… DE LA VIDA LVIII…

LVIII.

La cámara hace un travelling a lo largo de un pasillo que dobla – después de recorridos unos seis metros – a la derecha hasta llegar a una puerta de madera de pino barnizada en tonos caoba, que se abre para permitir nuestro paso al interior de una amplia habitación. Lo primero que vemos al entrar es un sillón de terciopelo azul; detrás, como a un metro de distancia más o menos, un armario empotrado; giramos la cámara a la derecha, y entra en cuadro el resto de la estancia: una cama ubicada justo en el medio y al fondo una ventana, bajo la cual tenemos una mesa a la que está sentado Pedro; nos acercamos a él y dejamos un plano medio fijo.

¡Hola! Aquí estoy de nuevo, esperando a que lleguen Fernando y su novio, Rafa. Se conocieron hace un año y medio en una de las multitudinarias fiestas que organizamos en mi piso. Rafa era compañero de clase de Iñigo; habían estudiado juntos para algún que otro examen, y en una de esas Iñigo decidió invitarlo a ‘La Fiesta’, como la denominaría posteriormente Fernando. La verdad es que Iñigo quedó un poco chafado, (no sabía que Rafa era homosexual), pero con el paso del tiempo ha terminado por entenderlo, olvidándose de su vena un pelín homófoba.

Vamos al cine los tres, a ver – por fin hay una sala en la que sólo ponen películas en versión original con subtítulos – ‘Amateur’ de Hal Hartley. Como de costumbre, éstos empiezan a retrasarse…

Ya hace tres años y siete meses que murió mi amigo Javi. Juan y Gloria, sus padres, regresaron a Madrid, quizá por no poder soportar por más tiempo la asociación de esta ciudad con la muerte de su vástago. Gloria, muchas noches, sobre todo aquellas en las que yo me encontraba estudiando frente a mi ventana, solía ir hasta la habitación de Javi; una vez allí encendía la luz, luego subía la persiana para que así yo pudiese verla mientras se desnudaba lentamente y sin dejar de mirarme fijamente a los ojos. Alguna vez llegó incluso a masturbarse, bien frotando su clítoris con un dedo, o bien introduciendo uno, dos y, en ocasiones, hasta tres dedos en el interior de su vagina. Todo ese ritual me desconcentraba por completo. No sé, el ver la habitación de Javi tal y como estaba cuando él vivía, incluso con los mismos pósters y carteles de entonces, y a Gloria dejándose llevar por sus más escondidos deseos, me producían una angustia tal que yo, aunque no quería seguir aquel juego, llegué incluso, como espoleado por un efecto dominó de tipo onanista, a hacerme, en más de una ocasión, una paja asomado a mi ventana. De esa manera saciaba mi inmediata excitación y también le devolvía a Gloria lo que ella me estaba ofreciendo. Menos mal que se han ido para Madrid; a ver si así puede mi conciencia descansar un poco. Sin embargo Andrea, la hermana de Javi, sí que se ha quedado aquí, en Oviedo, aunque ya no como vecina mía, lo cual es una auténtica pena porque me cae muy bien… yo creo que incluso nos gustamos y todo – por lo menos, a mí si que me gusta ella. Una noche de marcha estuve a punto de entrarle, pero al final me corté, me frenó en seco el hecho de que fuese la hermana de Javi. Ya veis, rollo chungo con la madre, y no me atrevo a decirle a la hermana que me gusta. Quién sabe… nunca es descartable ninguna opción; puede que me decida algún día de estos… de momento me gusta… en silencio.

Estoy escuchando el último CD que me he comprado; es un grupo de Glasgow con nombre japonés, Urusei Yatsura. Suenan un poco a los primeros Pavement, a los de ‘Slanted & Enchanted’, algo también a Sonic Youth… no sé, siempre puedes encontrar referencias válidas; en música todo es válido. Ese nombre tan extraño está sacado de un personaje de manga, y según he leído se presta a dos posibles interpretaciones: ‘chicos ruidosos’ y ‘extraterrestres ofensivos’, ambigüedad que no se resuelve cuando los escuchas ya que ambos significados son perfectamente aplicables al contexto auditivo. Todo este rollo viene a cuento porque me aburro esperando a estos dos tardones… ¡Joder, si quedamos para tomar un café antes del cine se debe ser puntual…! Digo yo. No soporto la impuntualidad, pero Fernando siempre tiene preparada alguna excusa, y más ahora que se ha juntado con Rafa, otro impuntual patológico.

