cara, esa mirada profunda… y eso que a Ingrid sólo la vi en aquella foto que perdiste…

– Ingrid… ¿Quién es Ingrid?

Pregunta Rafa intrigado. A lo que los otros dos responden con una sonora carcajada de complicidad. Lola ‘La Carretona’ observa toda la escena, desde su hierática templanza, apostada frente a la antigua Cooperativa de Tabacos de Cacabelos, mientras coloca con cuidado su chaqueta gris de punto de cruz para que Honorio, el retratista de Cacabelos, apriete el botón de su aparatosa cámara fotográfica. De esa manera, la imagen de Dolores sobrevivirá a su muerte… por los años de los años.

… DE LA VIDA LVII…

LVII.

La música a todo trapo hace que hasta las paredes se tambaleen. Pedro y Javi están escuchando un disco de los Dead Kennedys – ‘Fresh Fruit For Rotting Vegetables’ (fruta fresca para vegetales podridos) -. Fuman un porro antes de salir por ahí de marcha mientras disfrutan de la voz de Jello Biafra y charlan distendidamente. Es un sábado cualquiera… como otros, pero la madre de Ingrid está muy preocupada porque su querida hija salió el día anterior, viernes, a tomarse unas copas y todavía no sabe nada de ella.

-… ‘Quiero a tu hermana en silencio’

– ¿Qué dices?

– ¡Eh? No, nada, nada. Sólo repetía mecánicamente una frase: ‘quiero a tu hermana en silencio’.

– No jodas… ¿a Andrea?

– Justo, lo que yo decía. A ver cómo cojones te lo explico… O sea, tú acabas de entender que yo estoy colado por tu hermana Andrea.

– Sí, tú lo acabas de decir… yo no me estoy inventando nada.

– Esa frase – ‘quiero a tu hermana en silencio’ – tuve que representarla ayer en clase, en el encerado, delante de todo el mundo. Se trata de una asignatura – Sintaxis Transformacional … todo ese rollo que te conté de Chomsky, ¿lo recuerdas?

– Sí, he de reconocer que era un puto rollo macabeo. No entendí un pijo.

– Pero si es muy fácil, Javi.

– No se te estará pasando por la cabeza volver a contarme todo aquel lío del ‘antecesor común’, de…

– Ya verás cómo hoy lo entiendes, tío.

– Joder, que mal rollo que me está dando. Entre el peta y tú vais a acabar con mis pobres neuronas.

– Tú escúchame atentamente y luego opinas, ¿vale?

– Joder, si no me queda más remedio…

– Es una idea de lo más revolucionaria. Tú imagínate, tío, un ‘pavo’ con veintitrés años recién cumplidos que publica su primera gramática, ¡la hostia…! Pero no una gramática al uso en la que sólo se ven estructuras y más estructuras de distintos tipos de oraciones, sino una que basa todo su razonamiento en lo que él denomina como Gramática Universal, común a toda la raza humana. Todas las lenguas se derivan de un único antecesor común. El dice que la capacidad del lenguaje es innata al ser humano…es una idea muy igualitaria, muy comunista en el amplio sentido de la palabra, ¿no crees?

– Yo no creo nada… nada de nada. Todo eso no son más que chorradas.

– No, no son chorradas. Si leyeses algo de lo que Chomsky escribe alucinarías, pero alucinarías de verdad. No es solamente un siniestro lingüista, también investiga a un niveeel… digamos que sociopolítico. A pesar de ser estadounidense, critica con extrema dureza la política exterior de su país, a la CIA, al FBI… Espera un segundo – Pedro se levanta del suelo, sobre el que estaba sentado casi como un yogui, y se acerca a su pequeña biblioteca, compuesta por una sola estantería, aunque, eso sí, rebosante de volúmenes. Coge uno con su mano derecha y regresa a su sitio para sentarse sobre el frío parqué y leer un párrafo a su amigo Javi -. Escucha esto: ‘Como Estados Unidos continuaba con lo que los nazis habían dejado a medias, tenía mucho sentido usar especialistas en actividades contra la resistencia. Más tarde, cuando se hizo difícil o imposible proteger en Europa a esta gente útil, muchos de ellos (incluso Barbie – se refiere a Klaus Barbie, uno que había sido jefe de la Gestapo en Lyon, el Carnicero de Lyon…)

– Sí, ese sí que me suena. Hace poco que salía en la tele por una condena o algo así.

– Sí… algo así. Pues resulta que al tal Barbie, el Ejército de los Estados Unidos le había encargado espiar a los franceses. Para que veas cómo funcionan las cosas en las cloacas del poder… Por dónde iba… ah, sí. ‘…(incluso Barbie) fueron llevados en secreto a Estados Unidos – ves, lo que yo te estaba diciendo – o a Latinoamérica, a menudo con la ayuda del Vaticano y de curas fascistas.’ Ese es Noam Chomsky.

– Bueno… ¿y qué?

– ¡Bueno y qué! ¡Bueno y qué! ¿Eso es todo lo que se te ocurre?

– Tío, que yo paso de politiqueos. No son más que putos rollos que interesan sólo a los que manejan el poder. A mí ni me van ni me vienen.

– Eso es, configuremos un perfecto rebaño para que todos esos hijos de puta sigan manejando todos y cada uno de nuestros hilos.

– Es mucho más complejo, Pedro… Muchísimo más complejo de lo que tú te puedas llegar nunca a imaginar.

– ¿El qué?

– La vida, tío. La puta vida.

