… ENCADENADA

LXI.

– Nunca me has contado por qué te hiciste esos tatuajes, ni qué significan para ti ‘rage’ y ‘revenge’.

– Ira y venganza, significan ira y venganza.

– Joder, que eso ya lo sé, que estudio Inglés. Me refiero a las razones que te han impulsado a tatuarte en el culo esas dos palabras, y ¿por qué en inglés?

– Mira que eres varas, tío. Me has hecho esa misma pregunta en todas y cada una de tus cartas y, como ya sabrás si has leído detenidamente mis misivas, nunca te la he contestado. No quiero, no tengo porque contestar.

– Vale, vale, tía… no hace falta que te pongas así. Sólo es por pura curiosidad… por conocerte un poco mejor… Si alguna vez yo me hago un tatuaje, lo haré porque para mí aquello tendrá un significado especial. Sólo quería saber eso, lo que significan personalmente para ti.

– Me los hicieron el cinco de octubre de 1984 en Benidorm. Estaba allí de vacaciones con mis padres… y me los hice por razones personales, muy personales. Lo del inglés es porque el tatuador era australiano, y tampoco quería que, si alguna vez me los veían mis padres, pudiesen entender su significado. Lo siento, pero no te puedo explicar más… puede que algún día lo entiendas.

– Joder. A veces me da la impresión de que no te acabo de conocer del todo. Siempre estás a la defensiva conmigo.

– Ya ves… Hay tantas historias que contar, tantas, tal exceso de vidas eventos milagros lugares rumores, todos combinados… tal densa condensación de lo que nunca será y de lo mundano…

– ¡La hostia! Vaya un rollo más raro que me estás metiendo, tía. Yo sólo quiero saber quién eres, joder, y tú me sales por peteneras.

– ¿Que quién soy yo, tú quieres saber quién soy yo en realidad…? Pues yo he sido una devoradora de vidas; y para conocerme, para saber quién soy yo, tendrás que tragarte todo el conjunto también.

– No sé ni para qué pregunto…

Y la chica monta en el autocar que la llevará desde Oviedo hasta su destino final. Sabe que ha pasado un buen fin de semana en compañía de su amigo Pedro; también sabe que nunca más lo volverá a ver… porque sabe muy bien cuál es su futuro, y éste estará lejos de la estela de aquel muchacho cariñoso y cabezota que ahora la despide entre grandes aspavientos, entre gestos que parecen de desproporcionado amor. Lo que ella no puede saber es que, aunque aquel chico sí que la quiere, tanta efusividad se debe también al hecho de que por fin podrá estudiar tranquilamente para su examen de Crítica Literaria… aunque al llegar a casa no podrá estudiar, tampoco podrá dormir. “Joder, yo siempre he pensado que esos tatuajes se los habría hecho después de la violación… Es lo lógico. Y ahora va y me dice que se los hizo el cinco de octubre del ’84… Yo alucino. ¿Por qué cojones se habría tatuado esas dos palabras antes de que la violaran…? No tiene sentido… ¡Pues anda que todo ese rollo que me metió al final sobre ‘la devoradora de vidas’ y todo eso…! Mira que es rara esta tía.”

Media vuelta en dirección a casa; no sabe ni por qué, pero sus pasos van acompañados del tarareo inconsciente de una canción de Big Country, Just a Shadow (Tan sólo una Sombra):

It’s just a shadow of the woman you should be
Like a garden in the forest that the world will never see
You have no thought of answers only questions to be filled
And it feels like hell

(Es tan sólo una sombra de la mujer que deberías ser / como un jardín en medio del bosque que el mundo nunca verá / No piensas en respuestas, sólo en preguntas que formular/ Y te sientes como en el infierno.)

… DE LA VIDA LVIII…

LVIII.

La cámara hace un travelling a lo largo de un pasillo que dobla – después de recorridos unos seis metros – a la derecha hasta llegar a una puerta de madera de pino barnizada en tonos caoba, que se abre para permitir nuestro paso al interior de una amplia habitación. Lo primero que vemos al entrar es un sillón de terciopelo azul; detrás, como a un metro de distancia más o menos, un armario empotrado; giramos la cámara a la derecha, y entra en cuadro el resto de la estancia: una cama ubicada justo en el medio y al fondo una ventana, bajo la cual tenemos una mesa a la que está sentado Pedro; nos acercamos a él y dejamos un plano medio fijo.

¡Hola! Aquí estoy de nuevo, esperando a que lleguen Fernando y su novio, Rafa. Se conocieron hace un año y medio en una de las multitudinarias fiestas que organizamos en mi piso. Rafa era compañero de clase de Iñigo; habían estudiado juntos para algún que otro examen, y en una de esas Iñigo decidió invitarlo a ‘La Fiesta’, como la denominaría posteriormente Fernando. La verdad es que Iñigo quedó un poco chafado, (no sabía que Rafa era homosexual), pero con el paso del tiempo ha terminado por entenderlo, olvidándose de su vena un pelín homófoba.

Vamos al cine los tres, a ver – por fin hay una sala en la que sólo ponen películas en versión original con subtítulos – ‘Amateur’ de Hal Hartley. Como de costumbre, éstos empiezan a retrasarse…

Ya hace tres años y siete meses que murió mi amigo Javi. Juan y Gloria, sus padres, regresaron a Madrid, quizá por no poder soportar por más tiempo la asociación de esta ciudad con la muerte de su vástago. Gloria, muchas noches, sobre todo aquellas en las que yo me encontraba estudiando frente a mi ventana, solía ir hasta la habitación de Javi; una vez allí encendía la luz, luego subía la persiana para que así yo pudiese verla mientras se desnudaba lentamente y sin dejar de mirarme fijamente a los ojos. Alguna vez llegó incluso a masturbarse, bien frotando su clítoris con un dedo, o bien introduciendo uno, dos y, en ocasiones, hasta tres dedos en el interior de su vagina. Todo ese ritual me desconcentraba por completo. No sé, el ver la habitación de Javi tal y como estaba cuando él vivía, incluso con los mismos pósters y carteles de entonces, y a Gloria dejándose llevar por sus más escondidos deseos, me producían una angustia tal que yo, aunque no quería seguir aquel juego, llegué incluso, como espoleado por un efecto dominó de tipo onanista, a hacerme, en más de una ocasión, una paja asomado a mi ventana. De esa manera saciaba mi inmediata excitación y también le devolvía a Gloria lo que ella me estaba ofreciendo. Menos mal que se han ido para Madrid; a ver si así puede mi conciencia descansar un poco. Sin embargo Andrea, la hermana de Javi, sí que se ha quedado aquí, en Oviedo, aunque ya no como vecina mía, lo cual es una auténtica pena porque me cae muy bien… yo creo que incluso nos gustamos y todo – por lo menos, a mí si que me gusta ella. Una noche de marcha estuve a punto de entrarle, pero al final me corté, me frenó en seco el hecho de que fuese la hermana de Javi. Ya veis, rollo chungo con la madre, y no me atrevo a decirle a la hermana que me gusta. Quién sabe… nunca es descartable ninguna opción; puede que me decida algún día de estos… de momento me gusta… en silencio.

Estoy escuchando el último CD que me he comprado; es un grupo de Glasgow con nombre japonés, Urusei Yatsura. Suenan un poco a los primeros Pavement, a los de ‘Slanted & Enchanted’, algo también a Sonic Youth… no sé, siempre puedes encontrar referencias válidas; en música todo es válido. Ese nombre tan extraño está sacado de un personaje de manga, y según he leído se presta a dos posibles interpretaciones: ‘chicos ruidosos’ y ‘extraterrestres ofensivos’, ambigüedad que no se resuelve cuando los escuchas ya que ambos significados son perfectamente aplicables al contexto auditivo. Todo este rollo viene a cuento porque me aburro esperando a estos dos tardones… ¡Joder, si quedamos para tomar un café antes del cine se debe ser puntual…! Digo yo. No soporto la impuntualidad, pero Fernando siempre tiene preparada alguna excusa, y más ahora que se ha juntado con Rafa, otro impuntual patológico.

Mejor nos tranquilizamos un poco y cambiamos de tercio, (aunque no me gusten los toros, es más, ¡odio la tauromaquia!). Hoy he recibido carta de mi tío Carlos; sigue como siempre, con sus historias extrañas – ahora dice que me ha elegido a mí para aparecerse después de muerto -. La verdad es que eso me da igual, aunque ese fenómeno me llegue a suceder alguna vez seguiré sin creer en fantasmas. Lo que sí que me alegra es que la relación entre mi tío y mis padres fluya ahora con toda la normalidad que antaño brillaba por su ausencia. No sé si esta situación durará mucho tiempo más; la culpa la tienen los ‘kikos’, y no me estoy refiriendo al maíz tostado, sino al Camino Neocatecumenal, un movimiento religioso ultraconservador que toma su apodo gracias al nombre de su fundador, Kiko Argüello. Últimamente, mis padres están actuando de una forma muy rara: se reúnen en salas a celebrar durante horas su particular eucaristía y luego vuelven con el cerebro bien lavado y planchado. Estos ‘kikos’ cuentan con todo el apoyo del Sumo Pontífice, jefe de la mayor secta del mundo, la iglesia católica. Está claro, monoteísmo es igual a dictadura ideológica… y a mis padres no hay dios que los pueda sacar de ahí. Por otro lado, Carlos es un ser muy ácrata, demasiado para el gusto de mis padres… pero, bueno, en la distancia creo yo que puede funcionar la recuperada relación fraterna. Es más, yo actualmente me llevo bien con mis padres gracias a que evito premeditadamente cualquier tipo de discusión al respecto, aunque me joda en lo más hondo verlos atrapados por ese virus tan maligno. Si llegaran a enterarse de… digamos que un cinco por ciento de lo que yo hago por ahí cuando salgo de marcha, seguro que terminaban exorcizándome en alguno de esos antros tipo Centro Reto.

Llaman a la puerta; ¡por fin! Un momento, que voy a abrir… … … Son Fernando y Rafa. Como aún es pronto para ir al cine, los he invitado a tomar un café aquí en casa…”

– … con leche, ¿no?

– Sí, para mí con leche, y para Rafa también.

– ¡Pero déjale hablar a él, joder, que nunca le dejas meter baza…!

– No, no, si por mí está bien… lo tomo siempre con leche.

Pedro va a la cocina a preparar una cafetera del mejor café de Colombia y a calentar leche en un cazo; mientras tanto, Fernando revisa las nuevas adquisiciones discográficas y literarias de Pedro, y Rafa curiosea con su mirada todos los rincones de la habitación – hoy, por cierto, no excesivamente desordenada -. Una fotografía que cuelga de la pared llama poderosamente su atención; Rafa se levanta y se acerca para poder ver en detalle a la abuela Dolores.

– Oye, Fer, ¿quién es esta señora?

– ¿Cuál, la de la foto?

– Sí.

– Es, o, mejor dicho, era la abuela de Pedro.

En ese instante Pedro regresa de la cocina con una bandeja en la que reposan tres tazas, un azucarero, tres cucharillas, la cafetera humeante y una jarra de leche caliente. Al entrar se encuentra a sus dos amigos plantados de pie frente a la instantánea de su abuela.

– Esta es tu abuela, ¿no?

– Sí, era mi abuela… Murió precisamente aquí, en Oviedo; la mataron durante la revolución de octubre del ’34. Dolores, se llamaba Dolores, ‘La Carretona’.

– Era guapa.

– Sí, muy guapa.

– Sabes, me recuerda un poco a Ingrid… guarda cierto parecido con ella. No sé, la expresión de su cara, esa mirada profunda… y eso que a Ingrid sólo la vi en aquella foto que perdiste…

– Ingrid… ¿Quién es Ingrid?

Pregunta Rafa intrigado. A lo que los otros dos responden con una sonora carcajada de complicidad. Lola ‘La Carretona’ observa toda la escena, desde su hierática templanza, apostada frente a la antigua Cooperativa de Tabacos de Cacabelos, mientras coloca con cuidado su chaqueta gris de punto de cruz para que Honorio, el retratista de Cacabelos, apriete el botón de su aparatosa cámara fotográfica. De esa manera, la imagen de Dolores sobrevivirá a su muerte… por los años de los años.

… DE LA VIDA LVII…

LVII.

La música a todo trapo hace que hasta las paredes se tambaleen. Pedro y Javi están escuchando un disco de los Dead Kennedys – ‘Fresh Fruit For Rotting Vegetables’ (fruta fresca para vegetales podridos) -. Fuman un porro antes de salir por ahí de marcha mientras disfrutan de la voz de Jello Biafra y charlan distendidamente. Es un sábado cualquiera… como otros, pero la madre de Ingrid está muy preocupada porque su querida hija salió el día anterior, viernes, a tomarse unas copas y todavía no sabe nada de ella.

-… ‘Quiero a tu hermana en silencio’

– ¿Qué dices?

