LI.
Por fin Pedro había regresado de su particular Itaca. Seis días habían transcurrido: dos en Palencia, luego cuatro en Madrid… y sin haber podido aclarar nada, al menos materialmente. Nada tangible que llevarse al subconsciente, excepto una nota extraña que Ingrid había dejado como “testamento de despedida” y el comienzo de “Midnight’s Children” del perseguido Salman Rushdie en forma de hoja arrancada de un libro. Sólo la imaginación permitía elucubraciones un tanto hipotéticas y carentes de todo rigor científico; dicho de otra forma, si tuviese lugar un juicio no habría ni una sola prueba efectiva, tan sólo divagaciones, testimonios claramente subjetivos que podrían llevarnos de un lado a otro sin llegar jamás a una solución definitiva.
Fernando estaba ya al borde de la histeria; no tenía noticias sobre las andanzas de su amigo desde aquella llamada telefónica recibida desde Palencia, por eso reaccionó de una manera harto violenta cuando Pedro llamó para decir que ya estaba de vuelta en casa, que cuándo podía pasar a devolverle el coche, aunque, casi instantáneamente, Fernando dejó paso a la alegría, euforia que mataba de un plumazo la anterior preocupación: el hombre del que estaba enamorado, el oasis de su monotonía, estaba bien, no le había ocurrido ninguna desgracia.
Pedro había tenido la delicadeza de parar en un taller de León para que arreglasen el piloto trasero del coche, que sentía la necesidad obligada de entregar el coche tal y como se lo habían prestado, aunque sí que con unos cuantos kilómetros más bajo sus ruedas. Pero este detalle era de lo más nimio, a Fernando le traía sin cuidado… Preocupación que se transforma en súbita alegría, alegría que se va combinando con la intriga de adentrarse cuanto antes en la aventura de la curiosidad por saber qué había podido aclarar Pedro sobre la muerte de Javi.
– Pues ya ves, tío; tanto viaje, tanto rollo, para encontrarme sólo con contradicciones y más contradicciones. – Pedro parecía cansado, no muy dispuesto a contar en detalle todo lo que, en principio, parecía haber descubierto.
– Venga, relájate de una puta vez. Siéntate a tomar el café con tranquilidad, y me vas contando todo… pero por orden, ¡eh?, que si no, no me voy a enterar… Bueno, si te apetece, claro; porque yo…
– Sí, creo que será lo mejor. Además, puede que tú llegues a alguna conclusión lógica, porque lo que es yo… – Pedro apura el último sorbo de su café cortado, y se dispone a soltar su monólogo ante los atentos oídos del impaciente Fernando – Lo del desguace de Palencia me lo salto, que ya te lo conté.
– Sí, sí, lo del accidente de aquellos tres tíos; ayer, cuando me llamaste.
– Efectivamente. Pues luego me fui a Madrid… Los tres fallecidos en el accidente eran unos tíos de Madrid, y allí tendría que encontrar algún indicio… Joder, yo estoy cada vez más seguro de que ése fue el coche que atropelló a Javi, y resulta que el maldito coche de los cojones llevaba ya una gran temporada en aquel taller, como un puto acordeón… A lo que iba; yo había apuntado los nombres de esos tres tíos del Ford Fiesta: Víctor, Antonio y José Antonio – Pedro omite algunos detalles conscientemente, como el encontrar la hoja del libro de Salman Rushdie, ‘Midnight’s Children’, sin otra intención que la de no implicarse, al menos de forma material, en los hechos acaecidos, que, por lo que de macabros tienen, no deben, de ninguna manera, ramificarse hasta llegar a él mismo -… El coche pertenecía al primero de ellos, Víctor, con lo que desde entonces dirigí mis pesquisas hacia él. En Madrid iba a ser muy difícil encontrarlo, pero yo no me iba a rendir a las primeras de cambio. Compré un plano-guía de Madrid para poder moverme con un poco de soltura, y sin tener que estar preguntando a alguien cada dos por tres; luego llamé a Ingrid a su casa, no sin antes habérmelo pensado bien, concienzudamente… no sabía si estaba preparado para enfrentarme a ella, pero necesitaba ayuda y, bien pensado, ella podría aclarármelo todo… o nada. Lo que ocurrió fue muy extraño: me contestó su madre y, al preguntar por ella, se echó a llorar… yo no sabía qué decir. Por suerte, su hermano Erik cogió el teléfono, y, tras preguntarme intrigado quién era y qué quería, me contó que no sabían nada de ella desde hacía, más o menos, un mes y medio, que se imaginaban que se habría ido lejos ya que se había llevado todas sus cosas, todas sin dejar una, tan sólo una…No sé por qué, pero yo ya me sospechaba algo parecido. Antes de colgar el auricular, Erik me invitó a pasar por su casa, cosa que hice, aunque dos días más tarde.