– Tampoco hay porque ponerse trascendentes… no es para tanto… … … … … Si te das cuenta, toda esta conversación deriva de ‘quiero a tu hermana en silencio’. Tan sólo es una oración ambigua, sin más.

– ¿En qué sentido ‘ambigua’?

– Puede tener dos significados: quiero que tu hermana se calle, que esté en silencio, o el que tú habías entendido antes.

– Pues yo sólo veo uno, ese, el que yo había entendido: que te mola mi hermana pero que no se lo dices a nadie.

– A ver, imagínate que ahora Andrea está aquí con nosotros, y que no deja de dar voces y me está molestando un huevo (es algo figurado, eh. No vayas a pensar que tengo algo contra tu hermana) y yo, en vez de dirigirme directamente a ella, te digo a ti en un tono enfadado: ‘¡quiero a tu hermana en silencio!’.

– Pues vaya una cursilada de frase. Conociéndote, seguro que me dirías: ‘¡qué se calle tu jodida hermana de una puta vez, hostia!’

– También es verdad. Por eso no supe responder a la profesora cuando me preguntó allí, frente a toda la clase, por la ambigüedad de esa frase. Por eso la estaba repitiendo de forma mecánica… Yo tampoco era capaz de sacar esa interpretación… me parece, no sé, como muy eufemística aplicada a esa situación.

– Sí.

– Oye, Javi, ¿te encuentras bien? No sé, te veo raro… tienes hasta mala cara.

– No estoy del todo bien. Ultimamente estoy durmiendo fatal, tío.

– ¿Y eso?

– Tengo sueños chungos, pero la hostia de chungos. Puedo estar soñando con una tía, con que juego un partido, con cualquier cosa, y, de repente mi abuelo se introduce en mi sueño y lo jode todo.

– ¡Hostias, como el Freddy Kruger!

– Hombre, no a ese nivel, pero sí que me fastidia.

– Desde luego, sí que es chungo, sí…

– A mí me tiene acojonao… ¿Qué hostias podrá significar…?

– No tengo ni puta idea; no soy Freud. Pero no te preocupes, tío, que ya se irá de tus sueños.

– Espero que sí, porque no creo que lo resista por mucho tiempo… Me da miedo, mucho miedo…

– Tu abuelo murió, ¿no?

– Supongo que sí, porque en mi vida lo he visto.

– Entonces, ¿cómo sabes que es él?

– Por una foto. De mi abuelo, el padre de mi padre, sólo tenemos una foto: está de pie, vestido de miliciano, fumando apoyado en unos sacos que componen una barricada; debe estar tomada en Madrid. Y es esa cara, no tengo la menor duda.

– También yo sólo conozco a mi abuela Dolores a través de fotografías… Me hubiese gustado poder conocerla en persona, aunque sería muy distinto: ahora sería una viejecita refunfuñona, y no esa guapa mujer de aquella fotografía. A lo mejor ella se introduce en mis sueños, como tu abuelo… la diferencia está en que yo nunca recuerdo ni un puto sueño, ¡ni uno!

– Ya me podía pasar eso a mí, joder… ¡Si yo nunca me he interesado por él…! Fue un cabrón de mierda. Le hizo un hijo a mi abuela – mi padre – y desapareció… y digo que fue un cabrón, pero yo no sé si eso es verdad o no. No sé de dónde era, sólo sé que no era de Madrid… pero sí que estaba allí cuando la guerra, resistiendo como uno más… puede que le hubiese ocurrido algo, pero ya es coincidencia que justo el día en que mi abuela Juana le contó que estaba embarazada de él, el tío va y desaparece misteriosamente; se esfuma… Demasiada coincidencia me parece a mí. Creo que se llamaba (o llama, porque igual está vivo aún) Manuel. Tampoco estoy muy seguro… mi padre nunca quiere hablar del tema, y mi abuela murió cuando mi padre tenía ocho años, así que…

– A mi abuela Dolores le ocurrió exactamente lo mismo. Eso si que es una coincidencia… La abandonaron a su suerte con un hijo en su vientre – mi tío Carlos, el que está en Buenos Aires.

– Sí, lo recuerdo… recuerdo toda la historia de tu abuela. Me la contaste el año pasado, un día que había tormenta y que nos quedamos aquí bebiendo y fumando porros.

– Sí, es verdad.

La música ya no suena. Jello Biafra se calló hace ya un cuarto de hora, y el silencio total se hace harto necesario para que cada uno estrangule los recuerdos no vividos, pero que al fin y al cabo pertenecen a su familia, a lo más hondo de cada una de sus conciencias. Pedro enciende un cigarrillo y se atreve luego a romper el muro de silencio que divide su habitación en dos.

– Oye, Javi; si no te apetece salir, aviso a Carlos y nos quedamos aquí.

– No, hombre, tampoco me siento tan mal como para quedarme en casita un sábado, como un gilipollas.

– Cómo quieras.

– ¿Con quién has quedado?

– Bueno, aparte de con Carlos, con Silvia y Marta, las de mi clase.

– Mola, tío. Silvia esta buenísima… y es una tía supermaja. ¿A ti te mola?

– Sí, claro. Pero no es más que una amiga de clase. No quiero yo rollos chungos con ninguna tía de clase, ni de la Facultad, que luego tendría que verla a diario.

– Joder, a buenas horas vienes tú con prejuicios. Yo, cualquier día de estos le entro a saco, tío.

– Bueno; ése es tu problema.

– ¿Qué es, que te parece mal?

– ¡Pero tú eres gilipollas o qué!

– Joder, tío, no tienes porque ponerte así.

– ¡Así cómo?