– ¡Eh? No, nada, nada. Sólo repetía mecánicamente una frase: ‘quiero a tu hermana en silencio’.

– No jodas… ¿a Andrea?

– Justo, lo que yo decía. A ver cómo cojones te lo explico… O sea, tú acabas de entender que yo estoy colado por tu hermana Andrea.

– Sí, tú lo acabas de decir… yo no me estoy inventando nada.

– Esa frase – ‘quiero a tu hermana en silencio’ – tuve que representarla ayer en clase, en el encerado, delante de todo el mundo. Se trata de una asignatura – Sintaxis Transformacional … todo ese rollo que te conté de Chomsky, ¿lo recuerdas?

– Sí, he de reconocer que era un puto rollo macabeo. No entendí un pijo.

– Pero si es muy fácil, Javi.

– No se te estará pasando por la cabeza volver a contarme todo aquel lío del ‘antecesor común’, de…

– Ya verás cómo hoy lo entiendes, tío.

– Joder, que mal rollo que me está dando. Entre el peta y tú vais a acabar con mis pobres neuronas.

– Tú escúchame atentamente y luego opinas, ¿vale?

– Joder, si no me queda más remedio…

– Es una idea de lo más revolucionaria. Tú imagínate, tío, un ‘pavo’ con veintitrés años recién cumplidos que publica su primera gramática, ¡la hostia…! Pero no una gramática al uso en la que sólo se ven estructuras y más estructuras de distintos tipos de oraciones, sino una que basa todo su razonamiento en lo que él denomina como Gramática Universal, común a toda la raza humana. Todas las lenguas se derivan de un único antecesor común. El dice que la capacidad del lenguaje es innata al ser humano…es una idea muy igualitaria, muy comunista en el amplio sentido de la palabra, ¿no crees?

– Yo no creo nada… nada de nada. Todo eso no son más que chorradas.

– No, no son chorradas. Si leyeses algo de lo que Chomsky escribe alucinarías, pero alucinarías de verdad. No es solamente un siniestro lingüista, también investiga a un niveeel… digamos que sociopolítico. A pesar de ser estadounidense, critica con extrema dureza la política exterior de su país, a la CIA, al FBI… Espera un segundo – Pedro se levanta del suelo, sobre el que estaba sentado casi como un yogui, y se acerca a su pequeña biblioteca, compuesta por una sola estantería, aunque, eso sí, rebosante de volúmenes. Coge uno con su mano derecha y regresa a su sitio para sentarse sobre el frío parqué y leer un párrafo a su amigo Javi -. Escucha esto: ‘Como Estados Unidos continuaba con lo que los nazis habían dejado a medias, tenía mucho sentido usar especialistas en actividades contra la resistencia. Más tarde, cuando se hizo difícil o imposible proteger en Europa a esta gente útil, muchos de ellos (incluso Barbie – se refiere a Klaus Barbie, uno que había sido jefe de la Gestapo en Lyon, el Carnicero de Lyon…)

– Sí, ese sí que me suena. Hace poco que salía en la tele por una condena o algo así.

– Sí… algo así. Pues resulta que al tal Barbie, el Ejército de los Estados Unidos le había encargado espiar a los franceses. Para que veas cómo funcionan las cosas en las cloacas del poder… Por dónde iba… ah, sí. ‘…(incluso Barbie) fueron llevados en secreto a Estados Unidos – ves, lo que yo te estaba diciendo – o a Latinoamérica, a menudo con la ayuda del Vaticano y de curas fascistas.’ Ese es Noam Chomsky.

– Bueno… ¿y qué?

– ¡Bueno y qué! ¡Bueno y qué! ¿Eso es todo lo que se te ocurre?

– Tío, que yo paso de politiqueos. No son más que putos rollos que interesan sólo a los que manejan el poder. A mí ni me van ni me vienen.

– Eso es, configuremos un perfecto rebaño para que todos esos hijos de puta sigan manejando todos y cada uno de nuestros hilos.

– Es mucho más complejo, Pedro… Muchísimo más complejo de lo que tú te puedas llegar nunca a imaginar.

– ¿El qué?

– La vida, tío. La puta vida.

– Tampoco hay porque ponerse trascendentes… no es para tanto… … … … … Si te das cuenta, toda esta conversación deriva de ‘quiero a tu hermana en silencio’. Tan sólo es una oración ambigua, sin más.

– ¿En qué sentido ‘ambigua’?

– Puede tener dos significados: quiero que tu hermana se calle, que esté en silencio, o el que tú habías entendido antes.

– Pues yo sólo veo uno, ese, el que yo había entendido: que te mola mi hermana pero que no se lo dices a nadie.

– A ver, imagínate que ahora Andrea está aquí con nosotros, y que no deja de dar voces y me está molestando un huevo (es algo figurado, eh. No vayas a pensar que tengo algo contra tu hermana) y yo, en vez de dirigirme directamente a ella, te digo a ti en un tono enfadado: ‘¡quiero a tu hermana en silencio!’.

– Pues vaya una cursilada de frase. Conociéndote, seguro que me dirías: ‘¡qué se calle tu jodida hermana de una puta vez, hostia!’

– También es verdad. Por eso no supe responder a la profesora cuando me preguntó allí, frente a toda la clase, por la ambigüedad de esa frase. Por eso la estaba repitiendo de forma mecánica… Yo tampoco era capaz de sacar esa interpretación… me parece, no sé, como muy eufemística aplicada a esa situación.

– Sí.

– Oye, Javi, ¿te encuentras bien? No sé, te veo raro… tienes hasta mala cara.

– No estoy del todo bien. Ultimamente estoy durmiendo fatal, tío.

– ¿Y eso?

– Tengo sueños chungos, pero la hostia de chungos. Puedo estar soñando con una tía, con que juego un partido, con cualquier cosa, y, de repente mi abuelo se introduce en mi sueño y lo jode todo.

– ¡Hostias, como el Freddy Kruger!

– Hombre, no a ese nivel, pero sí que me fastidia.

– Desde luego, sí que es chungo, sí…

– A mí me tiene acojonao… ¿Qué hostias podrá significar…?

– No tengo ni puta idea; no soy Freud. Pero no te preocupes, tío, que ya se irá de tus sueños.

– Espero que sí, porque no creo que lo resista por mucho tiempo… Me da miedo, mucho miedo…

– Tu abuelo murió, ¿no?

– Supongo que sí, porque en mi vida lo he visto.

– Entonces, ¿cómo sabes que es él?

– Por una foto. De mi abuelo, el padre de mi padre, sólo tenemos una foto: está de pie, vestido de miliciano, fumando apoyado en unos sacos que componen una barricada; debe estar tomada en Madrid. Y es esa cara, no tengo la menor duda.

– También yo sólo conozco a mi abuela Dolores a través de fotografías… Me hubiese gustado poder conocerla en persona, aunque sería muy distinto: ahora sería una viejecita refunfuñona, y no esa guapa mujer de aquella fotografía. A lo mejor ella se introduce en mis sueños, como tu abuelo… la diferencia está en que yo nunca recuerdo ni un puto sueño, ¡ni uno!

– Ya me podía pasar eso a mí, joder… ¡Si yo nunca me he interesado por él…! Fue un cabrón de mierda. Le hizo un hijo a mi abuela – mi padre – y desapareció… y digo que fue un cabrón, pero yo no sé si eso es verdad o no. No sé de dónde era, sólo sé que no era de Madrid… pero sí que estaba allí cuando la guerra, resistiendo como uno más… puede que le hubiese ocurrido algo, pero ya es coincidencia que justo el día en que mi abuela Juana le contó que estaba embarazada de él, el tío va y desaparece misteriosamente; se esfuma… Demasiada coincidencia me parece a mí. Creo que se llamaba (o llama, porque igual está vivo aún) Manuel. Tampoco estoy muy seguro… mi padre nunca quiere hablar del tema, y mi abuela murió cuando mi padre tenía ocho años, así que…

– A mi abuela Dolores le ocurrió exactamente lo mismo. Eso si que es una coincidencia… La abandonaron a su suerte con un hijo en su vientre – mi tío Carlos, el que está en Buenos Aires.

– Sí, lo recuerdo… recuerdo toda la historia de tu abuela. Me la contaste el año pasado, un día que había tormenta y que nos quedamos aquí bebiendo y fumando porros.

– Sí, es verdad.

La música ya no suena. Jello Biafra se calló hace ya un cuarto de hora, y el silencio total se hace harto necesario para que cada uno estrangule los recuerdos no vividos, pero que al fin y al cabo pertenecen a su familia, a lo más hondo de cada una de sus conciencias. Pedro enciende un cigarrillo y se atreve luego a romper el muro de silencio que divide su habitación en dos.

– Oye, Javi; si no te apetece salir, aviso a Carlos y nos quedamos aquí.

– No, hombre, tampoco me siento tan mal como para quedarme en casita un sábado, como un gilipollas.

– Cómo quieras.

– ¿Con quién has quedado?

– Bueno, aparte de con Carlos, con Silvia y Marta, las de mi clase.

– Mola, tío. Silvia esta buenísima… y es una tía supermaja. ¿A ti te mola?

– Sí, claro. Pero no es más que una amiga de clase. No quiero yo rollos chungos con ninguna tía de clase, ni de la Facultad, que luego tendría que verla a diario.

– Joder, a buenas horas vienes tú con prejuicios. Yo, cualquier día de estos le entro a saco, tío.

– Bueno; ése es tu problema.

– ¿Qué es, que te parece mal?

– ¡Pero tú eres gilipollas o qué!

– Joder, tío, no tienes porque ponerte así.

– ¡Así cómo?

– Como un puto basilisco.

– Pero si tú no sabes ni lo que es un basilisco, joder.

– ¿Un obispo o algo así?

– ¡Un obispo! ¡ja, ja, ja, ja, jaaaa…!

– Joder, yo lo decía porque me suena así como a basílica… a obelisco, ¿no?. A ver, listo de los cojones, qué coño es entonces un puto basilisco.

– Es un bicho, tío, un reptil pequeñajo parecido a una iguana.

– ¡Dios mío; estoy frente a un diccionario con patas…! ¡Adoremos al sumo gurú de la infinita sabiduría!

– Venga, déjate de gilipolleces y hazte otro peta.

– Sus deseos son órdenes, ¡oh, pontífice del basilisco…! ¿Te cuento un chiste?

– Vale. Pero, mientras, te vas haciendo el peta.

– Pásame el papel… Un sargento de la Guardia Civil, todo uniformado y tal, entra en una farmacia y grita: ‘¡VICKS VAPORUB!’, y el farmaceútico va y reacciona como un sputnik y contesta: ‘¡VICKSVA!’.

… DE LA VIDA LIV…

LIV.

Tengo por norma ir una vez al mes, como mínimo, a mi pueblo. No es que lo necesite, pero sí que me reconforta salir de mi burbuja, de mi absorbente rutina de estudiante universitario. En la actualidad, con mis padres todo va fenomenal; nada mejor que la distancia para enriquecer una relación paterno-filial que se mantenía bajo mínimos, que transcurría agitadamente discusión tras discusión dentro de un círculo vicioso del que resultaba difícil escapar. Tampoco puedo dejar de mencionar lo que supone de revitalizador para mi vacía despensa una de estas visitas: jamón, chorizos, botillos, conservas de pimientos, de tomate frito… vamos, que suministran parte de mi alimentación a base de productos porcinos y ricas hortalizas de la tierra berciana. (¿Alguien ha mencionado la palabra ‘colesterol?)

