… DE LA VIDA… VIII

VIII.

   –  ¡Qué si tienes condones! Pareces gilipollas, colega.

  –  ¡Eh? ¿Qué? ¿Que si tengo condones? Pues no, no tengo. Pero una vez, Jaime Prado llevó uno a clase de Geografía y, además, ¡lo hinchó!… Aunque yo no me atreví ni a tocarlo. ¡Jodeeer!

     Pedro comenzaba a notar como se exteriorizaban los efectos del tequila, combinados sutilmente con los de la raya de coca que acababa de ponerse. Se había sorprendido a sí mismo diciendo un taco, ¡un puto taco!, hablando como cualquier otro chico de su clase. Se puso serio, pero la seriedad duró justo lo que tardó en mirar a Ingrid a los ojos.

      – ¡Ah, pues yo sin condón no follo, tío! Están las cosas como para andar dejando que se la metan a una sin la dichosa gomita, que paso de quedarme preñada, que luego a ver quién cojones me paga el aborto, que son treinta mil pelas. ¡Ya te digo!

      Pedro alucinaba; no podía salir de su asombro. ¿De dónde habría salido aquella chica? En una ocasión se había dado un beso con María José en el cine, a oscuras; un beso furtivo, robado, un beso que ella le pudo sisar aprovechando el momento de distracción que Pedro estaba viviendo gracias a la película de chinos karatecas que llenaba la pantalla. De eso hacía ya casi tres años, y todo lo que Pedro fue capaz de decir en aquellas circunstancias se limitó a un previsible “pero, ¿qué estás haciendo?”.

      Ahora se encontraba inmerso en una gran encrucijada. Había que actuar con suma rapidez y, en especial, con determinante efectividad.

      “Espérame aquí, que voy a conseguir uno”, proclamó firmemente antes de salir a toda prisa del baño. Se sentía como Lancelot en busca del Santo Grial. Los Caballeros de la Mesa Redonda volverían a reunirse. Camelot volvería a ser un lugar feliz. Arturo reinaría, al fin, pero con una corona de látex en su cogote.

      Pensó en su primo Jose: “Ese seguro que tiene condones; siempre anda por ahí con chicas”. Lo buscó con la mirada, recorriendo uno por uno cada grupo de invitados, hasta que lo divisó, ¡cómo no!, en la barra del bar, apoyado sobre la misma en una postura que delataba su patética chulería y, por supuesto, hablando con una chica, intentando ligársela. Pedro se acercó apresuradamente hasta aquella posición, sin molestarse siquiera en devolver los saludos que algunos de sus familiares le enviaban.

       – Oye, Jose, ¿puedes hacerme un favor?

     – Hombre, primo… (Este es mi primo Pedro, el beato – dijo, dirigiéndose a la chica que lo acompañaba.) Claro que sí. ¿De qué se trata?

       – Es…Es q-que no lo puedo decir así… en público – Le contestó Pedro hablándole en un tono muy bajo.

       – Pues dímelo al oído, entonces.

      -¿Tendrás un condón? – Preguntó acercando su boca a la oreja izquierda de su sorprendido primo mayor.

      -¡¿Que?! Repíteme eso.

      – Un preservativo, es que lo necesito urgentemente.

      Jose se separó de la barra del bar alejándose lo suficiente de la chica rubia que estaba a su lado, no sin antes advertirla convenientemente: “Espera un poco, tía, que ahora mismo vengo”. Y fuera del salón donde se celebraba el baile nupcial, entregó a Pedro su particular grial; y no sólo uno, sino dos, y ofreciéndole, sin recargo adicional, una serie de consejos de primo mayor y vividor; consejos que Pedro ni escuchó, aunque no dejase de asentir con la cabeza para no hacerle un feo a su buen primo, a su salvador.

     Regresó al baño, donde Ingrid aún esperaba tarareando inconscientemente «Stand and Deliver», esa canción de Adam and the Ants que Pedro ni siquiera conocía aún.

      – Joder, colega, ya me iba a pirar. ¿Cómo has tardado tanto? Me aburría y me hice este porro. ¿Quieres? ¿Lo has conseguido?

      – Sí – Contestó Pedro, respondiendo a las dos cuestiones planteadas previamente, antes de coger el canuto y pegarle una torpe calada plena de tos sin tragar el humo; ni tan siquiera había fumado un cigarrillo con anterioridad.

      – Pues, cojonudo. Estaba ya pensando en hacerme una paja. Voy super-caliente.

      El acto en sí no duró más de medio minuto. Pedro no se encontraba del todo bien: el alcohol, las drogas… todo ello formaba parte del rito iniciático. Todo, para sentirse luego como un idiota por haberse corrido tan pronto; y más todavía cuando, a continuación, observó como Ingrid se frotaba con avidez el clítoris, lo que le llevó un buen rato antes de finalizar entre gemidos y resoplidos varios.