– Como un puto basilisco.

– Pero si tú no sabes ni lo que es un basilisco, joder.

– ¿Un obispo o algo así?

– ¡Un obispo! ¡ja, ja, ja, ja, jaaaa…!

– Joder, yo lo decía porque me suena así como a basílica… a obelisco, ¿no?. A ver, listo de los cojones, qué coño es entonces un puto basilisco.

– Es un bicho, tío, un reptil pequeñajo parecido a una iguana.

– ¡Dios mío; estoy frente a un diccionario con patas…! ¡Adoremos al sumo gurú de la infinita sabiduría!

– Venga, déjate de gilipolleces y hazte otro peta.

– Sus deseos son órdenes, ¡oh, pontífice del basilisco…! ¿Te cuento un chiste?

– Vale. Pero, mientras, te vas haciendo el peta.

– Pásame el papel… Un sargento de la Guardia Civil, todo uniformado y tal, entra en una farmacia y grita: ‘¡VICKS VAPORUB!’, y el farmaceútico va y reacciona como un sputnik y contesta: ‘¡VICKSVA!’.

… DE LA VIDA LVI…

LVI.

Era superior a sus fuerzas, la curiosidad arrastraba irremisiblemente a Pedro hacia la búsqueda de alguna explicación sino posible, al menos plausible. En casa de la familia Zamudio Frías no quedaba ni un solo recuerdo palpable de la travesía por la vida de la primogénita. La única instantánea que Pedro conservaba de Ingrid también se había volatilizado misteriosamente. Todos sus compañeros de piso aseguraban y reaseguraban infinidad de veces que ellos no habían cogido la dichosa fotografía. ¿Qué cojones quedaba entonces…? Pedro se estaba planteando incluso si alguna vez había poseído aquella foto, y habría llegado a esa conclusión de no ser por los testimonios de Fernando, de sus propios compañeros de piso, hasta del propio Juanjo, el que había osado en una ocasión hacer un comentario fuera de tono sobre las voluptuosas formas de Ingrid. Todos confirmaron, sin dejar lugar a la menor de las dudas, que una vez existió, aunque sólo fuese plasmada en papel fotográfico, la imagen de una guapa chica morena al lado de un bisoño adolescente con cara de despiste inherente. “De todos modos, alguien podría haber hecho un buen montaje… ¿o no?”, llegó incluso a afirmar el cachondo de Iñigo, un fanático hincha de los Expedientes X.

A Fernando, en ocasiones agudo con su ingenio, un día se le ocurrió una última alternativa. “Recuerdo que me dijiste que la foto aquella la había hecho un primo tuyo, ¿no?”, preguntó Fernando súbitamente eufórico debido a la supuesta brillantez de su idea. “Sí, mi primo Jose”, le respondió Pedro sin darle mayor relevancia al contenido de la afirmación de su amigo – ya le daba todo igual, ya no sentía la desesperación de los días previos, sólo tenía ganas de pasar página cuanto antes -. “Pues ya está, asunto arreglado. Él conservará el negativo, supongo… haces una copia, o varias copias por si acaso…” Pedro tomó nota y, sin más demora, ese mismo día hizo una llamada telefónica a su primo Jose a Cacabelos para que le hiciese el favor de copiar la foto de los negativos de la boda de la prima Natalia en la que él salía con una chica morena muy guapa. La respuesta de Jose surgió contundente como un misil tierra-aire: extrañamente, Jose había extraviado los negativos de las fotos de aquella boda – “ya ves, tengo guardados todos los negativos de todas las fotos que he hecho en toda mi vida, y ésos, precisamente ésos, no están. Y mira que los he buscado para dejárselos al tío Martín, que no hace más que pedírmelos, y fotos, lo que son la fotos que saqué, no me quedan ni la mitad, el resto, pues ha desaparecido no sé aún ni cómo…” – A pesar de la decepción inicial, semejante respuesta (puede que hasta esperada) no causó la menor mella en el apaciguado ánimo de Pedro. Estaba dejando de ser Mulder, el ‘siniestro’, para ir convirtiéndose paso a paso en la escéptica Scully; “no me voy a creer nada, ninguna explicación fuera del mundo pragmático… pero seguiré insistiendo… por lo menos unos días más. La muerte de Javi no puede quedar así, impune… Era mi amigo, y creo que se merece un último esfuerzo por mi parte.”

Siguiendo la línea que la boda-despertador trazaba, a Pedro se le ocurrió indagar en casa de sus primos Jesús y Natalia. En una de las visitas a Cacabelos fue a visitarlos. Después de conversar sobre los mismos temas triviales de siempre, que si este año vendrás para la matanza, que si se estaban planteando ya tener descendencia ahora que estaban estabilizados (“¡qué triste!”, pensó Pedro ante la angustia existencial que le provocaba el hecho de pensar que alguna vez pudiese llegar a tener un hijo; “joder, un enano invadiendo toda mi intimidad y sin dejarme vivir a mis anchas… ¡no! ¡Y una mierda…! ¡Ni pa dios!”), etc., etc.