Después de lo de Madrid y de lo ocurrido con Gloria sentía en mi interior una aparente necesidad de calma existencial, con lo que me fui a Cacabelos a pasar un fin de semana, sin otra intención que la de disfrutar de no hacer nada, absolutamente nada, salvo tomarme unos vinos y unas tapitas con mis amigos por las bodegas del casco viejo, y, sobre todo, dormir, disfrutar de las horas de sueño sin que la conciencia tenga que estar lanzándote constantes avisos del tipo ‘tengo mucho que estudiar’ o ‘tienes que ir a la compra y luego hacer la comida’. De eso nada, sólo levantarse a la una y media, a las dos, y tener la comida puesta sobre la mesa. Vamos, como un rey, un puto rey de mierda. (Todos sabemos “abusar” cuando nos lo proponemos…)

Mariano Farelo, el conocido en nuestra niñez como ‘Tocinín’, al enterarse de mi presencia en el pueblo me invitó a conocer su piso de recién casado. Vaya una decepción; ¡qué piso, madre mía! Ni un solo indicio del más mínimo desorden, que yo tanto amo. Toda la decoración conjuntada, multiplicidad de figurillas de cerámica alineadas en los estantes del armario del salón, etcétera, etcétera. Pero lo peor, lo más humillante, principalmente proviniendo de uno de tus mejores amigos, fue la forma en que me agasajaron, sobre todo Cristina, su mujer, para que tomase un café con pastitas de té. Joder, es como visitar a un pariente que, de tanto insistir para que estés cómodo y tomes algo, acaba por agobiarte de tal manera que a los cinco minutos tu único deseo es salir pitando de allí. ¡Ni siquiera se podía fumar!, sólo en la cocina y con las ventanas abiertas de par en par… Pobre Mariano, antaño tan rebelde y ahora engullido por la hipócrita vorágine de un pueblo pequeño, que es el mío, sí, pero ante el que hay que saber ser crítico para poder analizarlo desde una distancia prudencial, y sin dejarte atrapar por su rueda de molino. Un día de estos voy a tener que hablar muy seriamente con él. No puedo quedarme tranquilo cuando una duda que me agobia desde el día en que me comunicó que se casaba se acrecenta más y más cada día que pasa: ¿será Mariano consciente de todo el lío en el que se ha metido? Porque él tenía otros proyectos muy distintos…

Mariano dejó de ser ‘Tocinín’ cuando se convirtió en un apuesto adolescente tras el que andaban como perras salidas casi todas las chavalas de Cacabelos y sus alrededores. (Se me nota un poco la envidia, ¿no? En realidad no eran perras salidas, tan sólo quinceañeras con ganas de conocer nuevas sensaciones, como debe ser…) Aunque se podría decir sin temor a equivocarse que ya éramos amigos desde unos años antes, no comenzamos a compartir todo tipo de correrías hasta que yo fui capaz de despertar, de quitarme las orejeras de burro que me limitaban el horizonte, y salir de la secta católico-integrista por la que mis padres me guiaban; los dictados del Sumo Pontífice eran mi guía… y hoy en día considero que Juan Pablo II es uno de los mayores terroristas morales de la década. Lo mío fue muy repentino, fue como si hubiese bebido de un elixir que, afortunadamente, me devolvió a la vida; el bello durmiente que despierta después de que se lo folla – vamos a ser realistas: siempre nos cortaron la escena posterior al beso – la tan esperada princesa de cuento de hadas. Me di toda la prisa que pude… pero entré en el juego de la balanza compensatoria: cuanto más fuerte era la juerga, más dura para conmigo era la actitud de mis padres. He de reconocer que Mariano me ayudó a mantenerme conscientemente despierto; él disfrutaba de todo lo que le ofrecía la vida como a nadie había yo visto hacer hasta la fecha. Recuerdo que llegó a tener novias hasta en cuatro pueblos distintos, siendo además capaz de multiplicarse para mantener viva la llama en las cuatro; y todo ello sin dejar, además, de salir con nosotros, sus amigos. Yo actuaba como un buen parásito. Aprovechando sus innatas habilidades para ligar con una tía, yo cogía presto su rebufo y esperaba pacientemente a que alguno de sus múltiples ligues apareciese algún día con alguna amiga que poder llevarse presto a la boca… ¡anda que no me habré yo morreado y metido mano con tías no del todo guapas, por no decir horrorosas…! (y eso que estoy obviando mencionar toda la variedad de gordas, halitosas, bizcas, culibajas, patizambas, y hasta pijas gilipollas que no había su tía que las aguantase – hombre, alguna un poquitín guapa sí que hubo, aunque las menos, por desgracia – … pero es que hay que aprender a andar en bici como sea, da igual que la bici esté un poquitín descacharrada… … ¿no? Tampoco pretendo yo ser un Indurain…). Claro que yo estaba enamorado de Ingrid, aunque no quería reconocérmelo a mí mismo por no hacerme daño, pero eso no implicaba que, mientras mi mente era totalmente suya, no pudiese yo ofrecer mis juegos sexuales a otras chicas. ‘Sexo es sexo, y amor es amor’, como diría algún entrenador de fútbol yugoslavo (hablando en castellano, claro). Está más que científicamente demostrado que la monogamia, sexualmente hablando, no existe, es una pura invención judeo-cristiana que los curas utilizaban (y utilizan) para poder follarse ellos, en el nombre del Padre (también del Hijo o del Espíritu Santo), por supuesto, a toda hembra, niño o criatura que se les pusiese (o ponga) por delante.

Ese era Mariano, un ídolo no sólo de féminas, sino también de varones sanamente envidiosos de sus dotes como donjuán. Por eso no puedo soportar al Mariano de hoy en día, al de ‘¿quieres otra pastita?’… Daban ganas de responderle ‘sí, pero para metértela por el culo lentamente para ves si así te espabilas’. ¿Cómo puede haberse dejado engañar…? Y no me estoy refiriendo a Cristina, ‘La Túzara’, que ella es muy buena chica, aunque un poco simple y sin más aspiración que la de cuidar de su casita (tra-lara-larita) y de su apuesto maridín, me refiero al entorno, que debe ser atosigante hasta el punto de contagiar la enfermedad del haz-lo-mismo-que-yo-hice-y-sin-salirte-del-carril generación tras generación. Viéndolo a él, me produce un gran alivio el haberme ido de allí. Desde la lejanía quizá idealizas un poco todo lo que supone tu cuna, pero bastan dos días de visita cada cierto tiempo para que la puta realidad te dé la bofetada que continuamente tratas de esquivar, por lo menos para que ésta nunca llegue a dar como resultado un sonoro K. O. técnico.

Ahora que lo pienso con calma, puede que aquel susto que se llevó hace un par de veranos terminara de un plumazo con sus devaneos amorosos, con sus andanzas casanovianas. Había una gitana en Cacabelos, Raquel Jiménez, que se infiltraba en los sueños eróticos de todos nosotros. Era guapísima: con su larga melena negra, su tez tan morena y aquellos ojos verdes que iluminaban su cara… y de cuerpo no digamos: nada que envidiar a ninguna de las conocidas como top-models. Raquel iba siempre con dos amigas, también miembros de la raza calé, a bañarse en verano a una zona apartada del río – algo que también hacíamos nosotros, aunque por motivos muy distintos: para poder fumar algún que otro porro lejos de las ávidas miradas de las ‘lechuzas’ (por lo agudo de su vista) de Cacabelos, que eran capaces de propagar una noticia a la velocidad de la luz incluso, y, paradójicamente, antes de que ésta se produjese. La razón que obligaba a las tres gitanas a apartarse del bullicio permanente de la zona oficial de baños, la que cubrían con tosca arena de obra, era la de no ser vistas por el clan de los Jiménez, ya que las gitanas, por ley ancestral, deben bañarse y tomar el sol vestidas, sin mostrar ni un centímetro cuadrado de su piel – salvo manos, pies y cara, lógicamente -. Pero Raquel y sus dos colegas habían nacido con un espíritu rebelde en su interior: ellas sí que tomaban el sol y se bañaban en bikini. He aquí otra razón de peso que suponía un buen aliciente más para acercarnos a aquella zona del Cúa entre chopos, mosquitos y libélulas de varios tamaños.

Un día Mariano, en actitud ciertamente sentenciosa tras haber dado las caladas correspondientes al porro, comentó: ‘a esa Raquel me la voy a follar yo antes de que termine este verano’, lo que provocó automáticamente la risa general de todo el grupo, igualmente afectado por la risa floja que conlleva el fumar hachís; este espontaneo cachondeo se vio repentinamente interrumpido cuando nos dimos cuenta de que Mariano hablaba en serio: se había acercado, osadamente, a hablar con las tres chicas. Así estuvo unos días, hasta que por fin pudo aislar a Raquel de las otras dos y quedarse a solas con ella. A mediados de agosto, Mariano nos contó que ya estaba, que ya se lo había hecho con Raquel, y más de una vez, aunque omitió detalles más precisos, lo que nos extrañó bastante, porque Mariano era de los que alardeaban de sus conquistas, de lo semental que se sentía. Desde entonces, Raquel dejó de venir al río, al menos a la chopera que constituía nuestro territorio.

Mariano parecía estar colado por ella; hipótesis que se confirmó poco después cuando me contó, invadido por una sincera pena (nunca lo había visto así de compungido por una tía) que Raquel se tenía que casar, por orden de su padre, con un gitano de Barcelona llamado Antonio Salazar. Las palabras entrecortadas de mi amigo desprendían también cortantes trocitos de pánico que se acumulaban molestos y cristalizaban en la boca de su estómago. Estaba en peligro y él lo sabía.

Lo ocurrido después en la boda era más que previsible. Se prepara un festejo de tres días, vienen los capos gitanos de la región, los Jiménez, así como los jefes del clan catalán de la familia Salazar; se casan y justo después, ¡zas!, llega la ajuntadora – la encargada de introducir el inmaculado pañuelo en la vagina de la novia para dar así testimonio de su pureza -, y ,en esta ocasión, el pañuelo que sale del interior del sexo de Raquel no presenta el más mínimo rastro del denso líquido rojizo. Tras el grito desgarrado de la ajuntadora, papel que siempre recae en una familiar del novio, se sucedieron una serie de peleas a navajazos entre las dos familias, al más puro estilo ‘Montoyas y Tarantos’, que produjeron dos víctimas mortales y siete heridos de diversa gravedad. Acojonante, sin más. En cuanto me enteré de lo ocurrido (yo ya estaba muy pendiente de esa boda gitana porque me temía algo así) salí disparado en dirección a la casa de Mariano… pero él ya no estaba allí; me dijo su madre que se había marchado la noche anterior a Coruña a pasar unos días con sus tíos. Pero yo, su mejor amigo, estaba allí, en el pueblo y a tiro de los Jiménez… y el temor que debía padecer él se trasladó de inmediato a mi interior. Me había quedado solo y aterrado en el frente. Maldije al cabrón de ‘Tocinín’, y me encerré en casa durante tres días, esperando a que en cualquier momento apareciesen los Jiménez frente a la puerta de mi domicilio para rajarme como a un cerdo. Nada de eso sucedió; al cuarto día me informó mi madre, en labor de ardua vigilancia (ella sabía de qué iba todo aquello, aunque yo no le había contado ni mu… ¡Malditas cotillas de mierda!), que la novia no desposada junto con sus padres y hermanos habían sido desterrados de Cacabelos. El destierro gitano consiste en trasladar a los condenados a más de cien kilómetros de su lugar de residencia, con la prohibición expresa de volver por allí. Por fin pude respirar tranquilo y salir a la calle, aunque siempre con un ojo avizor por si me cruzaba con algún Jiménez por ahí con intenciones no demasiado amistosas. La jindama (término que utilizan constantemente los gitanos para referirse al miedo, pero al miedo visible, al que provoca diversos grados de diarrea) aún no se me había ido del todo.

A los diez días regresó Mariano. Todo lo que hablamos sobre lo acontecido en la boda gitana fue:

Yo – Tú viste que movida…

Él – Ya.

La verdad es que no hacían falta palabras para entenderse; los dos sabíamos que su vida habría corrido peligro si Raquel llega a dar el nombre del que la había ‘deshonrado’; pero ella, por lo que supimos unos días más tarde, insistió en que había perdido ‘eso’ por culpa de la bicicleta – y si no fuera por Mariano, razón no le faltaría a la pobre chica ya que las bicis que ‘lucían’ los gitanos estaban a años luz de lo que nosotros, «seres civilizados», entendemos por bicicleta… más de una no tenía ni sillín… Pobre chica, y no lo estoy diciendo por compasión; esa no es una de mis ‘virtudes’. Yo no la utilizo como excusa para justificarme, yo procuro pasar a la acción (aunque, para no engañarnos dejándonos llevar por el calor del momento, rara vez tomo alguna iniciativa fuera del lenguaje hablado).

Tengo la impresión de que Mariano y Raquel estaban enamorados de verdad, pero sólo es una impresión, vaga, como casi todas las mías.

En septiembre yo me vine para Oviedo a hacer un examen, matricularme y todo lo demás; mientras, Mariano comenzaba a salir con Cristina, la hija del ‘Túzaro’, el zapatero de la plaza , y con ella sigue, con boda de por medio, claro… algo que Raquel no pudo llevar a cabo… ni con Mariano, ni con el tal Antonio Salazar. Machismo, puro machismo del que todos, absolutamente todos los hombres nos aprovechamos a la mínima de cambio.