– Joder, entonces ella no pudo haber sido, ¿no?
– En principio sí. Si recuerdas la fecha en que Javi fue atropellado, te darás cuenta de que sucedió hace un mes y dieciséis días exactamente. Y, además, el hecho de que haya desaparecido no implica que ella no pudiera estar en Oviedo aquel día… ¿no? Es más, ella desapareció un lunes, un día después del accidente… Erik me contó que ella se había pasado todo el fin de semana fuera, sin haber siquiera avisado en casa… ese fin de semana, precisamente ese fin de semana.
– Sí, tienes razón… claro… ¡Entonces ya está! ¡Está clarísimo, tío!
– ¿El qué?
– Fue ella; se lo cargó, no sé si intencionadamente o no, pero se lo cargó y luego se dio a la fuga… es evidente.
– Joder, Fernando, eres de un impaciente de la hostia. Espera, ten calma, colega, que aún te queda mucho por escuchar…Déjame contártelo todo por orden y al final opinas, ¿vale?
– Vale, vale; ya me callo.
– ¿Por dónde iba…? ¡Ah, sí…! Yo sólo disponía de tres nombres con sus respectivos apellidos. Empecé, como ya te he dicho, por Víctor, Víctor Manuel González Ortiz. Ahí tuve que recurrir por cojones a mi primera suposición: el tal Víctor tendría algún hermano o hermana, con lo que me encaminé a una sucursal de Telefónica para apuntar los números de teléfono de todos los apellidados González Ortiz que vivían en Madrid; tuve suerte, en el tomo de la ‘A’ a la ‘K’, en la página 1096 había sobre setenta personas apellidadas así; pocas para lo que yo había previsto.
– Tío, estás como una puta regadera…
Sin decir nada, tan sólo con la mirada reprobatoria que Pedro envió directamente a los ojos de Fernando, éste supo inmediatamente que no debía interrumpir el relato de su amigo con más gilipolleces de ese tipo si quería seguir saciando su curiosidad. Con un gesto, tipo defensa central que acaba de hacer una entrada asesina al delantero del equipo rival y se disculpa ante el árbitro con cara de pero-si-yo-no-lo-he-tocado para de esa manera evitar que le saquen la tarjeta roja, Fernando pidió disculpas, a la vez que dio también a entender que no osaría intervenir ni una sola vez más a destiempo.
– Bien, prosigo. Luego entré en una cabina, no sin antes dejar de avisar a la encargada sobre la cantidad de llamadas que con toda probabilidad necesitaría. Comencé a llamar. La verdad es que resulta un poco desesperante llamar y llamar sin obtener la respuesta esperada. Iba señalando también los teléfonos en los que no me contestaban, o en los que respondía el dichoso contestador automático. Eran casi las diez de la noche, y ya estaban a punto de cerrar, cuando obtuve el premio merecido a mi perseverancia. ‘¿El señor González Ortiz?’, pregunté mecánicamente; ‘No, se confunde. Yo me apellido así, pero soy señora…’, contestó una chica con un tono de voz entre confuso y condescendiente; ‘¡ah!, sí claro, perdone… es que necesito una información; es algo urgente…’, y le pregunté directamente si tenía algún familiar llamado Víctor Manuel; ‘Sí, mi hermano… … pero murió hace dos años y medio… en un accidente de tráfico…’ ¿Te das cuenta? ¡Había conseguido llegar hasta él!