Pedro comenzó a hablar de Ingrid, sobre la repentina desaparición de la chica; se dirigía especialmente a Jesús, que, como primo de Ingrid, puede que supiera algo, que conociese algún dato nuevo que le acercase a su paradero actual. (Pedro no mencionó el accidente que había acabado con los huesos de su amigo Javi en el camposanto de Oviedo, no fuera a ser que esa información coartase de alguna manera la respuesta de Jesús.) Jesús sí sabía que su prima se había largado de casa sin dejar rastro, acto que, a pesar de lo que opinaba su familia, a él le parecía lógico; “no, si mi prima siempre estuvo un poco pirada. Es una tía muy rara, yo nunca llegué a tener una relación muy estrecha con ella… es más, se podría decir que ninguna, salvo en las típicas reuniones familiares. No tengo ni puta idea de dónde puede estar… Pero, ¿a qué se debe tanto interés por tu parte?”. “No, nada en particular; es que me enteré de su desaparición porque en Madrid me encontré por casualidad con su hermano… con tu primo, vamos”, contestó Pedro a la pregunta enviada por Jesús, cuando en realidad le hubiese apetecido decirle “¡y a ti qué cojones te importa! Son asuntos míos, solo míos; ¿vale?”. Pedro intentó una última cuestión: “oye, Jesús, ¿tú sabes si Ingrid tenía un Ford Fiesta de color rojo… o quizá su padre, o su madre?” “No, que yo sepa tenían un Polo; luego se compraron un BMW. Pero un Fiesta, no, de eso sí que estoy seguro.” Era imposible seguir; los caminos se bifurcaban una y otra vez, una y otra vez hasta hacer que los cruces, con infinidad de opciones a elegir, superasen la capacidad de Pedro para poder discernir cuál era el válido y cuál no. Pedro cambió repentinamente de tema; no quería que se le notara en exceso su delicado interés por la ‘tía rara’ aquella, pero llegado un momento en el que volvían a hablar cíclicamente de las mismas cosas una y otra vez, una y otra vez, ya no pudo resistirlo más y preguntó si podía ver al álbum de fotos de la boda, algo que hizo sentado entre el matrimonio de primos. Resultado negativo: Ingrid sólo aparecía en una foto, pero nada más se podía ver una pequeña parte de las botas Doctor Martens que llevaba puestas aquel día, el resto de su ser estaba tapado por su hermano Erik. Eso era a lo que se había reducido Ingrid, su recuerdo, a unos centímetros cuadrados de piel de bota Doctor Martens de color negro, ni mate ni brillante. Y ya metidos en materia, también se dispuso, esta vez a propuesta de su prima Natalia, a ver el insufrible vídeo ‘artístico’ de la boda entre planos innecesariamente alargados de flores del parque y de horteras sombrillas estilo victoriano. Nada, Ingrid parecía no haber actuado en aquella película: no estaba entre los presentes en la ceremonia religiosa, tampoco había bailado mientras el fotógrafo – el nieto de Honorio, el retratista, el que había inmortalizado a la abuela Dolores…el que había muerto en la Guerra Civil, en el frente de Aragón – grababa el vals que iniciaba el baile nupcial; su sitio en una de las mesas de invitados se presentaba vacío ante la videocámara cuando estuvieron tomando planos de todos y cada uno de los invitados al banquete. Daba la impresión de que Ingrid se había ocupado con extrema precisión de no dejar pruebas de su existencia hasta ese momento.

Aquello ya no daba para mas, con lo cual se despidió de Natalia y del marido de ésta envuelto por la cortina de humo formada por frases supuestamente efusivas del tipo “a ver si vienes a vernos más a menudo, que parece que no tienes primos…” Al entrar en casa de sus padres llegó a una firme determinación: “Paso. Desisto por completo; ya no pienso indagar más… Si ella mató a Javi, que sobre su conciencia recaiga su muerte, y si no lo hizo… ¿qué hostias hago yo entonces perdiendo el tiempo con estas pijadas, si dentro de nada comienzan lo exámenes…?”.

Si una persona no cree en la existencia de ningún dios, ni en ningún otro tipo de superstición, ni en nada que se salga lo más mínimo de la línea impuesta por las leyes de la ciencia, entonces no puede seguir buscando soluciones cuando cada paso dado, en vez de ir respondiendo lógicamente al planteamiento inicial, genera por sí mismo montañas y más montañas de enormes interrogantes. “Mejor no saber, no ver, no oír, no hablar más… Sigo con mi vida, como siempre, y puede que algún día, cuando menos las necesite, lleguen hasta mí las respuestas a tanto embrollo”, se dijo Pedro a sí mismo la misma noche en que regresó de su pueblo, tras haber visitado, sin resultados evidentes, a sus primos, y antes de ponerse a estudiar duramente para un examen final de Sintaxis Generativa Transformacional de cuarto curso de Filología Inglesa.

La expresión de la abuela Dolores parecía haber cambiado, parecía incluso más serena, más segura de sí misma que antes… pero se trata de una simple fotografía pegada en la pared de un cuarto en penumbra, y Pedro no se dejará nunca llevar por ese tipo de impresiones. Puede que no le den más que miedo… puede que, de todas formas, la verdad no esté ahí fuera…

… DE LA VIDA XLV…

XLV.