Hay algo que me dijo Mariano el otro día en su casa que no me deja en paz, no ceso de darle vueltas y más vueltas. Cuando nos despedíamos hasta la próxima va y me suelta así, de sopetón, que le había parecido haber visto por Cacabelos a la chica aquella de la foto, la de la boda de mi prima Natalia, y que además la había visto en dos ocasiones, una caminando por la plaza y otra pasando por la carretera general en dirección a Ponferrada, conduciendo un Ford Fiesta de color rojo. Después de mi tajante afirmación diciendo que eso era absolutamente imposible, Mariano dijo que tampoco lo podía asegurar con rotundidad; ‘aunque si no era ella, entonces la que yo vi era igualita a la de la foto con la que tanto me diste la vara’, acabo diciendo no muy convencido de que la persona que había visto no fuese Ingrid. A punto estuve de contarle yo todo lo que había sucedido, pero, la verdad, no me vi con las fuerzas suficientes como para dar la más mínima de las explicaciones. Al Mariano de antes, al ‘Tocinín’ de toda la vida sí que le habría pedido consejo, y pienso que él me habría entendido… al menos sí que me habría escuchado con calma. Pero, ¿cómo iba a entender el Mariano de ‘¿otra pastita?’ todo ese galimatías entre Ingrid, Javi, Salman Rushdie, los tres del accidente, la nota a nombre de Sara Balabán, la madre de Javi y, por supuesto, yo mismo? La respuesta es sencilla: de ninguna manera. Cuando una persona cierra su ámbito existencial, cuando se deja hundir en arenas movedizas de tal calibre sin plantear siquiera un poco de batalla… ¿qué otra cosa te queda aparte de seguir siendo, a pesar de los pesares, uno de sus más fieles amigos? Para mitigar ese rictus de cara de bobo que se me había quedado después de escuchar por boca de Mariano que Ingrid había estado de nuevo en mi pueblo, en Cacabelos, no tuve otra salida más gloriosa que la de contar un chiste de lo más tonto, como en los buenos tiempos:

¿Viste que golazo marcó mi hijo ayer? / ¿Cuál, el de penalti? / No, no, el pequeño…

Mariano ni se ríe; no es capaz de cambiar la expresión de aturdimiento de su rostro hasta que, al fin, pregunta muy intrigado: ‘¿pero de qué penalti hablas?’… Cinco minutos más tarde me encontraba yo enfilando el camino hacia mi casa… Lógico.

Por el camino ajusté los auriculares en mis pabellones auditivos y le di al ‘play’ para que Gary Numan me explicase bien si las ‘amigas’ son eléctricas o no, y pensé: ‘tengo que llamar a sus padres y decirles que la han visto por Cacabelos’; pero no, no me veía yo ejerciendo de Lobatón en mis ratos libres. Al fin y al cabo, la información de mi amigo Mariano tampoco era muy fiable, y aunque lo fuese, si alguien se larga de casa sin dejar ni rastro por algo será, que no hay porque buscar a nadie en contra de su voluntad; vamos, digo yo.

… DE LA VIDA LIII…

LIII.

No he preguntado a nadie, porque me tomarían por loco. Después de transcurridos unos días desde mi particular periplo investigador, y tras dejarme arrastrar por la corriente del no-quiero-ya-saber-nada-más-del-tema, reencontré la hoja número nueve del libro de Salman Rushdie, la que había encontrado en el interior de la guantera de aquel coche. La había guardado posteriormente en el cajón de mi mesilla de noche – el día aquel en que desapareció de mi vida la foto de Ingrid, la única que podría haber mantenido intacto mi recuerdo sobre ella; me refiero al recuerdo físico: de sus rasgos, de su tipo, de su mirada… es como si se fuesen difuminando en mi interior con el transcurso del tiempo… – Y entonces vi la luz y, ayudado invisiblemente por los ‘monstruos de mil cabezas’, me di cuenta de que aquella hoja había sido arrancada de mi libro, de mi propio ‘Midnight’s Children’; no necesitaba ningún tipo de comprobación, tan sólo rescaté aquella hoja apergaminada del interior del cajón de mi mesilla, deshice todas sus dobleces con un cuidado extremo, como si estuviese planchando la mejor de mis camisetas, y me dirigí hacia la estantería en la que voy acumulando todos y cada uno de los volúmenes de mi particular biblioteca… y la hoja perdida regresó, al fin, a su morada.

Cuando disponga de más tiempo, es decir, después de los exámenes, creo que me apetecerá releer esa novela. No es que lo vaya a hacer con el afán de descubrir leyendo entre líneas sin fin la pista definitiva, la que me diga: esto sucedió así y por estos motivos. No… Recuerdo que, en su momento, cuando la tuve que leer para la asignatura de Literatura Inglesa del Siglo XX – no sé yo qué cojones tendrá Rushdie de inglés, aparte de escribir en tal idioma – me gustó muchísimo, la disfruté con todo el placer que la obligatoriedad puede otorgarle a la lectura. Por ese motivo pienso volver a leerla, porque me da la impresión de que ahora sí que la disfrutaría en toda su plenitud y sin tener que estar pensando continuamente qué coño de parte de aquella larga novela me podría caer en el examen.

¿Cómo pudo llegar esa hoja hasta donde llegó? Sólo se me ocurre una palabra: Ingrid.

Yo nunca subrayo mis libros cuando los leo, ni aunque tenga que recordar luego algún párrafo o alguna de las palabras clave. Siempre que tengo que utilizar algún extracto de un libro, lo que hago previamente es apuntar en mi cuaderno de notas todo lo que necesite…

… ‘But for every snake, there is a ladder’ (pero para cada serpiente hay una escalera), citando una de las frases que recuerdo haber escrito en mi cuaderno de notas; expresión que luego utilicé conscientemente en el examen cuando se nos pidió explicar ‘el realismo mágico’ en ‘Los Hijos de la Medianoche’. Y es verdad, ahora sé que todo eso es verdad. Lo que sucede y lo que no sucede, lo que vivimos y lo que imaginamos; todo, absolutamente todo, forma parte de nuestras vidas. Imaginaos por un solo instante que fuésemos capaces de recordar todos y cada uno de los momentos que hemos vivido, desde el momento en que vemos como las manos del médico, de la comadrona o de lo que fuese, nos saca del vientre de nuestras madres hasta el momento presente… El presente, he dicho ‘el presente’… y no intentéis atraparlo, ya que él siempre gana, siempre nos supera y se escapa de nuestro lado, como hizo Ingrid… como haremos todos.”

… DE LA VIDA… XLVIII

XLVIII.

– Sí, ¡Digame?

– Hola. ¿Está Fernando?

– Sí, ¿de parte de quién?

– de Pedro; Pedro el de clase.

– ¡Fernandoooo… ! ¡Al teléfono, que te llama un tal Pedro!

– ¡Ya vooooy…! … … … … … … … … … Sí, dime Pedro.

– Oye, ¿vas a ir hoy a clase?

– Claro, ¿por qué razón no iba a ir?

– Ya… Vaya una pregunta más idiota. Nada, sólo lo decía por si puedes pasar antes por mi casa.

– ¿Para recogerte…?

– No exactamente; es para hablar un poco y, sobre todo… Mira, Fernando, tienes que hacerme un gran favor…

– ¿Qué favor?

– Mejor vienes y te cuento, tío… Esta mañana conseguí en la Dirección General de Tráfico toda la información sobre la matrícula del coche que aparecía en mi sueño… y, efectivamente, era un Fiesta de color rojo.

– ¿Sí? Joder, qué fuerte, ¿no?

– Sí, ya ves… – Suena el pitido en el teléfono de la cabina que indica la apremiante necesidad de insertar alguna moneda más – Oye, que no tengo más suelto, tío… Vienes ahora, ¿no?

– Sí, sí. Ahora mismo salgo para tu casa…

¡Cómo iba Fernando a negarle un favor a Pedro? Evidentemente, de ninguna manera. Fernando es un ser carente de toda malicia; la palabra ‘no’ rara vez sale de su boca cuando se trata de ayudar a alguien; de ahí que casi toda la promoción del ‘94 disfrutase desde el primer curso de sus elaboradísimos apuntes, acto que tampoco le había reportado hasta la fecha ninguna amistad seria dentro de la Facultad, aunque sí reconocimiento generalizado y alguna que otra palmadita en la espalda, como cuando sacas a mear al perro y lo premias porque éste mea y caga todo lo que puede, ahorrándote de esa forma una más que segura labor de limpieza en casa. Así de simple. Tampoco Fernando esperaba nunca nada a cambio: dar por dar sin esperar que te devuelvan el favor; un cristiano perfecto, en definitiva.

Ahora Pedro dormía plácidamente en un hotel de las afueras de Palencia – ciudad a la que la información obtenida en la DGT lo había “enviado” -. Las llaves del 205 de Fernando reposaban en uno de los ceniceros de la mesilla de noche, mientras el otro rebosaba de colillas y ceniza, molesto ambientador que impide respirar en condiciones. Pero eso a Pedro le importaba hoy un carajo. Dentro de una hora y media interrumpirán su sueño, que queda mucho por descubrir aún y no se puede perder el tiempo en los brazos del otrora bienvenido Morfeo.

Al menos Fernando se había tranquilizado un poco después de la llamada de Pedro; llevaba todo el día nervioso, sin saber de él, incluso había llegado a pensar en todo tipo de desgracias en forma de accidente automovilístico. Pero no, sólo tenía que lamentar la pérdida de uno de los pilotos traseros de su coche, a la vez que compartía con su amigo la ansiedad ante la posible inminencia de un desenlace. Nada más colgar el teléfono, Fernando comenzó a sentirse mucho mejor. No se explicaba todavía por qué su amigo le había pedido prestado el coche y se había largado sin dar apenas explicaciones, sólo un simple ‘ya te llamo cuando sepa algo, ¿vale?’, antes de ver como Pedro se alejaba saltándose un semáforo en rojo. ‘¡Dios mío!’, pensó asustado Fernando, dándose cuenta al mismo tiempo de lo que acababa de hacer. ‘Joder, ¿y qué les cuento yo ahora a mis padres…?’. Pues nada, justo lo que hizo después, decirles la verdad y aguantar de labios de sus progenitores todo tipo de improperios referidos a lo gilipollas que era.

Fernando seguía sin entender por qué Pedro tenía que meterse por su cuenta y riesgo a las labores de detective propias de un policía o de un investigador privado, que para eso vivían de ello, pero, desde la distancia, le ofrecía todo su apoyo, todo su aliento, todo lo que, en definitiva, pudiese ofrecerle; aunque, por descontado, sin dejar de actuar como un Pepito Grillo que no deja de bombardear la conciencia del amigo en apuros. Si los dos se aceptaban así, no había porque efectuar ningún cambio. De todos modos, Fernando sabía que por fin comenzaba a mudar esa piel tan pegada a su cuerpo, tan gruesa que no dejaba aflorar su verdadero yo… y ahora Fernando notaba que Pedro empezaba a formar parte de su primera persona de singular.

Suena el teléfono en la habitación número diecisiete del hotel Rey Sancho de Castilla; Pedro descuelga el auricular al tercer tono.

– ¿Sí?

– Buenos días, Don Pedro; son las siete y media de la mañana.

– ¿Ya? Jodeeer… si me acabo de dormir… Pues nada, muchas gracias.

– No hay de qué; estamos a su disposición.

– Vale, vale… Hasta luego.

Y cuelga pensando en lo servil que era el recepcionista, en lo odiosa que resulta esa cínica amabilidad, presunto servicio de atención al cliente. “¿Por qué cojones no puede decirme ‘¡despiértate ya, hostia, que son las siete y media!’? No sé, algo así, que al menos suene natural”, se dice mientras busca con su todavía borrosa vista la toalla para darse una buena ducha antes de desayunar.

Perder de vista el hotel, que se va haciendo cada vez más pequeño en el espejo del retrovisor, produce en Pedro un efecto de alivio; alivio previo al nerviosismo que va notando crecer en sus entrañas a medida que se va acercando al punto de destino: ‘Desguaces López’. Ahora lamenta haber sido tan maleducado con el recepcionista; aunque, bien pensado, eso le da exactamente igual; qué más da haberse comportado inadecuadamente con una persona a la que probablemente nunca más vas a volver a ver…

Como impulsado por la mano inconsciente del pánico, Pedro aparca en el arcén al divisar el taller carroñero, que aprovecha las vísceras de los cadáveres metálicos que se apilan en una explanada frente a lo que parecen ser unas oficinas. Por unos momentos duda, y casi decide dar marcha atrás al coche… y a toda la operación. “Puede que sea mejor no preguntar, no saber…”, piensa antes de dejar sus gafas en la guantera para poder así restregar sus ojos y, de paso, dar un masaje a sus agotadas neuronas. Pero no, no puede ser; un detective debe ser inmune a los sentimientos, no se puede dejar vencer por impulsos pasajeros. Se mira en el espejo retrovisor y se ve fumando, con el cigarrillo colgando del lado izquierdo de sus labios y dando una calada sin sujetarlo siquiera con los dedos; “a fin de cuentas, sí que puedo parecer un detective: fumando, como lo hacen los hombres y con expresión de duro… Philip Marlowe… ¡Eso es, Philip Marlowe!” Arranca de nuevo el coche, mete la primera y sale a la carretera para devorar los apenas doscientos cincuenta metros que le separan de su primera comprobación. Ya no es Pedro, el amigo de Javi, ni tampoco el de Ingrid, tan sólo es el agente Frade en misión secreta, un agente que debe cumplir con su cometido.

Después de preguntar a un mecánico con quién podía hablar sobre un coche de los que allí yacían, entra en una lóbrega y sucia oficina, en la que un orondo señor, con pinta de ser muy feliz dentro de su más que presumible ignorancia, devora literalmente una palmera de chocolate. Pedro se dirige a él, y éste le responde sin dejar de masticar el gran bocado que acaba de asestarle a su pastel.