Activé mis neuronas y pensé en algo que pudiese llevarme, sin infundir sospechas, hasta Aurora, que así se llamaba la hermana del tal Víctor, que, por cierto, está buenísima, tiene unas pedazo tetas de la hostia, y un cuerpo…¡vaya cuerpo, tío!… Bueno, pero a ti eso ni te va ni te viene…
– Ya sabes que a mí me llaman más la atención un buen par de bultos muy distintos… aunque no los cate… pero, venga, tío; ¿a qué viene ese inciso ahora? Sigue, joder… no pares ahora, que ya no me quedan uñas.
– Vaaaale… Después de disculparme diciendo que sentía mucho lo de Víctor y todo ese rollo al que se suele recurrir en estos casos fingiendo seriedad y compungimiento, le dije que ya lo sabía, que yo era primo de José Antonio Valero, otro de los que palmaron en el accidente de marras, y que necesitaba urgentemente algunos datos para ver si podía esclarecer de una vez por todas el asunto de aquel misterioso accidente que, como ya sabes, no había quedado nada claro en el informe pericial.
– ¿Yo? ¡Yo qué voy a saber!
– Sí, hombre, te lo conté desde Palencia, ¿no?
– ¡Qué coño me ibas a contar, si sólo me diste detalles por alto…!
– ¿Ah! Yo creía que… pensaba que ya te lo había contado. Pues nada, que no se sabían las causas del accidente; el Ford Fiesta invadió el carril contrario de repente, sin que fuese una maniobra de adelantamiento ni nada, justo cuando venía un camión de frente… y lo mas alucinante es que siguió en línea recta y acelerando durante unos segundos hasta darse de bruces contra el camión. Los posteriores análisis de sangre no dieron señales de consumo de alcohol, ni de ningún tipo de sustancia alucinógena. Nada de nada. El coche, que no era más que un puto montón de chatarra oxidada, no tenía ni seguro, y los papeles se habían extraviado todos, absolutamente todos… Joder, nadie figuraba como propietario del maldito coche rojo. Todo extraño, demasiado extraño como para encontrar una explicación coherente. Pero, bueno, ahí tenía yo mi punto de unión con la hermana de Víctor… Quedamos en vernos al día siguiente, en una cafetería del centro comercial de La Vaguada. Ella llevaría puesta una gorra a cuadros blancos y negros para que así pudiese yo reconocerla. Llegué media hora antes, a las once y media – habíamos quedado a las doce. Sobre las doce y diez, cuando ya comenzaba yo a impacientarme un poquito temiéndome que no viniese, apareció radiante, con su gorra a cuadritos – como ya te he dicho, la tía está más que buena… vamos, capaz de estimular hasta la imaginación más reacia a las practicas masturbatorias, y ya casi se me estaba olvidando el motivo real de aquella entrevista -; mis neuronas comenzaban a trasladarse a pasos agigantados hacia mis genitales… Pero desperté, y llamé de inmediato su atención levantándome del asiento que ocupaba haciéndole gestos ostensibles con mi mano derecha. Al verme, vino muy sonriente hasta mi mesa, nos presentamos y comenzamos a charlar con una fluidez impropia en dos personas que acaban de conocerse… Bueno, espera, que voy a encender un pito… ¿Quieres tú uno?
– No, gracias, no fumo… entre semana.
– ¡Coño! ¿Y eso?