Mejor nos tranquilizamos un poco y cambiamos de tercio, (aunque no me gusten los toros, es más, ¡odio la tauromaquia!). Hoy he recibido carta de mi tío Carlos; sigue como siempre, con sus historias extrañas – ahora dice que me ha elegido a mí para aparecerse después de muerto -. La verdad es que eso me da igual, aunque ese fenómeno me llegue a suceder alguna vez seguiré sin creer en fantasmas. Lo que sí que me alegra es que la relación entre mi tío y mis padres fluya ahora con toda la normalidad que antaño brillaba por su ausencia. No sé si esta situación durará mucho tiempo más; la culpa la tienen los ‘kikos’, y no me estoy refiriendo al maíz tostado, sino al Camino Neocatecumenal, un movimiento religioso ultraconservador que toma su apodo gracias al nombre de su fundador, Kiko Argüello. Últimamente, mis padres están actuando de una forma muy rara: se reúnen en salas a celebrar durante horas su particular eucaristía y luego vuelven con el cerebro bien lavado y planchado. Estos ‘kikos’ cuentan con todo el apoyo del Sumo Pontífice, jefe de la mayor secta del mundo, la iglesia católica. Está claro, monoteísmo es igual a dictadura ideológica… y a mis padres no hay dios que los pueda sacar de ahí. Por otro lado, Carlos es un ser muy ácrata, demasiado para el gusto de mis padres… pero, bueno, en la distancia creo yo que puede funcionar la recuperada relación fraterna. Es más, yo actualmente me llevo bien con mis padres gracias a que evito premeditadamente cualquier tipo de discusión al respecto, aunque me joda en lo más hondo verlos atrapados por ese virus tan maligno. Si llegaran a enterarse de… digamos que un cinco por ciento de lo que yo hago por ahí cuando salgo de marcha, seguro que terminaban exorcizándome en alguno de esos antros tipo Centro Reto.

Llaman a la puerta; ¡por fin! Un momento, que voy a abrir… … … Son Fernando y Rafa. Como aún es pronto para ir al cine, los he invitado a tomar un café aquí en casa…”

– … con leche, ¿no?

– Sí, para mí con leche, y para Rafa también.

– ¡Pero déjale hablar a él, joder, que nunca le dejas meter baza…!

– No, no, si por mí está bien… lo tomo siempre con leche.

Pedro va a la cocina a preparar una cafetera del mejor café de Colombia y a calentar leche en un cazo; mientras tanto, Fernando revisa las nuevas adquisiciones discográficas y literarias de Pedro, y Rafa curiosea con su mirada todos los rincones de la habitación – hoy, por cierto, no excesivamente desordenada -. Una fotografía que cuelga de la pared llama poderosamente su atención; Rafa se levanta y se acerca para poder ver en detalle a la abuela Dolores.

– Oye, Fer, ¿quién es esta señora?

– ¿Cuál, la de la foto?

– Sí.

– Es, o, mejor dicho, era la abuela de Pedro.

En ese instante Pedro regresa de la cocina con una bandeja en la que reposan tres tazas, un azucarero, tres cucharillas, la cafetera humeante y una jarra de leche caliente. Al entrar se encuentra a sus dos amigos plantados de pie frente a la instantánea de su abuela.

– Esta es tu abuela, ¿no?

– Sí, era mi abuela… Murió precisamente aquí, en Oviedo; la mataron durante la revolución de octubre del ’34. Dolores, se llamaba Dolores, ‘La Carretona’.

– Era guapa.

– Sí, muy guapa.

– Sabes, me recuerda un poco a Ingrid… guarda cierto parecido con ella. No sé, la expresión de su cara, esa mirada profunda… y eso que a Ingrid sólo la vi en aquella foto que perdiste…

– Ingrid… ¿Quién es Ingrid?

Pregunta Rafa intrigado. A lo que los otros dos responden con una sonora carcajada de complicidad. Lola ‘La Carretona’ observa toda la escena, desde su hierática templanza, apostada frente a la antigua Cooperativa de Tabacos de Cacabelos, mientras coloca con cuidado su chaqueta gris de punto de cruz para que Honorio, el retratista de Cacabelos, apriete el botón de su aparatosa cámara fotográfica. De esa manera, la imagen de Dolores sobrevivirá a su muerte… por los años de los años.

… DE LA VIDA LVII…

LVII.

La música a todo trapo hace que hasta las paredes se tambaleen. Pedro y Javi están escuchando un disco de los Dead Kennedys – ‘Fresh Fruit For Rotting Vegetables’ (fruta fresca para vegetales podridos) -. Fuman un porro antes de salir por ahí de marcha mientras disfrutan de la voz de Jello Biafra y charlan distendidamente. Es un sábado cualquiera… como otros, pero la madre de Ingrid está muy preocupada porque su querida hija salió el día anterior, viernes, a tomarse unas copas y todavía no sabe nada de ella.

-… ‘Quiero a tu hermana en silencio’

– ¿Qué dices?