– Joder, chaval, aquí hay muchos coches.

– Pero a mí sólo me interesa uno en particular: un Ford Fiesta rojo, matrícula de Madrid, 20, 67, B, M.

– Bueno, pues entonces espera a que me coma esto, y te busco en el archivo alguna información; aunque no te prometo nada… no tenemos información sobre todos los coches que hay en el taller.

– Está bien; no tengo prisa.

Mientras espera, Pedro saca un café con leche de la máquina situada a la derecha de la puerta de acceso a la oficina, y regresa, acto seguido, a la oficina, presa ya de la impaciencia. El encargado está colocando sobre la mesa una serie de carpetas azules que ha logrado rescatar de entre el desorden que reina en la estantería contigua a la mesa; ni siquiera se molesta en limpiar las migas de chocolate ya casi impregnadas en el barniz que pinta su mesa, tan sólo abre la primera de las carpetas clasificadoras y comienza a pasar hojas y más hojas.

-¡Hombre, aquí está! Mira chaval, es una copia de atestados e informes de la DGT… … Accidente a la altura del kilómetro 277 de la nacional VI; choque frontal al invadir el carril contrario… Los tres ocupantes fallecieron casi en el acto… ¡Ah, sí; ya me acuerdo…! Fue un accidente muy comentado, muy extraño… ¡Salió hasta en los telediarios…! No sé, invadir así, de repente, el carril contrario, y sin causa justificada…

– A ver, déjeme ver…

Pedro lee atentamente todo el informe mientras el encargado de ‘Desguaces López’ hurga con fuerza entre sus dientes con la ayuda de un palillo, y sin dejar de hacer comentarios que ni siquiera llegan a los oídos del supuesto receptor, concentrado ya en su labor investigadora.

– ¡Joder…! ¡Es imposible, absolutamente imposible!

– ¿El qué, chaval?

– La fecha; aquí dice que el accidente ocurrió hace dos años y medio…

– A ver… No, no, chaval, la fecha está bien; fue por esa época. Ya te he dicho que fue muy comentado…

– Pero el coche… el Ford Fiesta… Yo lo vi en Oviedo hace muy poco tiempo… hace un mes y pico.

– Eso sí que no es posible; si quieres te lo enseño… es puro siniestro total, sólo pudimos aprovechar cuatro piezas de nada.

– No, no. No hace falta. Yo sé lo que vi, y recuerdo perfectamente que ese mismo coche atropelló y mató a mi mejor amigo…

– Bueno, hombre, no hace falta que te pongas así. Puede que te hayas confundido en algún número, o en alguna de las letras…

– No, perdóneme usted… Es que es todo muy extraño… y con esto el lío ya es monumental… ¿Le importa si tomo alguna nota del informe?

– No, hombre, no; apunta todo lo que quieras. Mira, ahí, en ese cajón, tienes papel, y puedes también coger un boli de los de propaganda… Quédatelo si quieres.

Tres nombres quedan apuntados en una hoja que Pedro guarda cuidadosamente en el bolsillo trasero izquierdo de sus vaqueros: Victor Manuel González Ortiz, Antonio José Vázquez González y José Antonio Valero Valle. Los tres habían muerto en el interior del supuesto coche que supuestamente también conducía Ingrid aquel fatídico sábado. Absurdo, totalmente absurdo y carente de toda lógica para una mente que sólo se alimenta de hechos reales, y cuya competencia pragmática desecha, sin reciclar nada, todo lo inexplicable. Decide, después del primer y fallido intento, buscar más pistas, nuevos indicios que le lleven a una solución definitiva… o quizá a un agujero negro, a un callejón sin ningún tipo de salida. Además, uno de los lemas de Pedro es no dejar nunca ningún trabajo a medias. Su – en estos días – detectivesca mente le avisa del error que acaba de cometer.

– Bien pensado, casi que me acerco a ver el coche… puede que eso me aclare algo.

– Por supuesto, chaval, sin ningún problema. Espera aquí que ahora te llamo al Emilio. (Es un poco retrasado… ya me entiendes, pero con esto de la ONCE hay que dar trabajo a esa gente… aparte de todas las ventajas que te da la Seguridad Social; y la verdad es que el chico se porta, ¡vaya si se porta!) ¡¡¡Emiliooo!!!

Emilio aparece raudo en la oficina, y Pedro sigue su estela después de que el encargado haya explicado al tal Emilio lo que tiene que hacer. Tras recorrer unos sesenta metros, llegan a una zona en la que los coches más bien parecen latas de sardinas apisonadas.

– Es éste – dice Emilio señalando con su dedo índice de la mano derecha al Ford Fiesta rojo… o a lo que quedaba de él.

Pedro se lo queda mirando un rato, como analizando cómo puede acceder a su interior. Luego se decide, e introduce su mano derecha por uno de los pocos huecos a través de los cuales eso es posible. Acaricia la guantera, como si le diese miedo romper algo, e intenta abrirla, lo que no le resulta muy complicado ya que el mecanismo de cierre y apertura aún funciona correctamente. Tantea con la punta de sus dedos toda la superficie interior hasta que da con lo que al tacto parece un papel. Con sumo cuidado lo rescata de las entrañas de aquel coche muerto. Atónito, Pedro se queda absolutamente atónito cuando lee el título en una página supuestamente arrancada de un libro: Book One. The Perforated Sheet (Libro Primero. La Sábana Perforada). La página le resulta, como mínimo, familiar. En la esquina inferior derecha está el número de esa página, el nueve… Pedro, sin pestañear siquiera debido a su estado casi catatónico provocado por semejante sorpresa, se fija en un párrafo subrayado: de la línea veintisiete a la treinta y uno, casi al final del papel amarillento, con cierto olor a rancio, compuesto por treinta y dos líneas. Es la primera página de una novela escrita en Inglés… Pedro lee detenidamente ese párrafo marcado, subrayado a lápiz por una mano temblorosa – las rayas distan mucho de la perfección de una línea recta:

20160315_181714And there are so many stories to tell, too many, such an excess of intertwined lives events miracles places rumours, so dense a commingling of the improbable and the mundane! I have been a swallower of lives; and to know me, just the one of me, you’ll have to swallow the lot as well.’ (‘¡Y hay tantas historias que contar, tantas, tal exceso de vidas eventos milagros lugares rumores entrelazados, tal densa combinación de lo improbable y lo mundano! Yo he sido un devorador de vidas; y para conocerme a mí, al verdadero yo, tendréis que tragaros todo el conjunto también.’)

¡Hostias; pero si esto es… es el ‘Midnight’s Children’ de Salman Rushdie… ¿Qué cojones significa todo esto…? ¿Dónde cojones me estoy metiendo…? ¡Me cago hasta en la puta madre que parió a Cristo…!” Pedro guarda esa hoja junto con todas sus notas sobre el informe del accidente, en el mismo bolsillo trasero de su pantalón en el que tres nombres de tres chicos muertos esperan para ser contextualizados; a continuación, vuelve a introducir su mano diestra en el interior de la guantera del ‘coche maldito’… pero allí ya no queda nada más. Decide releer con más detenimiento la parte subrayada de la hoja arrancada de un libro que acaba de hallar imprevisiblemente dentro de la guantera del Ford Fiesta rojo, matrícula de Madrid, número de serie 2067, letras B y M. “… ‘Devorador de vidas’… ¿Devorador de vidas? Joder, ¿la de Javi… una de ellas?… ‘Para conocerme debes tragarte el conjunto, el todo’. ¿Debo seguir, entonces, con todo esto? ¿Sabré algún día qué fue lo que ocurrió en realidad…? Me da la impresión de que yo he escuchado todo esto con anterioridad, pero sólo es una impresión, vaga, como casi todas las mías. No soy capaz de recordar quién pronunció esas palabras, ni en qué contexto… ¿Ingrid, quizá? ¿o tal vez Javi en alguna de nuestras últimas charlas? Mi memoria parece fallar por momentos… justo cuando más necesito de ella…”; el cuchicheo de Pedro se ve interrumpido repentinamente por la voz de Emilio, el ayudante de taller aquejado de cierto grado de idiocia desde su más tierna infancia (por culpa de una hostia de su madre, que no soportaba ni por un instante más los llantos hambrientos de su no deseado hijo).

– Que dice mi jefe que si deseaba usted algo más.

– ¡Eh? No, no. Muchas gracias… … Bueno, espera, sí que quería hacerle a tu jefe una última pregunta.

Pero para tal pregunta no hubo respuesta. Nadie figuraba como dueño o dueña del Fiesta colorado. No existían papeles del seguro del coche. Según el informe de Tráfico, la última cuota del seguro había sido pagada once años antes, pero, sin razones aparentes, se habían extraviado todos los papeles en algún camino intermedio, en algún cruce, en alguna bifurcación… entre el alba de lo desconocido y el crepúsculo de la venganza cumplida.

Ahora tocaba ir a Madrid, a seguirles la pista a los tres accidentados dentro de aquel siniestro coche; no quedaban otras alternativas; tampoco Salman, el viejo Salman, podría ayudar en demasía… los Hijos de la Medianoche tan sólo aportaban confusión y más confusión sobre todo el asunto, que se iba enturbiando y solidificando un poco más después de cada nueva pista – por llamarlas de alguna manera. Pero antes sería necesario echar más gasolina en el 205, aunque, debido a la apremiante necesidad de dinero en efectivo, había que acordarse de llamar a papá para pedirle un buen crédito con cualquier buena excusa: unos libros que necesitaba para un examen, por ejemplo.

… DE LA VIDA XLIII…

XLIII.

– Entonces, ¿te dejo en casa? – preguntó Fernando a Pedro desde su posición de conductor.

– No… Creo que voy a irme para el antiguo, a tomarme un par de jarras de Guinness. Las necesito. Oye, ¿por qué no te apuntas?

– No sé, debería estudiar algo hoy, que llevo una temporada de lo más ocioso; además, tengo que poner al día montones de apuntes…

– Venga, Fernando, tío… No seas agonías. Vamos a bebernos unas cervezas en honor de mi amigo Javi.

– No me tientes… no me tientes…

– Tentado estás… Joder, tío, que tienes tiempo de sobra: todo el fin de semana que viene, todas las mañanas… que por un día o dos que no estudies…

– Vale, vale, me has convencido, pelma incitador…

– ¡Ahí está mi Fernando!… No es por fastidiarte, (porque ya sabes que me interesa que tengas buenos apuntes, que a ver si no quién me los deja luego); es por no beber solo, que eso deprime mogollón: acabas como cualquier borracho solitario…

– ¡Vaya morro que le echas!

Sí, desde luego apetecía; después de dos días duros, dedicados exclusivamente a Javi, no quedaba más remedio que emborrachar la mente para, de esa manera, empezar a vivir y mamar del recuerdo del amigo muerto y enterrado.

Aparcaron el coche en el Campillín, donde la primeras putas del día comenzaban a contonearse frente a cada uno de los coches que por allí pasaba. Acto seguido, Fernando avisó a sus progenitores a través de la correspondiente llamada telefónica; hecho que de por sí sorprendió un poco a Pedro, acostumbrado ya a hacer todo lo que le viniese en gana sin necesidad de justificarse ante ningún mando superior, genealógicamente hablando, claro.

Comenzaron la ronda en el ‘Cecchini’ al ritmo que marcaba la voz de Paul Weller y sus Jam, ‘In the City’, muy apropiado, para luego ir subiendo desde la Calle Oscura hasta la Calle Mon.

Todavía era demasiado temprano… en todos los aspectos: las nueve y diez de la noche, un día de semana… Poca gente, sólo los habituales, visitaba los bares del casco viejo, y ni siquiera habían abierto el ‘Channel’. Al acabar su quinta cerveza, el estómago comenzaba a pedir a gritos algo sólido para calmar sus ansiosos jugos gástricos, hartos ya de asimilar tanto lúpulo… porque si al final no quedaba más remedio que vomitar, al menos que hubiese algún alimento digerido que poder expulsar. Fernando propuso ir a comer unos pinchos a la zona del Rosal, algo que a Pedro le pareció perfecto: uno de pollo, otro de tortilla, uno más de lomo… o puede que vegetal (pero vegetal anti-vegetariano, es decir, con su correspondiente rodaja de jamón cocido), regados todos con un buen vino, esta vez de Rioja, ya que no tenían vino del Bierzo en el bar… ellos se lo perdían.

Fernando, poco acostumbrado al efecto euforia que provoca el alcohol antes de haber abusado para dar paso a una fase etílico-incontrolada, decide que tiene ante sí la oportunidad que tanto anhelaba desde hacía ya dos años… “Ahora o nunca”, piensa mientras su amigo regresa a la mesa después de haber ido a sacar tabaco de la tradicional máquina de ‘su tabaco, gracias’.