Una noche Pedro tuvo un sueño… bueno, sueños, lo que son sueños, los tendrá cada noche, como cada ser humano; me refiero a que hace dos días recordó un sueño, algo excepcional ya que nunca es capaz de recordar nada de lo soñado. El sueño podría resumirse como sigue:

El escenario, una carrera comarcal vacía, sin tráfico. Pedro camina en solitario siguiendo la estela de la línea continua que divide el asfalto en los correspondientes dos carriles. Es un camino plagado de curvas peligrosas a ambos lados. No hay señales de tráfico… De lejos, escucha una canción que le gustaba de muy pequeño, Amoureux Solitaires, de Lio, una chica que cantaba en camisón y bragas y que, cada vez que salía en Aplauso arrebataba no sólo a Pedro, sino a todo ser humano amante de la belleza; ahora le parece verla allí bailando, al fondo de la carretera… ¡incluso se parece un poco a Ingrid! (Amoureux solitaires dans une ville morte, amoureux imaginaires mais apres tout qu’importe, que nos vies aient l’air d’un film parfait… ‘Enamorados solitarios en una ciudad muerta, enamorados imaginarios, da igual, a quién le importa, hagamos que nuestras vidas se parezcan a una película perfecta…’))

De repente, al salir de una cerrada curva a la derecha, Pedro divisa allá, a lo lejos, muy por detrás de la propia Lio, una multitud que camina en dirección contraria. Van moviéndose despacio, muy despacio… Son zombis, pero no lo parecen – al menos no responden a la tradicional imagen fílmica del muerto viviente -. Intenta escapar, pero no puede: la propia carretera lo encamina hacia ellos. Tiene miedo (algo lógico, por otro lado). Se van acercando ellos a él, y él, irremisiblemente, también a ellos, como si un invisible imán los atrajese mutuamente. Por fin llegan a su altura; saluda a todo el mundo en general, pero no recibe respuesta alguna. Ellos caminan con una extraña rigidez; van todos vestidos con trajes negros; están muy pálidos… ‘Joder, éstos están muertos’, piensa antes de asustarse de verdad: ‘¿y yo?… ¡Anda la hostia, entonces yo también debo estar muerto… !’. Entre la masa distingue a su abuela Dolores. Emocionado y nervioso, llama su atención, pero ella no le contesta; nadie lo hace, todos pasan de largo. Sin dejar de salir de su asombro, continúa fijándose en la gente que pasa por su lado; casi al final del grupo aparece Javi, su amigo Javi. ‘¡Eh! ¡Javi, Javi, tío… ! ¿No me oyes?’. No, no le puede oír; no le mira, ni siquiera responde con un simple gesto. Pedro intenta acercarse a él para zarandearlo, para darle una buena bofetada… Imposible, ya que ahora una extraña fuerza lo mantiene quieto, sin poder caminar; para comprobar si está o no paralizado mueve un brazo y se lo lleva a la altura del pecho… ‘¡Qué alivio! Al menos yo puedo mover los brazos’, trata de consolarse un poco a sí mismo, y luego comienza a hacer muecas con su cara; intenta también hablar pero, aunque mueve su boca, no sale de ella ningún sonido, sin embargo él no se da cuenta de este hecho ya que él sí que puede escucharse a sí mismo. La Santa Compaña se va alejando de su posición; siguen yendo muy despacio, pero Pedro no puede mover sus piernas… no puede hacer nada. Transcurridos cinco minutos, puede oír el ruido del motor de un coche que se acerca: es un Ford Fiesta de color rojo; se fija, como siempre hace, en la matrícula (M – 2067 – BM). ‘Vaya, un coche de Madrid… M. B. M.’, se dice a la vez que estira su brazo derecho hasta llevarlo a una posición casi horizontal, para luego cerrar el puño y sacar el dedo gordo, como haría cualquier autoestopista. La sorpresa de Pedro es mayúscula al reconocer a la conductora: ¡¡¡Es Ingrid!!! La inicial sorpresa se torna alegría al verla, pero acaba siendo una de las más profundas decepciones cuando ella también pasa de largo, sin parar, aunque, eso sí, sin dejar de saludarlo diciéndole adiós con la mano. En el asiento del copiloto le pareció que iba sentada una anciana señora, y digo ‘pareció’ porque Pedro sólo pudo distinguir una silueta coronada por un moño alto de pelo cano; también recuerda Pedro que esa supuesta señora llevaba una chaqueta gris de punto que le resultaba familiar: ‘¿A quién he visto yo antes con esa chaqueta?’, se pregunta… Pero en ese preciso momento, Pedro oye el tubo de escape de un coche que esta vez viene en dirección contraria… y él que sigue sin poder moverse de allí. Cuando están a punto de atropellarlo, se despierta sobresaltado, empapado en un mar de sudor frío. A pesar del susto recibido, al principio no es capaz de recordar nada de ese sueño, como siempre, como le sucede habitualmente con todos sus sueños; se levanta, bebe un par de vasos de agua, y sigue su vida normal, un día como otro entre semana…

Yo conozco la historia de este sueño porque, pasados unos días, Pedro me llamó por teléfono muy alterado para contarme que había recordado esa extraña pesadilla. Quedamos en una céntrica cafetería y allí, ya más tranquilos, lo comentamos con calma. Aunque él trató de explicarme cómo había podido recordar ese sueño después de tantos días, lo cierto es que yo no me enteré muy bien de ese rollo – algo sobre un grupo de música y unas iniciales que coincidían con la matrícula…- No sé, sólo sé que ahora está enfrascado en una especie de investigación con fines aclaratorios – así la llamó él -. No tengo noticias suyas, y estoy verdaderamente preocupado ya que le tuve que dejar prestado mi coche… No podía negarme. ‘Fernando, tienes que hacerme un gran favor’, me dijo como si le fuese la vida en ello; y yo, por supuesto, le entregué las llaves de mi coche sin pensármelo dos veces. Un día, todo un día, y no sé por dónde puede andar este tío. ‘Ya te llamo cuando sepa algo’, contestó al preguntarle yo que cuándo me lo podría devolver… y aquí estoy, esperando, aguantando las continuas reprimendas de mis padres, que no paran de decirme que soy un gilipollas; pero eso no hace falta que me lo digan ellos, que ya lo sé yo… Es que Pedro es mi auténtica debilidad: todavía no he aprendido a decirle que no a nada… pero como no reciba algún mensaje suyo hoy o mañana creo que habrá que empezar a utilizar ese monosílabo con él. Gilipollas, sí… pero hasta un límite”.