– Pues ya ves, empecé a fumar algún que otro cigarrillo, desde el día aquel en que me contaste la historia de Ingrid… ese día fumé mi primer cigarrillo. Pero nada, sólo fumo cuando salgo de marcha los fines de semana…
– Así se empieza; ya verás, dentro de unos meses serás un fumador en toda regla, como todos los que fumamos… Un cliente más para Philip Morris.
– No sé; ya veremos… aunque creo que lo puedo controlar, al menos de momento.
– ¡Ya te digo!
– ¿Y eso…?
– ¿Eso qué?
– Eso de ‘ya te digo’
– ¡Ah! Te refieres al ‘ya te digo’… Joder, que acabo de llegar de Madrid, y por allí todo el mundo lo dice; es una coletilla muy pegadiza.
– Pues anda que si llegas a estar un mes en Madrid…
– Ya sabes, tío, hay que adaptarse, ¿no?… Venga, sigo, que si no nos van a dar aquí las mil y quinientas… Después de hablar con ella, con Aurora, un buen rato, me contó que su hermano Víctor aún hacía COU cuando ocurrió lo de su accidente, que había dejado de estudiar unos años antes en 3º de BUP, y que había decidido retomar sus estudios ante la agobiante falta de trabajo y todo eso… Por delicadeza no mencionamos mucho lo del accidente – recuerda que yo estaba representando el papel de primo de José Antonio -, sólo me dijo que ella sabía lo mismo que podía saber yo sobre lo ocurrido…Sí que le pregunté si sabía a quién pertenecía el Ford Fiesta. Me contestó que, por lo que ella había oído, conducía su hermano en el momento del accidente, y que el cochecito de marras no era de ninguno de los tres. ‘Ya, ya sé que de mi primo no podía ser’, me di prisa en replicar ante el temor de que ella descubriese mi trama. Quizás me estaba excediendo en mi celo por pasar por primo de José Antonio Valero, pero nunca se sabe, mejor sobreactuar que quedarse corto… aunque, bueno, si se llega a los límites de James Dean, casi es mejor ser entonces Victor Mature, el rostro sin gestos… ¡Mi madre! Vaya una fuga de olla más tremenda…¡Céntrate, Pedro! El caso es que ella me dijo, después de mi lamentable inciso, que a su hermano el coche se lo había prestado una amiga el día antes del accidente, que ellos se dirigían a Llanes para pasar unos días con un amigo de Oviedo. Pero, ¡oh maldita mala suerte!, no sabía ni ella, ni nadie a quien ella conociese, cuál era la identidad de aquella amiga. Una amiga, sin más. La amiga misteriosa. Ya, ya sé lo que estás pensando. Ingrid, ¿no? Who knows, Fernando! Who Knows!… … … … Nos despedimos hasta siempre, ya que ella, palabras textuales, tenía que ir a comer con su marido. ¿Te das cuenta…? ¡Con su marido! ¡Qué putada! Estaba casada la muy zorra… aunque ese simple hecho no hubiera supuesto ningún impedimento para un buen polvo… al menos por lo que a mí respecta… … De este breve encuentro con Aurora, por lo menos pude sacar algo en claro: mi siguiente idea: visitar el instituto en el que había estudiado Víctor, ni más ni menos que el famoso ‘Ramiro de Maeztu’, en Serrano… sí, ho, famoso por lo del baloncesto… el equipo de Estudiantes… ya veo que de baloncesto ni puta idea.
– No, ni puta idea de baloncesto… ni de ningún otro deporte.
– Joder, mira que eres raro… Bueno, pues resulta que ese instituto con nombre de escritor fascista es conocido por estar relacionado con un equipo de baloncesto de Madrid. Joder, eres un auténtico analfabeto del deporte…
Bien, pues después de llenar mi estomago con mogollón de basura en forma de asquerosa pizza, me dirigí al citado instituto para ver si me podían facilitar la lista de alumnos de 3º de BUP del curso 87-88, que, habiéndolo calculado con lo que me había dicho Aurora, debía ser el curso en el que el menda ese dejó de estudiar – aunque no definitivamente, ya que eso sucedió gracias al accidente…- Al principio, en secretaría no querían darme la lista; pero, sobre la marcha, me inventé una buena excusa diciendo que yo era José Antonio Valero Valle (supuse que éste también habría estudiado allí), y que quería reunir a la gente de esa promoción para hacer una cena de reencuentro… todo muy americano, ¿no te parece?