– Oye, Pedro.

– Sí, dime

– Hace tiempo que quería comentarte una cosa que me ronda por la cabeza…

– Soy todo oídos.

Fernando coge un cigarrillo del paquete de ‘Marlboro’ que Pedro acaba de dejar sobre la mesa; lo enciende… su mano derecha muestra un ligero temblor nervioso del que Pedro ni se percata…

– … Es que estoy un poco nervioso: es la primera vez en mi vida que hablo sobre esto…

– Nada, hombre, fuma, que tampoco será para tanto.

– ¡Es que sí que es para tanto…!

– Joder, empiezas a preocuparme. ¡Dispara ya, cojones!… que somos amigos… tú también me escuchaste en su momento, ¿no? Pues eso, ahora me toca a mí.

– Está bien… Allá va; es algo que nadie sabe… o al menos eso creo yo… ¡Bah!, para que seguir con más rodeos: soy homosexual.

– ¿Y…?

– ¡Cómo que ‘¿Y?’…! ¿No te sorprende?

– ¿Y por qué tiene que sorprenderme? A mí los gustos sexuales de cada uno me traen sin cuidado… vamos, que yo respeto todas las opciones, quiero decir.

– Pero… ¿Qué es, que ya te lo sospechabas o algo así?

– Pues no, la verdad; nunca me lo había ni planteado de ti… tampoco te conozco hace tanto… Bueno, sí que te conozco de clase y esas cosas, pero no sé…

– Ya. Creo que lo entiendo: que yo era algo así como un ser invisible para ti, ¿no?

– Bueno… algo parecido… La gran masa está compuesta por seres invisibles, con los que te cruzas a diario, en la calle, en un bar… y a los que nunca recordarás conscientemente… Joder, luego ya conoces a mucha otra gente, a la que aprecias; pero amigos, lo que se dice buenos amigos, de confianza… pocos, muy pocos y escogidos. No te preocupes: no soy homófobo ni nada parecido. Podemos ser amigos sin ningún problema.

– Ya, amigos… sólo amigos, ¿no?

– ¡Uy, uy, uuuy…! Creo que sé adónde quieres llegar…

– ¿Y es terreno peligroso?

– No, peligroso exactamente no; mejor llámalo baldío, terreno baldío.

– ¿Baldío… ?

– Sí, eso: sin frutos que poder recoger en época de cosecha… ‘Wasteland’, ¿Leíste ‘Wasteland’ de T. S. Eliot el año pasado…?

– Sí, claro que lo leí. Era lectura obligatoria. Pero, ¿qué tiene eso que ver? Lo único que sé es que yo… yo… yo siento algo muy fuerte dentro de mí. Me da la impresión de que me estoy enamorando de ti.

– El único inconveniente es que a mí no me gustan los hombres. Puedo querer a un amigo… Quería a Javi… puedo llegar a tenerte un cariño especial… no sé… ¡Pero de ahí a que me llegues a gustar… ! Yo soy un heterosexual prototípico: se me van los ojos detrás de un buen par de tetas… ¿Entiendes, no?

– Sí, ya te dije antes que ‘entendía’…

– Joder, no me refiero a ese ‘entender’… Ahora va a resultar que te lo tomas a cachondeo.

– ¡Qué va! Nunca había hablado tan en serio… Lo que pasa es que estoy un poco borracho y se me va la lengua, sencillamente… La verdad es que es muy duro no asimilar bien lo que te ocurre… sobre todo cuando lo que te ocurre está tan en contra de lo que te han enseñado… lo llegas a pasar realmente mal, muy mal.

– ¡Pero si a ti no te ocurre nada, joder! Sólo tienes tus propios gustos sexuales, como todo el mundo… ¡Espabílate, que no eres ningún bicho raro, que no eres el único!

– Ya, ya lo sé… ¿Sabes?, lo más gracioso es que a mí me caen mal todas esas mariquitas que van de ‘locas’ por la vida, dando el cante, con todo ese plumerío…

– Pues a mí no me caen mal ni nada, ya ves. ¡Joder, que somos libres, tío… ! No seas cobarde… A ti lo que te pasa es que te dan envidia, puta envidia… ¿o no?

– … No sé… quizás tengas razón, puede que sea eso… Imagínate si se llegan a enterar mis padres… mis hermanos… pero sobre todo mi padre: el típico duro agente de policía fascista, racista y, sobre todo, homófobo hasta decir basta…

– ¿Qué? ¿Qué pasaría?… ¿Qué ibas a dejar de respirar así, de repente? Tú con esconderte en tu trinchera no ganas nada; al contrario, si sigues fingiendo toda tu puta vida seguro que hasta acabas casándote con una chica por complacer a tus ‘papás’… Tú sal del armario, tío, y si no son capaces de comprenderlo en tu casa pues no pasa nada, a otra cosa y ¡qué les den…!

– … por culo, ¿no?

– Sí, claro… supongo.

Llegados a este punto no pueden evitar las carcajadas que la última parte de la conversación les provoca. ¿Por qué razón Pedro evitó pronunciar la palabra ‘culo’? Es algo casi inconsciente; la educación tradicional amparada por los valores conocidos como morales se incrusta sin que nos demos cuenta en nuestro subconsciente, y a la mínima de cambio aflora, sube hasta nuestra superficie y nos acaba delatando sin nosotros pretenderlo. Pero no hay que preocuparse, tan sólo ser natural y ser consecuente con lo que uno dice. Pedro no puede mostrar ningún rasgo de su personalidad que, en principio, ofenda a un homosexual, debe ser políticamente correcto – el mundo anglosajón que nos invade irremisiblemente… ¡Qué tontería! ¡Como si no fuera ya suficiente con la moral cristiana, para tener que sufrir además la imposición de lo ‘políticamente correcto’! Gilipolleces. Pedro sabe perfectamente cuáles son sus verdaderas ideas al respecto; pero esa actitud tolerante, comprensiva, no evita que en otros contextos pueda llegar incluso a reírse de chistes sobre maricones, y a veces hasta contarlos sin tener porque sentirse posteriormente como un ogro come-mariquitas, como un hostigador de seres que no cumplan con la ‘establecida normalidad’. La realidad es la que es; podemos cambiar ciertas formas de intransigencia, pero sin la necesidad de llegar a extremos fundamentalistas.

Fernando, a pesar de las calabazas recibidas, se siente a gusto hablando con Pedro. De antemano sabía que la respuesta de Pedro iba a ser negativa, lo que ya no tenía tan claro era cuál sería la reacción global de su amigo ante su repentina confesión… Y la reacción parecía positiva, tan positiva incluso que su nivel de esperanza con respecto a un posible romance con Pedro no había menguado ni un solo ápice.

– Fernando, ¿tú conoces a Samuel?

– ¿El de Filología?

– Sí, el del grupo de la mañana… Pues él tiene una teoría: dice que todos los hombres somos homosexuales… Él lo es, por supuesto.

– Vaya bobada…

– Me contó que si él me la llegase a chupar o si me hiciese una paja, yo me correría de la misma forma que con una tía; luego me metió otro rollo sobre que si al hacer el coito anal, el que recibe siente un placer similar al orgasmo dependiendo de como se la meta el otro, que si llega a rozar con la próstata o no sé qué rollos puede llegar a correrse… A mí me parece todo un poco exagerado, ¿no crees?

– No tengo ni idea… Digamos que yo soy homosexual… platónicamente hablando, nada más.

– ¿Cómo… ? ¿Qué eres virgen? ¿Quieres decir que no has… ?

– Efectivamente: ni con tíos ni con tías… Nada de nada, excepto pajas, claro.

– Entonces tú todavía eres asexual, no homosexual…

– No sé, me da un poco de miedo probarlo… aunque no dejo de tener mis fantasías sexuales, por supuesto.

– Pues ¡hala!, a recuperar el tiempo perdido a partir de hoy mismo… no sé, vete a un bar de ambiente y ya verás como ligas, que estás bastante bueno…

– Hombre, muchas gracias por lo de ‘bueno’…

– ¡No, no, a mí no me mires así…!, que yo ya te he dicho que sólo me gustan las mujeres.

– Ya, por mi parte eso ya está asumido… pero es que tú me gustas un montón y no lo puedo evitar… … Ya, ya, no pongas esa cara, que me conformo con que seamos amigos.

– ¿Qué cara he puesto?

– No sé… un gesto raro, como de rechazo ante la idea de…

– … de hacérmelo contigo… o con cualquier otro tío. Joder, es que no estoy preparado; vamos… que no me atrae sexualmente ningún hombre… pero nunca se puede descartar nada en esta vida: igual algún día, por curiosidad, pues voy y lo pruebo… Desde luego no contigo, que no tienes ni puta idea… ¡Virgen a estas alturas… y con veintidós años…! ¡Ya te vale, tío! ¡Vaya un mal rollo…!

– No te preocupes, que lo intentaré al menos…

Esa noche agarraron un buen pedo, como dos buenos amigos que hace poco que se conocen y tienen mucho que aprender el uno del otro. Pedro, más acostumbrado a noches en vela de alcohólica bacanal, tuvo que ejercer como enfermero para con Fernando, y llevar el coche hasta casa de su amigo, aunque, eso sí, después de interrogarlo durante tres cuartos de hora hasta que por fin pudo Fernando vocalizar mínimamente su dirección. En ningún momento se le pasó por la cabeza dejarlo allí tirado, que eso no se hace nunca con un amigo.

… DE LA VIDA XLI…

XLI.

El camarero escanciaba el enésimo culín de sidra mientras Ingrid se peleaba, con cierto grado de impaciente nerviosismo, contra una de las patas de su centollo. Pedro la observaba en silencio. El ya había terminado con su crustáceo, y esperaba fumando tranquilamente a que su compañera comensal venciese en su particular batalla contra los frutos del mar para poder luego pedir algún postre. El continuo intercambio de cómplices risitas entre Pedro y el camarero agotó de un certero martillazo la frágil paciencia de Ingrid…

¡Paso de pelearme más…!”, dijo, y estrelló, acto seguido, contra el plato lo que entre sus manos quedaba aún de la pata del centollo, lo cual salió volando rebotado, yendo a aterrizar en la mesa contigua, en la que una feliz familia no cesaba de untar pastel de cabracho con mayonesa en las consiguientes mini-tostadas. La risa no pudo ser contenida ya por más tiempo… Todo ese colegueo entre su amigo y el camarero la llevó irrefrenablemente a un estado de furia casi incontrolada.

– ¡Idos los dos a tomar por culo…! ¡Os vais a descojonar de vuestra puta madre…!- proclamó realmente airada antes de levantarse de la mesa para dirigirse al baño con la intención de eliminar de sus dedos ese asqueroso olor a marisco. Una vez allí intentó calmarse un poco; lavó su cara con agua fría y respiró profundamente unas cuantas veces sin dejar de mirar de frente, a los ojos, su imagen en el espejo…

– ¡Y tú qué coño miras?- se gritó a sí misma

Pedro, sentado a la mesa del comedor, soportaba sobre sus hombros todo el sobrepeso de la escena previa: envió una mirada de trayecto semicircular que recorrió amenazante todas y cada una de las mesas, lo que, como ansiado antídoto, tornó el silencio acusador en murmullo generalizado, como debe ser siempre en cualquier bar.

– Vaya cómo se puso la parienta, ¿eh? – dijo el camarero dirigiéndose con poco tacto a Pedro.

-Ya – fue la única respuesta concluyente que Pedro pudo proferir, más atento, si cabe, al inminente regreso de Ingrid a la mesa que a los posibles comentarios dicharacheros de los allí presentes. No quería confianzas. Sintió alivio al comprobar que Ingrid no estaba aún de regreso del servicio – su reacción si llega a escuchar por boca de aquel camarero, (al que nadie había dado vela en entierro ajeno), la palabra ‘parienta’ podía ser auténticamente predecible… sólo quedará la duda de cuántos destrozos podría haber causado en la sidrería… – Más valía dar respuestas breves y cortantes al camarero con el fin de evitar ese torbellino de rabia desbocada.

Mientras Ingrid volvía del lavabo de señoras, Pedro se apresuró a lanzar a los ojos del osado camarero una mirada que decía: “Ni una sola palabra más, ¿vale, tío?”, y que además surtió el efecto deseado: se fue con viento fresco a echar sidra a otra de las mesas.

– Oye, perdona… pero es que tampoco sabes aguantar una broma.

– No, perdona tú. No sé qué hostias me pasa… estoy bastante alterada.

– Venga, no pasa nada. Vamos a pedirnos algún postre, ¿no?

– Pide tú algo para ti si quieres; yo paso, ya no tengo ganas.

– Como quieras. Yo, desde luego, sí que me voy a pedir un arroz con leche, que el de aquí está de puta madre… casero y además quemado con el gancho de la cocina; tradicional, como debe ser… ¿Estás segura de que no te apetece?