… DE LA VIDA XL…

XL.

Lo prometido siempre genera deuda, y, tras la alucinante e increíble historia del fantasma de mi abuela, mi tío Carlos se dedicó pacientemente a ponerles nombre a todos y cada uno de los rostros que acompañaban la breve pero intensa vida de ‘La Carretona’. Extraña historia la de mis antepasados: no existe ni una sola foto en la que salga mi abuelo Eutiquio y, sin embargo, ‘El Stalin’ aparece en unas cuantas. Ramón, al que apodaban ‘El Stalin’ por salir siempre en defensa del jefe soviético por aquella época, era el marido de la mejor amiga de mi abuela, Anuncia, pero, en aquellas fotos de juventud idealista, él siempre se situaba a la vera de Dolores ‘La Carretona’. Mi tío Carlos especula con el hecho de que debieron ser novios. Yo no digo nada, tan sólo trataré de ser objetivo a la hora de relatar mi propia versión de los hechos acontecidos entre 1926 y 1934; versión elaborada con partes de aquí y de allí, con la historia según mi tío Carlos, según Doña Anuncia, y aderezado, todo ello, con los significativos silencios de mi madre después de alguna de mis comprometedoras preguntas al respecto. Seré breve.

Cacabelos, otoño de 1926. Mi abuela se queda embarazada de mi tío Carlos. Por aquella época mi abuela no tenía novio, tan sólo pretendientes. Quince días después de que Antonio ‘El Carretón’ cruzase la cara de su hija Dolores de una buena hostia al enterarse de tan ingrata noticia, un hombre desaparece de la faz del pueblo de Cacabelos; era Manuel, el hermano del ‘Stalin’, uno de los que con más ansias pretendía a mi abuela. Poco después del nacimiento de Carlos, fue el propio Ramón el que empezó a acercarse a Dolores – puede que tratando de cargar sobre sus espaldas con la responsabilidad que, se supone, debería haber recaído sobre su hermano Manuel-Anuncia dice que Dolores nunca jamás mencionó el nombre del padre de su hijo Carlos, ni bajo la mayor de las amenazadoras coacciones de su padre. Era el tema tabú entre ellas. Aunque, claro, en un pueblo pequeño siempre acaba por saberse toda la verdad sobre cualquiera de sus habitantes. Eso es lo malo de un pueblo: la puñetera falta de intimidad que te invade, te rodea y te asola a cada paso que das fuera del camino señalado.

Ramón y Dolores se hicieron novios – incluso la propia Anuncia no tiene ningún reparo a la hora de reconocer ese hecho -. Pero aparece Eutiquio en escena, y todo se complica. De repente, Dolores dice que se va a casar con Eutiquio, el de ‘La Furraxa’. ¿Por qué? Puedo especular, y puedo dar en el clavo, pero no lo voy a hacer; no es ese mi estilo… Tan sólo puedo reflejar el gesto de la anciana Anuncia al rechazar contestar a una de las preguntas de mi tío Carlos (al que, luego, desde el primer día en que se instaló en la casa de ‘Los Carretones’, Eutiquio hizo la vida imposible; imposible hasta verse obligado a emigrar lejos, muy lejos): ladeó su cabeza, cerró los ojos con fuerza, hasta que los párpados se perdieron entre tanta arruga, y abrió levemente su boca para emitir un pequeño suspiro de fastidio. “Lógico. A nadie le gusta ser plato de segunda meeesa”, como dijo mi tío Carlos cuando comentamos ese gesto de la vieja Anuncia… Anuncia, la que era capaz de caminar durante horas y horas por los montes de los Ancares sólo para llevar provisiones e información a los maquis que aún hacían la guerra…

Ramón ‘El Stalin’ y Anuncia se hicieron novios cinco meses después de que él hubiese roto sus relaciones con Lola ‘La Carretona’, o, para ser exactos, cinco meses después de que Eutiquio “secuestrase” literalmente los sentimientos de mi abuela – aunque se casaron unos años más tarde, el cinco de Junio de 1935 -. Mi tío Carlos dice que eso tuvo que ser fruto de un vil chantaje, que Eutiquio ‘El Furraxo’ seguro que sabía algo que obligó a mi abuela Dolores a ceder a sus pretensiones de boda. Yo no sé, no contesto; pero, en este punto, todo se complica en demasía… son demasiadas reacciones en cadena y sin un motivo aparente que las justifique.

En Noviembre del ’32 nació mi madre. Casi dos años más tarde, en Octubre del ’34, mataron a mi abuela en Oviedo mientras Eutiquio, su marido, se encargaba de las labores de la vendimia en Cacabelos. Ramón ‘El Stalin’ también estaba en Oviedo aquel día, hecho que puede parecer lógico si tenemos en cuenta que ambos eran compañeros de partido, militantes del Partido Comunista desde 1930; pero, por otro lado, ilógico a todas luces si nos remontamos a su relación de noviazgo entre l927 y 1931…

Yo, con sangre de ‘Carretones’ y con sangre de ‘Furraxos’, habría preferido llevar en mis venas y arterias sangre del ‘Stalin’. El mote de ‘Carretón’ no me molesta lo más mínimo. Se lo pusieron a mi bisabuelo Antonio porque se dedicaba, allá a finales del siglo pasado y principios de éste, a hacer mudanzas con su carreta de bueyes. Sin embargo, no me gusta ser ‘Furraxo’. Es un término absolutamente despectivo; se utiliza en cualquier contexto en el que tengas que decir que algo es totalmente inútil, inservible. “Estos apuntes son una auténtica furraxa”, le dije yo hace poco a Fernando al referirme a unos apuntes que me había dejado una compañera de clase, y que eran realmente malos: mal redactados, con muchas faltas… ¡No quiero ser un ‘Furraxo’ de mierda! He de reconocer también que estoy un poco mediatizado por todo lo que mi tío Carlos me contó sobre él, ya que mi madre no tiene nunca ganas de hablar sobre mis abuelos. Eutiquio murió en 1965, y me da la impresión de que a partir de ahí mi madre comenzó a respirar: comenzó su propia vida, se casó, llegué yo, etc., etc.