– Sí, desde luego.
– Sí, como viajar a ‘Texasville’ desde ‘The Last Picture Show’.
– ¿Qué…?
– Sí, hombre, las dos pelis de Peter Bogdanovich con Cybil Shepherd, Jeff Bridges, Timothy Hutton… La primera es del ’72 o por ahí, y rodó la secuela veinte años después…
– No sé, ni puta idea… ¿Un futbolista, quizá?
– Joder, tú que eres un fan acérrimo de ‘Doctor en Alaska’, al menos deberías saber quién es Peter Bogdanovich… en el capítulo en el que Maurice encarga a Ed la organización de un festival de cine en Cicely, y éste va y se gasta todas las pelas en traerse al Bogdanovich… que hace de sí mismo…
– Sí, recuerdo ese episodio… pero no vi esas películas, ni sabía quién era ese Bog…
– Bogdanovich… Nada, olvídalo. Ya veo que de cine… El caso es que al final, gracias a mi perseverancia, me entregaron la dichosa lista de alumnos; entre todos los grupos sumarían unos doscientos, más o menos (tampoco me paré a contarlos). Revisé todos los nombres; allí estaban los tres accidentados, normal; pero antes, como iba siguiendo la lista por el orden alfabético de los apellidos, me encontré con mi primera sorpresa: Carril García, Javier Antonio… ¡Javi, tío! ¡Javi…!
– ¡La leche…! Tú amigo, ¿no?
– Ni más ni menos que el propio Javi…
– Oye, perdona un segundo, pero es que te vas a quemar con el pito, que está a punto de llegar a la altura de tus dedos.
– ¡Hostia! Ni me acordaba ya del puto cigarro – Pedro hace un mínimo intervalo para apagar ese cigarrillo consumido por auto-ignición – Pero esa no era la única sorpresa. Una vez que había encontrado al último de los que yo estaba buscando, Vázquez González, Antonio José, por curiosidad continué revisando nombres en la lista… hasta que llegué a Zamudio Frías, Ingrid. ¡También estaba la ínclita Ingrid entre los estudiantes de 3º de BUP de aquel curso…!
– ¡No jodas…! ¡Vaya fuerte! ¿No?
Se hace el silencio entre los dos contertulios, el que cuenta la historia vivida y el paciente receptor. Perece como si lloviesen multitud de preguntas sobre cada una de las dos mentes pensantes que comparten mesa en un solitario café del centro de Oviedo. Fernando siente que él debe ser el que rompa el fuego, para lo cual lanza al aire la más que evidente pregunta.
– Entonces, ¿qué relación podrían tener Javi e Ingrid entre ellos… y con los del accidente? Porque lo que sí que está muy claro es que todos se conocían… Seguro que ella es la amiga que les dejó el coche. Yo creo que ya casi se podría asegurar con rotundidad.
– Hombre, Javi… no sé, era un tío muy cerrado, casi nunca quería hablar sobre su pasado… no parecía haber dejado muchos amigos en Madrid… Joder, ni siquiera me había contado que había estudiado en el ‘Ramiro de Maeztu’… y eso que vimos juntos algún partido del Estudiantes… … Sobre Ingrid y los otros tres he llegado a elaborar mi propia teoría: creo que fueron los que la habían violado en los vestuarios del instituto. Por lo que puedo recordar con claridad, ella me había dicho que su novio, el primero en actuar y luego instigador de los otros, se llamaba Víctor… No sé, es sólo una mera intuición, en la lista había otros cuatro o cinco llamados Víctor… puede que el coche sea una señal, un lazo de unión entre ellos. Pero si fueron esos tres los que la violaron, no creo que Ingrid les hubiese dejado prestado el coche… no creo que pudiese considerarse más como una amiga de ellos. O puede que sí, que les hubiese prestado el coche… y que de ahí se derivase el accidente… ¡Joder de dios, yo qué sé!