– ¡Qué no, joder! ¿Cómo te lo tengo que decir… ? Cuando quieres puedes llegar a ser muy atorrante.

– … Oye, tía, como sigas así me largo… y te pueden dar mucho por el mismísimo culo, que no hay dios que te aguante hoy… ¿vale?

Más que hablar en un tono de voz normal, Pedro susurró despacito toda su decepción al oído de su desquiciada amiga. Nunca le gustaron las escenas en público, las broncas al más puro estilo italiano … las veía como una forma de hacer teatro gratuitamente para un público dispuesto a succionar las desgracias ajenas. Ingrid, por el contrario, sí que forzaba sus cuerdas vocales a la mínima de cambio sin importarle el aforo en el patio de butacas. Esta contrastada actitud trajo consigo un instante de silencio que se levantó momentáneo como un muro pacificador entre ellos. Pedro aprovechó la tregua para comerse tranquilamente su arroz con leche, saboreando cada cucharada como si ésta constituyese la última de su vida. Ingrid por respeto, que no por ganas, esperó a que Pedro rebañase el cuenco de barro para volver a disparar.

– Joder, tío, contigo no se puede discutir – dijo en un tono ya más relajado.

– ¿Por qué lo dices? ¿Qué crees, que discutir sólo consiste en dar voces…?

– Es que no sabes discutir, no tienes sangre… nunca te alteras por nada; siempre estás ahí, tranquilo, a tu puta bola, como controlándolo todo…

– Sí, por una vez tengo que darte la razón, aunque…

– ¡Ves… ! Ahora me estás dando la razón para quitarme de en medio… Siempre estás a tu rollo, sin contar para nada con los demás. Eres un jodido hijo único egoísta y egocéntrico.

– ¡Joder, que yo no me estaba refiriendo a eso!… Yo me refería a lo de que no sé discutir… Bueno, no es que no sepa, que claro que sé, que no soy gilipollas… es que no me gusta hacerlo a voces; sabes de sobra que lo odio.

– Pues es la única forma de discutir que conozco.

– Yo no… y mira que he discutido mogollón de veces con amigos sobre cualquier tema… no sé, política, música, cine… incluso de fútbol…¡Joder, sobre cualquier cosa… y sin dar voces, tía!

– Eso, como todos los tíos… el dichoso fútbol. Sois de un simple…

– ¡Eh, eh; cuidado…! Ahí te equivocas de pleno, que yo el fútbol lo veo de otra forma, no como la mayoría de fanáticos. Para mí es un arte…

– No pienso hablar de fútbol… Sabes que lo odio. No sigas por ahí…

– Sí… Ya, ya. Lo típico de la imposición de los gustos del macho y bla, bla, bla… Pero si las tías nunca llegaréis a entender lo que significa el fútbol…

– Un juego, no es más que un juego idiota… ¡Es que es la puta verdad! Los hombres tenéis que tener vuestros jueguecitos para ser felices: que si el fútbol, que si las cartas…. Sois pura competición con patas.

– Qué no, que por ese camino no me vas a pillar… En ningún sentido distingo yo hombres de mujeres (bueno… en uno sí, claro… pero por lo demás nada… eeeh, dos, serían dos si incluyo al fútbol…). Me da igual tener presidente o presidenta, que mi padre cocine y mi madre se vaya a currar a la viña… No. No pienso entrar en tu juego, que siempre acabamos en lo mismo.

– ¡Tú empezaste!

– ¿Yooo…?

– Tú, sí, tú… no te hagas el sorprendido.

– Joder, pues será un indicio de falta de memoria, pero no recuerdo en qué momento… además no he sido yo el que se ha enfadado por una simple broma.

– Sí, acuérdate, antes en tu habitación, cuando quisiste imponerme tu música… desde ese momento llevo de mala hostia.

– ¡Qué dices? ¡Si tuvimos que acabar tragando a esos insoportables…!

– ‘… suena antiguo… son unos rancios…’. ¡Ya te vale, joder!

– Oye, no me hagas burla, tía.

– Pues si odias tanto todo lo antiguo, ¿por qué te gustan entonces las películas antiguas?

– Pero… ¿Quién te ha dicho a ti que a mí no me guste más que la música actual…? ¿Has revisado mis discos? Tengo desde madrigales hasta los grandes del ‘blues’: Elmore James, Muddy Waters, Howlin’ Wolf… No sé… Y lo del cine, para qué molestarse en explicarlo, si tú no ves una peli si está rodada en blanco y negro… No merece la pena seguir cuando no hay argumentos válidos…

– Pues no, en blanco y negro no las soporto… No me traen buenos recuerdos. ¿Pasa algo?

– Joder, que osadía. Reniegas de todo… de ‘El Crepúsculo de los Dioses’, de ‘Some Like it hot’, de ‘Intolerancia’, de Chaplin, de Keaton, de Lang, de Von Stroheim… ¡de la historia misma del cine!

– No te cortes, venga, venga, más… sigue. Si quieres pido una libreta en la barra y me apuntas en ella todos tus conocimientos sobre el séptimo arte… y eso de no-sé-qué de “jot”… Pero tú, ¿de qué vas? No eres más que un pedante… patético…

– Desisto. Eres imposible, sabes bien cómo joderme… pero es que vas siempre atacando con lo evidente… no hay manera…

– ¡Hala! No te desesperes… Es que me jode un montón que te las des de listo conmigo; eso mejor lo dejas para los impresentables de tus amigotes.

– ¡Nah!… No insistas; paso de seguir con esta discusión.

– Si, anda… vámonos a casa que tengo que tomar una pastilla para el dolor de tarro.

– ¿Pero no te ha pasado todavía?

– Pues ya ves, no… y contigo menos, pesao, que no haces más que aumentármelo.

– Si quieres, yo tengo en mi botiquín aspirinas, gelocatil… ¿o prefieres una de las que tú te has traído…? ¿Cómo puedes estar tomando el puto ‘Prozac’ de los cojones?

– …Ya ves: me las recetó mi médico…

– Tú sabrás…No son más que putas anfetas. Crean adicción… lo sabes.

– Joder con el moralista; como si tú no tomaras nunca nada… Lo de ayer noche que eran, ¿pastillas para la tos?

… DE LA VIDA XXXIX…

XXXIX.

Ese ruido, ese maldito ruido que emite la paleta del albañil contra los bordes del mármol se va haciendo cada vez más y más insoportable. Los invitados al sepelio van huyendo en oleadas de su inevitable predicción de futuro, de toda la parafernalia que la muerte siempre trae consigo. Cuando el nicho de Javi ya está absolutamente precintado tan sólo permanecen allí sus padres, su hermana y, un poco más alejado, observándolo todo desde la distancia, su amigo Pedro.

No es por morbo, ¡qué va!, es sólo una cuestión de supervivencia, de innato apego a la vida: él se ha muerto y Pedro se siente más vivo que nunca… Y con esa sobredosis de vida decide, en ese preciso momento, buscar soluciones, las causas que han llevado a su buen amigo a permanecer para siempre en ese estado inerte en el que ya no podrá hablar más, ni fumarse otro porro, ni correr en bicicleta, ni volver a escuchar a los Pixies…

De acuerdo, te has muerto… Adiós, hasta siempre. Yo seguiré por los dos”, constituye la única oración por su amigo que sale de los labios de Pedro.

Con el transcurso de los días Pedro irá recordando con mayor nitidez lo sucedido aquel fatídico domingo de madrugada, el accidente que nos separó de Javi. Sólo con ejercitar un poco su capacidad de memoria podrá extraer alguna conclusión que conteste salvadora a todos sus interrogantes… De momento, ya no puede soportar ni por un instante más la visión de esos dos padres destrozados. Había previsto darles el pésame, pero no le quedan fuerzas para acercarse a ellos. La madre de Javi se agarra desesperada al nicho sin dejar de gimotear; el padre trata en vano de tirar de ella para poder irse de aquel lugar cuanto antes; y la hermana permanece ajena al dolor paterno mientras llora para sus adentros todo el dolor que la inunda un poco más cada segundo que pasa. “Dantesco espectáculo”, piensa Pedro y, con la venia, da media vuelta para escapar por piernas del hogar de la materia orgánica de los muertos. Mientras busca la puerta de salida de ese laberíntico cementerio, se fija en algo que lama poderosamente su atención: una fosa común presidida por una extraña escultura, rodeada ésta por multitud de ramos de flores como mínimo originales – rosas rojas que forman una estrella de cinco puntas, rosas y claveles rojos que dibujan simbólicamente una hoz y un martillo, composiciones florales tricolores: rojo, amarillo y morado… – “Joder, cuántas banderas republicanas”, piensa Pedro en alto a la vez que empieza a preguntarse intrigado si no estará enterrada allí su abuela Dolores. No hay ni una sola cruz, ningún símbolo católico, sólo un cartel al pie de la escultura que reza: ‘Monumento a los hombres y mujeres torturados y asesinados por la represión franquista’… Da lo mismo, porque aunque la vieja Dolores no descanse en ese mausoleo, para Pedro esa fosa común tan idealista, tan idealizada a partir de ahora, ha supuesto todo un hallazgo: “Supongo que no os importará si vengo aquí de vez en cuando a charlar un poco con mi abuela, ¿verdad?… … Muchas gracias, sois cojonudos”. Pedro sabe que allí hay un sitio para ‘La Carretona’, revolucionaria hasta la médula, y muerta como todos los que yacían bajo aquel suelo por el rodillo de la represión franquista, aunque ésta fuese parte de la represión pre-Guerra Civil… o ¿quién si no había sido el encargado de “limpiar” Asturias de las hordas revolucionarias que osaban “ensuciar” el suelo patrio?

Sale, por fin, del cementerio municipal de Oviedo; y camina con una nueva sensación, algo que hasta le hace sonreír… porque Javi, por el momento, se esconde agazapado en otro rincón de su cerebro no conectado con el pensamiento presente.

En los aledaños del camposanto espera pacientemente Fernando, aunque un poco inquieto ya ante la imprevista tardanza de Pedro.

– ¡Hombre, por fin apareces! ¿Dónde te metiste?

– ¿Qué?

– Que dónde estabas, que llevo media hora aquí esperando. Los padres y la hermana de Javi se fueron hará ya unos diez minutos…

– ¿Tanto? … Joder, pero si acabo de dejarlos allí… en…

– Tú alucinas, colega.

– Es que se me pasó el tiempo mirando una fosa común.

– ¿Una fosa común?

– Sí, una fosa común… … Es una larga historia que ahora no viene a cuento; ya te la contaré otro día, que lo que más deseo en este instante es perder este puto lugar de vista.

– Yo también… Vámonos. Tengo el coche aparcado al lado del tanatorio… ¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien?

– Sí, sí… no pasa nada… Es extraño, ¿no crees?

– ¿El qué?

– Que se te muera tu mejor amigo, que lo acaben de emparedar ahí dentro para que se pudra para siempre… y nosotros aquí, tan tranquilos, como si tal cosa.

– Ya… es ley divina: unos se van…

– ¡Qué ley divina ni qué hostias! Es el destino, tío, el puto destino…

– No sé… puede… ¿De verdad aún crees que ella iba a por ti?

– ¿Quién?

– Joder, ¿Quién va a ser? ¡¿Quién coño va a ser?! Lo que me contaste del intercambio de cazadoras, el accidente, el coche rojo que conducía ella, Ingrid.

– ¡Ah! Sí, claro… Ingrid. Casi no me acordaba ya del accidente de marras.

– ¿Qué tienes pensado hacer a partir de ahora?

– No lo sé… No tengo ni puta idea… Creo que debería aclarar algunas cosas con ella. De todas formas, puede que ella no haya sido…

– Si estás totalmente seguro de que fue ella deberías denunciarla directamente, y dejarte de rollos.

– ¿Denunciar? ¿Denunciarla yo? ¡Qué va, tío, qué dices…! ¡Ni pa dios! ¿Acaso crees que la puta inepta policía puede solucionar algo?

– Bueno, es lo correcto, lo legal, ¿no?

– Mira: Javi, mi amigo, está tieso, allí encerrado, metido dentro de un puto ataúd… eso ya no lo va a solucionar nadie… La verdadera justicia no tiene porque ser la que nos imponen, la que nos han hecho mamar desde críos… Hay miles de formas…

– Por supuesto que sí, pero sólo una válida: denunciar y que cada uno se encargue de su trabajo.

– Joder, vaya insistencia, tío… Ni que te dieran a ti de comer los ‘maderos’.

– Acabas de hacer diana: mi padre es un ‘puto’ policía.