El Stalin’ falleció hace tan sólo tres años, el único de los tres – sin olvidarnos de Anuncia, claro está; pero a ella no la estoy incluyendo en ese triángulo… supongo que amoroso, que formaban Dolores, Eutiquio y Ramón – que llegó realmente a viejo. Ahora me acuerdo del anciano ‘Stalin’ con su cayado de roble, caminando muy encorvado y con la pava de un puro siempre colgando del lado izquierdo de su boca. Después de la Guerra Civil estuvieron a punto de matarlo, pero en su defensa salió Eutiquio, que no había luchado en la guerra con ningún bando alegando una falsa diabetes – aunque tampoco tardó demasiado en unirse al tren de los vencedores -, diciendo “ahora hay que sacar esto adelante, y necesitamos buenos panaderos como Ramón”. Se libró gracias al pan. Otros no tuvieron esa suerte: su hermano Manuel, que había regresado al pueblo de Cacabelos tras la contienda, fue fusilado, junto a otros quince ‘rojos’, al pie del muro de la iglesia de la Plaza del Generalísimo, puto Generalísimo. Por él nadie intercedió; ni siquiera su propio hermano abrió la boca para pedir clemencia por él.

Ramón ‘El Stalin’ siempre que me veía por la calle me saludaba con un especial afecto: “¿Cómo va eso, pequeño ‘Carretón’?”. “Bien, va todo bien. Gracias. ¿Y a usted?”, solía responder yo con toda mi buena educación cristiana. “Ya ves, hijo: viejo, muy viejo… más cerca de allí que de aquí… Cada día te pareces más a tu abuela Dolores. Tienes todos sus rasgos… sus gestos”, me comentaba siempre el viejo ‘Stalin’ de Cacabelos. “No lo sé, señor. Yo no la conocí”. “Yo sí, pequeño… Yo sí”, y se alejaba calle arriba en dirección al Hogar del Pensionista donde cada tarde jugaba una o dos partidas de tute…”

… DE LA VIDA XXXIX…

XXXIX.

Ese ruido, ese maldito ruido que emite la paleta del albañil contra los bordes del mármol se va haciendo cada vez más y más insoportable. Los invitados al sepelio van huyendo en oleadas de su inevitable predicción de futuro, de toda la parafernalia que la muerte siempre trae consigo. Cuando el nicho de Javi ya está absolutamente precintado tan sólo permanecen allí sus padres, su hermana y, un poco más alejado, observándolo todo desde la distancia, su amigo Pedro.

No es por morbo, ¡qué va!, es sólo una cuestión de supervivencia, de innato apego a la vida: él se ha muerto y Pedro se siente más vivo que nunca… Y con esa sobredosis de vida decide, en ese preciso momento, buscar soluciones, las causas que han llevado a su buen amigo a permanecer para siempre en ese estado inerte en el que ya no podrá hablar más, ni fumarse otro porro, ni correr en bicicleta, ni volver a escuchar a los Pixies…

De acuerdo, te has muerto… Adiós, hasta siempre. Yo seguiré por los dos”, constituye la única oración por su amigo que sale de los labios de Pedro.

Con el transcurso de los días Pedro irá recordando con mayor nitidez lo sucedido aquel fatídico domingo de madrugada, el accidente que nos separó de Javi. Sólo con ejercitar un poco su capacidad de memoria podrá extraer alguna conclusión que conteste salvadora a todos sus interrogantes… De momento, ya no puede soportar ni por un instante más la visión de esos dos padres destrozados. Había previsto darles el pésame, pero no le quedan fuerzas para acercarse a ellos. La madre de Javi se agarra desesperada al nicho sin dejar de gimotear; el padre trata en vano de tirar de ella para poder irse de aquel lugar cuanto antes; y la hermana permanece ajena al dolor paterno mientras llora para sus adentros todo el dolor que la inunda un poco más cada segundo que pasa. “Dantesco espectáculo”, piensa Pedro y, con la venia, da media vuelta para escapar por piernas del hogar de la materia orgánica de los muertos. Mientras busca la puerta de salida de ese laberíntico cementerio, se fija en algo que lama poderosamente su atención: una fosa común presidida por una extraña escultura, rodeada ésta por multitud de ramos de flores como mínimo originales – rosas rojas que forman una estrella de cinco puntas, rosas y claveles rojos que dibujan simbólicamente una hoz y un martillo, composiciones florales tricolores: rojo, amarillo y morado… – “Joder, cuántas banderas republicanas”, piensa Pedro en alto a la vez que empieza a preguntarse intrigado si no estará enterrada allí su abuela Dolores. No hay ni una sola cruz, ningún símbolo católico, sólo un cartel al pie de la escultura que reza: ‘Monumento a los hombres y mujeres torturados y asesinados por la represión franquista’… Da lo mismo, porque aunque la vieja Dolores no descanse en ese mausoleo, para Pedro esa fosa común tan idealista, tan idealizada a partir de ahora, ha supuesto todo un hallazgo: “Supongo que no os importará si vengo aquí de vez en cuando a charlar un poco con mi abuela, ¿verdad?… … Muchas gracias, sois cojonudos”. Pedro sabe que allí hay un sitio para ‘La Carretona’, revolucionaria hasta la médula, y muerta como todos los que yacían bajo aquel suelo por el rodillo de la represión franquista, aunque ésta fuese parte de la represión pre-Guerra Civil… o ¿quién si no había sido el encargado de “limpiar” Asturias de las hordas revolucionarias que osaban “ensuciar” el suelo patrio?