– Puede que alguna de esas conjeturas tuyas esconda la verdad de lo ocurrido… pero eso sólo lo podría aclarar Ingrid; por cierto, ¿qué pasó, aparte de lo que ya me contaste que te dijo Erik, cuando fuiste a visitar a su familia?
– Es que eso es lo mas acojonante de todo… es como si Ingrid no hubiese existido nunca, como si nunca hubiese vivido en aquella casa; no había ni rastro de ella … … ¡Hostias, la foto!
– ¿Qué foto?
Y sin dar contestación, Pedro se levanta de la mesa y sale corriendo de la cafetería. Fernando, una vez repuesto del sobresalto inicial, sale tras la estela de su amigo. Ninguno de los dos se acuerda de pagar las consumiciones, pero el camarero tampoco puede reaccionar a tiempo, tan sólo se queda allí de pie, tras la barra del bar, secando tazas de café recién salidas del lavavajillas. Fernando observa, al salir, que Pedro ya ha cruzado la calzada y que se dirige hacia su casa; él, en cambio, tiene que esperar a que el señor verde del semáforo se digne a aparecer de nuevo para poder cruzar… Transcurridos diez minutos, Fernando llega a la altura del portal número treinta y seis de la Calle Fray Ceferino y, aprovechando que salía una vecina, entra y sube en el ascensor hasta el sexto piso para comprobar, una vez que el elevador se ha parado en su punto de destino, que la puerta del piso con la letra C está abierta de par en par. Duda por un instante, pero al final decide adentrarse sin dar señales sobre su presencia en la jungla de aquella intriga. Recorre todo el pasillo hasta llegar a la habitación de su liado amigo; vuelve a dudar, aunque menos en esta ocasión, y da dos pasos, con lentitud, hasta llegar a una posición desde la que puede ver el interior. Allí está Pedro, sentado sobre la cama, en actitud relajada y riéndose con sus labios, que no con sus ojos, ya que éstos se encuentran mirando al infinito.
– Pedro, ¿qué pasa?
No recibe respuesta todavía.
– Vale, si quieres estar solo entonces me voy. Ya te paso a buscar mañana para ir a clase.
– No, espera un momento.
– No, hombre, que me da igual. Ya me contarás lo que te sucede… si te apetece, claro.
– ¿Recuerdas aquella foto, la única que tenía de Ingrid… la de la boda de mi prima?
– Sí, claro que la recuerdo.
– Pues ha desaparecido… sencillamente ha desaparecido… porque sí… ¡¡Joder!!
– ¿Cómo…?
– Que se ha volatilizado… La guardaba en este cajón de mi mesilla y, como podrás observar, están todas mis cosas menos la maldita foto. Esto se va complicando cada vez más.
– ¿No te la habrá cogido alguno de éstos para gastarte alguna broma o algo así?
– No, no creo. Esto es como una reacción en cadena, pero una reacción sin ningún tipo de lógica científica… tampoco están las cartas que ella me había escrito… ni una sola, ni una…
De nuevo reina el silencio compartido, que sólo se interrumpe cada vez que Pedro enciende un pitillo. Fernando piensa que, total, por una foto y unas cartas, tampoco hay porque ponerse así; de la foto ya hará una copia, que sólo es cuestión de pedir el negativo a quien la hubiera tomado… lo de las cartas ya resulta un poco más complicado… pero, en definitiva, tan sólo supone una complicación más, una más que añadir a todo el cúmulo de ellas que se iban presentando una tras otra, una tras otra… y sin previo aviso.