      Pedro dejó resbalar su espalda por el azulejado de la pared del baño hasta quedar sentado en el suelo. Acopló luego su cabeza entre las piernas, y se echó a llorar.

      – Venga, tío, que no es para tanto… Ya aprenderás… supongo.

      Ingrid ya había finalizado su proceso masturbatorio, y se subía ahora los tejanos negros frente al espejo.

      – Es la primera vez que lo hago – Surgió, de forma entrecortada, de las entrañas del pobre Pedro.

      – No, si no hace falta que lo jures.

      Ingrid abrió la puerta y salió del retrete. Pedro levantó la vista, la vio alejarse, y luego se encontró con la atenta mirada de su tía abuela Juliana, que le enviaba una indefinible sonrisa desde el centro del otro espejo. Con el mareo recorriendo el interior de su cabeza y bajando, sin remisión, hacia su estómago, no le quedó más remedio que incorporarse para hundirse en la taza del inodoro a vomitarlo todo.

… DE LA VIDA… VII

VII.

      Noche de Reyes de 1979. Un niño de unos siete años no puede conciliar el sueño: “¡Qué nervios!, ¿me traerán el Camión de ‘Rico’?, ¿y el ‘Turbocopter’ para mi ‘Geyperman’?… Tengo sed, voy a beber agua”.

      Al salir al pasillo, oye unos extraños ruidos; alguien se está quejando, gritando de puro dolor, ¡le están haciendo daño! Siguiendo la estela que su oído le marca, se va acercando cada vez más a la habitación de sus padres. Pedro es hijo único, un niño mimado, aunque demasiado inocente y bueno para ser real. Está asustado, plantado frente a la puerta entreabierta del dormitorio de sus progenitores. Le echa valor, al fin, y se asoma un poquito. Mirando de reojo, ve a su padre desnudo encima de su madre, moviéndose, sudando, gimiendo. Pedro retira la cabeza y se apoya contra la pared paralizado por el susto. “Papá es muy malo”, piensa. Se esconde, a continuación, porque oye como uno de los dos se levanta y comienza a caminar en dirección a la puerta; observa como su padre, todavía desnudo, sale del dormitorio y se dirige hacia la cocina, y luego puede oír desde el escondite de su oscuridad como tira algo al cubo de la basura antes de servirse un vaso de agua del grifo. Una vez que su padre ha abandonado la cocina para regresar presto al dormitorio, Pedro entra sin hacer ruido en la cocina y husmea, acto seguido, entre los desperdicios que pueblan la bolsa de basura, lo que su padre ha podido tirar allí hace tan sólo unos instantes. Entre todo el material de desecho, destaca un trozo de plástico fino, como si fuera un globo desinflado, de un tono marrón muy tenue. Lo recoge del cubo y lo analiza con detenimiento: “¡Qué asco!, ¿qué será este líquido blanco que hay dentro?”, piensa en alto sin alzar demasiado su voz mientras con los dedos índice y pulgar de su mano izquierda manipula la punta del preservativo.

… DE LA VIDA… V

V.

   “Dios mío, no sé si estaré haciendo las cosas del todo bien. Esa chica me gusta mucho, muchísimo, y yo creo que ella también se ha fijado en mí. Ahí están mis padres, tan tranquilos, confiando en mí, como siempre, y a mí me parece que Ingrid va a drogarse… y me siento un poco arrastrado. Bueno, total, por un día no va a pasar nada. En tus manos quedo, Padre mío. ¡Madre mía!, y ahora estamos yendo al baño de las chicas…”

      Ingrid echa el cerrojo; están los dos encerrados. Solos los dos. Ella saca de su cartera una papelina que contiene un polvo blanco.

– ¿Tienes un billete?

– ¡Eh?

– ¡Un billete de mil, de lo que sea!

– ¡Aaah! Sí. ¿Cuánto te tengo que pagar?

– Joder, serás bobo. Es para enrollarlo y luego aspirar por la nariz. No tienes que pagarme nada, yo te invito.

      Con su navaja preparó dos copiosas rayas de coca que destacaban, casi brillaban sobre el fondo negro de la cartera de piel de vaca que su ex-novio, Víctor, le había regalado hacía ya más de un año. Pedro observa lo que hace Ingrid y luego repite los mismos pasos: acerca su cabeza a la cartera, introduce el billete en el orificio derecho de su nariz, y aspira con fuerza siguiendo la línea blanca ; se para casi en el medio, y traslada el billete a su orificio izquierdo, pero en ese instante se le escapa un pequeño e inevitable soplido que esparce por la cartera casi todo el inmaculado polvo; mira de reojo y, como se da cuenta de que Ingrid no lo está mirando, se apresura a esnifar el resto moviendo en zig-zag el billete enroscado.

– Oye, Pedro.

– ¿Qué?

– ¿Habrás traído condones, no? Es que a mí se me olvidaron en el hotel…

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