– … Bueno, ¿y qué? Yo sigo pensando lo mismo; eso no cambia nada…

– Ya. Tú lo que eres es un cabezota… Ya verás, ya verás cuando se lo cuente a mi padre…

Fernando introduce la llave en el contacto y, entre risas y bromas derivadas de su conversación, salen definitivamente de aquel infierno en la Tierra. Fernando comprende en parte a su nuevo amigo: Pedro busca desesperadamente una vía de escape que pueda reconfortarlo internamente de alguna manera; no pretendía, a estas alturas, empezar a jugar a los detectives; sin embargo debe preguntar, indagar, si quiere estar en paz y armonía con su propia conciencia, no ya sólo por Javi, sino también por su propia estabilidad emocional… Vaya un supuesto como punto de partida: la chica de la que está enamorado desde hace unos años, aunque él no lo reconocería abiertamente ni bajo tortura china, se carga así, por las buenas, a su mejor amigo… puede que confundiéndolo con él mismo… O no, quizás lo ideal sería que todo hubiese sido fruto de una extraña casualidad, bien como consecuencia de una imprevista autotraición alucinógena, o bien como causa de una paranoia esquizoide provocada por la interna lucha amor-odio que se vivía, desde el día en que la conoció, en el corazón de Pedro.

¿Ley divina? ¿Destino? ¿Casualidad?… ¡Qué más da! Ya no hay vuelta de hoja, y lo único cierto es que los gusanos afilan ya sus cubiertos para, sin más demora, hincar el diente en la fresca carne joven que acaban de adquirir a precio de saldo, que poca carne joven suele haber de oferta en esta época de longevidad, ya que sólo carne vieja, dura y arrugada, procedente del matadero al que los humanos llaman geriátrico, es distribuida regularmente en el frío país de los gasterópodos…

… DE LA VIDA XXXVIII…

XXXVIII.

Un domingo como todos los domingos en una casa habitada por aves nocturnas: la una y cuarto de la tarde y ni el más mínimo atisbo de vida en el planeta 6º C del 36 de Fray Ceferino. La noche anterior había sido larga, muy larga y llena de drogas empapadas en diversos tipos de alcohol. Pedro siente cercano su despertar; en ese estado semi-consciente se sorprende a sí mismo repasando la ‘Poética’ de Aristóteles…

– ¿Qué hora es? ¿Qué día es hoy? – vocifera asustado al despertarse temiendo que fuese lunes… En primer lugar comprueba la hora en su reloj: la una y diecisiete minutos; luego enciente el televisor, sin que haya remitido todavía la sensación de angustia que tapona la vía de entrada a su estómago… “¡Menos mal!”, se siente aliviado al ver que en la segunda cadena retransmiten el típico partido de baloncesto de cada mañana invernal de domingo.

– ¡Qué susto, joder! Pensé por un momento que hoy era lunes – se consuela en voz alta.

Ingrid, con tanto trajín – la tele puesta, Pedro hablando solo y sin parar de moverse inquieto en su lado de la cama – abre los ojos, mira a su compañero de catre y comienza a protestar airadamente.

– ¡Qué hostias pasa aquí, joder, que no me dejas dormir!

– Perdona, tía. Me he despertado pensando que hoy era lunes y que se me había pasado la hora del examen.

– ¡Serás mamón! Hoy es domingo, día de dormir a pierna suelta hasta que te salga del chocho.

– Vale, vale. No te pongas así. Tú sigue durmiendo que yo me voy a poner a estudiar un poco.

– ¡De eso nada, monada! Ahora te jodes, que ya me he despertado y cuando me despierto, o me despiertan, ya no puedo volver a conciliar el sueño hasta pasadas al menos unas cinco o seis horas.

– Pero es que yo debería ponerme a estudiar, que mañana tengo mi primer examen en la Facultad y…

– ¡Y nada! Para una puta vez que vengo a Oviedo a verte me aguantas y punto. Ya estudiarás luego toda la noche, que ya sabes que yo me voy en el ‘Alsa’ de las doce y media.

A Pedro le entraron unas ganas locas de agarrar a aquella mujer de un brazo y arrastrarla a empellones hasta la puerta, no ya la de su habitación, sino la de la puta calle para cerrarla, posteriormente, a cal y canto. El único problema surgiría irremisiblemente al no estar la casa debidamente insonorizada contra gritos de mujer histérico-despechada.

Pedro deseaba que ella regresase a Madrid de una puta vez. Ingrid invadía todo su espacio vital, ya no era dueño de su propia habitación (todo hijo único ama la soledad escogida, la soledad que permite tener todo lo que se encuentre al alcance de la vista bajo control)… Pero estaba más que dispuesto a imponerse, a rebelarse contra aquella que osaba conquistar su pequeño país. Ensayó consigo mismo una mirada violentamente acusadora, que fuese capaz de decir: “Cuidado, que aquí estoy yo, ¡eh?”… Llegado el momento de ponerla en práctica no pudo… fue mirarla a los ojos y enternecerse al mismo tiempo.

– Venga, haya paz. Voy a poner algo de música.

– Vale. Mientras, voy al baño a mear y a lavarme un poco la ojera, que debo tener un aspecto de lo más terorífico.

Todo lo contrario, para Pedro estaba guapísima recién levantada, sin nada de maquillaje, sin ningún tipo de máscara. No sé porque las tías se empeñan en arreglarse excesivamente, si a cualquier hombre enamorado le gusta su chica esté como esté…

Pedro revisó de una pasada su discografía, pero aún no tenía muy claro qué le gustaría escuchar en ese preciso instante. Cada momento tiene su música, y, tras barajar cuatro opciones, sacó un vinilo de su correspondiente carátula y lo colocó en el plato de su tocadiscos; limpió a continuación la aguja, ajustó el volumen y el “Daydream Nation” de los Sonic Youth comenzó a sonar llenado de decibelios no sólo su habitación, sino que el ruido de guitarra distorsionada también avanzó desafiante abriéndose paso por el resto de la casa. Ingrid regresó del baño alterada ante la avalancha de vatios que invadía su cerebro, según su propia consideración, de forma premeditada.

– ¡Joder! ¿Estás loco, o qué? ¡Baja eso!… ¿o es que a ti no te duele ni un ápice la cabeza?

– ¡A mi no me duele la cabeza! ¡Al contrario, a mí la música me ayuda a vencer los efectos de la resaca!

– ¡Pero es que vas a despertar a los demás!

– ¡Qué se jodan esos cabrones! ¡Anda que no me habrán despertado ellos a mí cantidad de veces… ! ¡La última me despertó Carlos con Nino Bravo, tía! ¡¡¡Nino Bravo!!!

Ingrid decide pasar directamente a la acción: baja el mando del volumen del siete al dos. Pedro siente como su hipotética autoridad se desmorona. “Esto supone un golpe de estado en toda regla”, piensa indignado. Había tenido, como todo bicho viviente, sus rollos; alguna que otra chica había pasado por su reino sometiéndose en casi todo a su regia voluntad… Pero esto era nuevo, algo inconcebible, sin dejar de ser, por otro lado, moralmente insoportable. Su único consuelo se derivaba de que el estado dictatorial impuesto por la coronela Ingrid tenía sus horas contadas: sólo hasta las doce y media de la noche…

– A estas horas, sin haber desayunado todavía, apetece oír una música menos estridente, ¿no crees?… Además, podías tener algo de consideración con los demás, tío.

– Joder… yo alucino en colores. ¡Si a ti te gustaban los Sonic Youth!

– Sí, sí que me gustan… pero en momentos muy determinados, no ahora. Y tampoco es que me chiflen, la verdad.

– No dejo de salir de mi asombro… De acuerdo. Entonces, ¿qué te apetece escuchar?

– No sé… pon esta cinta mía de El Último de la Fila, por ejemplo.

– ¡No, eso no! ¡Por ahí sí que no paso!

– ¡Ah, no? Pues antes bien que te gustaban también… ya empiezas a contradecirte, como siempre.

– No, si yo no lo niego; pero es que son muy repetitivos… cada disco que sacan es más de lo mismo.

– Y dale… ¿Qué es, que Sonic Youth no se repiten, que en cada disco inventan algo nuevo?

– Pues no, no es eso… Joder, es una mera cuestión de gustos… es ir evolucionando, creciendo con la música y seleccionando lo que consideras realmente bueno.

– Ya, las típicas chorradas de siempre… ¡Ya te digo!

Siguiente operación de Ingrid: quita el disco de Sonic Youth, coloca en la pletina “Como la Cabeza al Sombrero” de El Último de la Fila, y pulsa la tecla de ‘play’.

– Vale, vale… Me rindo. ¡Qué remedio si no…! Además, no tengo ánimo para seguir discutiendo, que tengo un examen mañana… ¡Mi primer examen en la universidad!, y necesito estímulos, concentración, y no discusiones gilipollas sobre este o el otro grupo.

– Yo reconozco que sabes mucho de música, de cine… conoces mogollón de grupos, siempre estás al día en todo… Si es que tu único defecto es que tratas de imponer tus gustos a los demás.

– ¡Yooo? ¡De eso nada!

– Sí, tú, tú… Acuérdate de los rollos sobre música pop que me metes siempre en tus cartas: didácticos e insufribles la mayor parte de las veces, para qué te voy a engañar…

– Joder, me gustan, o mejor dicho, me apasionan la música y el cine… Lamento haberte contado mis rollos de crítico cinematográfico-musical. Ya ves, pensaba que te interesaba todo lo que te contaba en mis cartas, que tenías gustos afines a los míos…

– Y los tengo… muchos de los grupos que me recomendaste me parecieron flipantes: los Pixies, los Dead Kennedys, los Smiths, Joy Division… o incluso los Residents. Lo que ocurre es que no soporto que me des lecciones magistrales de tío listo que lo sabe todo; no soporto la prepotencia masculina…

– ¡No jodas!… … Y eso, ¿qué tiene que ver?

– Mucho, pero mucho que ver. ¿Pero es que no os dais cuenta? Los tíos sois todos como cromos repetidos: os creéis superiores a nosotras; tratáis de mostrarnos continuamente todo lo inteligentes que podéis llegar a ser… joder, es que sois de un paternalista que da asco, ¡puto asco!

– Yo no tengo la culpa de ser inteligente, joder… No cuento las cosas por meter puros y simples rollos, sino porque…

– ¿Por qué?, a ver, ¿por qué? Explícate.

– … … ¡No tengo ni puta idea! Yo sólo quería poner un disco de Sonic Youth, y no tener que soportar a los pesados de El Último de la Fila… Además, el que canta es idéntico al Pajares, ¡y tampoco soporto a Andrés Pajares!

– ¡Bravo! Vaya un señor razonamiento de ‘monsieur’ inteligencia… Pajares… Entonces, según tu nueva teoría sobre gustos musicales a mí no me pueden gustar los Pixies: no soporto a los gordos, y el cantante es una puta bola de grasa…

– Vale, vale, tú ganas… como siempre… Mira, sólo trataba de explicarte que no me apetece escuchar a esos varas; suenan rancio, antiguo, decadente…

– Pasado de moda, querrás decir pasado de moda. ¿Antiguo? Antiguo es el gregoriano, ¡no te digo!

Pedro se tranquiliza: se sienta sobre la cama en actitud relajada y pacificadora, y elabora uno de sus – al menos él lo cree así – brillantes razonamientos.

– Vamos a ver, Ingrid… no es exactamente eso; ‘antiguo’ no define correctamente lo que pretendía explicar, tampoco ‘pasado de moda’… Los Rolling Stones, por ejemplo, tuvieron que hacer montones de canciones, grabar discos año tras año, para convertirse en clásicos y ser reconocidos como tales por todo el mundo… Bueno, por casi todo el mundo.

– ¿Y…?

– No me interrumpas, déjame seguir… ¿No te das cuenta? Ahora todo va muy de prisa, todo gira a más revoluciones: ¿cuántos discos tiene que grabar hoy en día un buen grupo para convertirse en un clásico? Con un par de ellos, ¡con uno, incluso!, puede ser más que suficiente… Por la misma razón, si al tercer o cuarto disco no son capaces de superarse, de introducir variaciones… pues eso, se vuelven antiguos, aburridos, y tú escucharás sus primeras grabaciones, así como pasarás olímpicamente de todo lo nuevo que vayan sacando a la calle. Así de sencillo.

– De acuerdo, sencillísimo, ¡oh! ser supremo del rock’n’roll… ¡Pedro dixit!

– ¡Bah! No me vaciles, tía, que estoy hablando en serio.

– Pues tú no me des lecciones, tío, que no las necesito.

Y se enzarzan en una amistosa pelea que, como suele ocurrir cuando hay deseo, acaba en un buen polvo que sirve de vía de escape a toda la tensión acumulada previamente. La fase post-coito devuelve el silencio, ya no hay música, ya no hay discusiones, tampoco se pueden oír jadeos entrecortados… Toda esa quietud se ve perturbada inconscientemente por el intenso rugir de las entrañas de Ingrid, que no conocen otra forma más discreta de decir que ya está bien, que el hambre aprieta. Pedro se da por aludido: “Oye, ¿por qué no bajamos a la sidrería de enfrente a comernos un buen par de centollos?”, propone, a lo que ella asiente antes de matar contra el compacto vidrio del cenicero el primer canuto del día, el canuto mañanero.