Sale, por fin, del cementerio municipal de Oviedo; y camina con una nueva sensación, algo que hasta le hace sonreír… porque Javi, por el momento, se esconde agazapado en otro rincón de su cerebro no conectado con el pensamiento presente.

En los aledaños del camposanto espera pacientemente Fernando, aunque un poco inquieto ya ante la imprevista tardanza de Pedro.

– ¡Hombre, por fin apareces! ¿Dónde te metiste?

– ¿Qué?

– Que dónde estabas, que llevo media hora aquí esperando. Los padres y la hermana de Javi se fueron hará ya unos diez minutos…

– ¿Tanto? … Joder, pero si acabo de dejarlos allí… en…

– Tú alucinas, colega.

– Es que se me pasó el tiempo mirando una fosa común.

– ¿Una fosa común?

– Sí, una fosa común… … Es una larga historia que ahora no viene a cuento; ya te la contaré otro día, que lo que más deseo en este instante es perder este puto lugar de vista.

– Yo también… Vámonos. Tengo el coche aparcado al lado del tanatorio… ¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien?

– Sí, sí… no pasa nada… Es extraño, ¿no crees?

– ¿El qué?

– Que se te muera tu mejor amigo, que lo acaben de emparedar ahí dentro para que se pudra para siempre… y nosotros aquí, tan tranquilos, como si tal cosa.

– Ya… es ley divina: unos se van…

– ¡Qué ley divina ni qué hostias! Es el destino, tío, el puto destino…

– No sé… puede… ¿De verdad aún crees que ella iba a por ti?

– ¿Quién?

– Joder, ¿Quién va a ser? ¡¿Quién coño va a ser?! Lo que me contaste del intercambio de cazadoras, el accidente, el coche rojo que conducía ella, Ingrid.

– ¡Ah! Sí, claro… Ingrid. Casi no me acordaba ya del accidente de marras.

– ¿Qué tienes pensado hacer a partir de ahora?

– No lo sé… No tengo ni puta idea… Creo que debería aclarar algunas cosas con ella. De todas formas, puede que ella no haya sido…

– Si estás totalmente seguro de que fue ella deberías denunciarla directamente, y dejarte de rollos.

– ¿Denunciar? ¿Denunciarla yo? ¡Qué va, tío, qué dices…! ¡Ni pa dios! ¿Acaso crees que la puta inepta policía puede solucionar algo?

– Bueno, es lo correcto, lo legal, ¿no?

– Mira: Javi, mi amigo, está tieso, allí encerrado, metido dentro de un puto ataúd… eso ya no lo va a solucionar nadie… La verdadera justicia no tiene porque ser la que nos imponen, la que nos han hecho mamar desde críos… Hay miles de formas…

– Por supuesto que sí, pero sólo una válida: denunciar y que cada uno se encargue de su trabajo.

– Joder, vaya insistencia, tío… Ni que te dieran a ti de comer los ‘maderos’.

– Acabas de hacer diana: mi padre es un ‘puto’ policía.

– … Bueno, ¿y qué? Yo sigo pensando lo mismo; eso no cambia nada…

– Ya. Tú lo que eres es un cabezota… Ya verás, ya verás cuando se lo cuente a mi padre…

Fernando introduce la llave en el contacto y, entre risas y bromas derivadas de su conversación, salen definitivamente de aquel infierno en la Tierra. Fernando comprende en parte a su nuevo amigo: Pedro busca desesperadamente una vía de escape que pueda reconfortarlo internamente de alguna manera; no pretendía, a estas alturas, empezar a jugar a los detectives; sin embargo debe preguntar, indagar, si quiere estar en paz y armonía con su propia conciencia, no ya sólo por Javi, sino también por su propia estabilidad emocional… Vaya un supuesto como punto de partida: la chica de la que está enamorado desde hace unos años, aunque él no lo reconocería abiertamente ni bajo tortura china, se carga así, por las buenas, a su mejor amigo… puede que confundiéndolo con él mismo… O no, quizás lo ideal sería que todo hubiese sido fruto de una extraña casualidad, bien como consecuencia de una imprevista autotraición alucinógena, o bien como causa de una paranoia esquizoide provocada por la interna lucha amor-odio que se vivía, desde el día en que la conoció, en el corazón de Pedro.

¿Ley divina? ¿Destino? ¿Casualidad?… ¡Qué más da! Ya no hay vuelta de hoja, y lo único cierto es que los gusanos afilan ya sus cubiertos para, sin más demora, hincar el diente en la fresca carne joven que acaban de adquirir a precio de saldo, que poca carne joven suele haber de oferta en esta época de longevidad, ya que sólo carne vieja, dura y arrugada, procedente del matadero al que los humanos llaman geriátrico, es distribuida regularmente en el frío país de los gasterópodos…