– ¡Eh? No, nada, nada. Sólo repetía mecánicamente una frase: ‘quiero a tu hermana en silencio’.

– No jodas… ¿a Andrea?

– Justo, lo que yo decía. A ver cómo cojones te lo explico… O sea, tú acabas de entender que yo estoy colado por tu hermana Andrea.

– Sí, tú lo acabas de decir… yo no me estoy inventando nada.

– Esa frase – ‘quiero a tu hermana en silencio’ – tuve que representarla ayer en clase, en el encerado, delante de todo el mundo. Se trata de una asignatura – Sintaxis Transformacional … todo ese rollo que te conté de Chomsky, ¿lo recuerdas?

– Sí, he de reconocer que era un puto rollo macabeo. No entendí un pijo.

– Pero si es muy fácil, Javi.

– No se te estará pasando por la cabeza volver a contarme todo aquel lío del ‘antecesor común’, de…

– Ya verás cómo hoy lo entiendes, tío.

– Joder, que mal rollo que me está dando. Entre el peta y tú vais a acabar con mis pobres neuronas.

– Tú escúchame atentamente y luego opinas, ¿vale?

– Joder, si no me queda más remedio…

– Es una idea de lo más revolucionaria. Tú imagínate, tío, un ‘pavo’ con veintitrés años recién cumplidos que publica su primera gramática, ¡la hostia…! Pero no una gramática al uso en la que sólo se ven estructuras y más estructuras de distintos tipos de oraciones, sino una que basa todo su razonamiento en lo que él denomina como Gramática Universal, común a toda la raza humana. Todas las lenguas se derivan de un único antecesor común. El dice que la capacidad del lenguaje es innata al ser humano…es una idea muy igualitaria, muy comunista en el amplio sentido de la palabra, ¿no crees?

– Yo no creo nada… nada de nada. Todo eso no son más que chorradas.

– No, no son chorradas. Si leyeses algo de lo que Chomsky escribe alucinarías, pero alucinarías de verdad. No es solamente un siniestro lingüista, también investiga a un niveeel… digamos que sociopolítico. A pesar de ser estadounidense, critica con extrema dureza la política exterior de su país, a la CIA, al FBI… Espera un segundo – Pedro se levanta del suelo, sobre el que estaba sentado casi como un yogui, y se acerca a su pequeña biblioteca, compuesta por una sola estantería, aunque, eso sí, rebosante de volúmenes. Coge uno con su mano derecha y regresa a su sitio para sentarse sobre el frío parqué y leer un párrafo a su amigo Javi -. Escucha esto: ‘Como Estados Unidos continuaba con lo que los nazis habían dejado a medias, tenía mucho sentido usar especialistas en actividades contra la resistencia. Más tarde, cuando se hizo difícil o imposible proteger en Europa a esta gente útil, muchos de ellos (incluso Barbie – se refiere a Klaus Barbie, uno que había sido jefe de la Gestapo en Lyon, el Carnicero de Lyon…)

– Sí, ese sí que me suena. Hace poco que salía en la tele por una condena o algo así.

– Sí… algo así. Pues resulta que al tal Barbie, el Ejército de los Estados Unidos le había encargado espiar a los franceses. Para que veas cómo funcionan las cosas en las cloacas del poder… Por dónde iba… ah, sí. ‘…(incluso Barbie) fueron llevados en secreto a Estados Unidos – ves, lo que yo te estaba diciendo – o a Latinoamérica, a menudo con la ayuda del Vaticano y de curas fascistas.’ Ese es Noam Chomsky.

– Bueno… ¿y qué?

– ¡Bueno y qué! ¡Bueno y qué! ¿Eso es todo lo que se te ocurre?

– Tío, que yo paso de politiqueos. No son más que putos rollos que interesan sólo a los que manejan el poder. A mí ni me van ni me vienen.

– Eso es, configuremos un perfecto rebaño para que todos esos hijos de puta sigan manejando todos y cada uno de nuestros hilos.

– Es mucho más complejo, Pedro… Muchísimo más complejo de lo que tú te puedas llegar nunca a imaginar.

– ¿El qué?

– La vida, tío. La puta vida.

– Tampoco hay porque ponerse trascendentes… no es para tanto… … … … … Si te das cuenta, toda esta conversación deriva de ‘quiero a tu hermana en silencio’. Tan sólo es una oración ambigua, sin más.

– ¿En qué sentido ‘ambigua’?

– Puede tener dos significados: quiero que tu hermana se calle, que esté en silencio, o el que tú habías entendido antes.

– Pues yo sólo veo uno, ese, el que yo había entendido: que te mola mi hermana pero que no se lo dices a nadie.

– A ver, imagínate que ahora Andrea está aquí con nosotros, y que no deja de dar voces y me está molestando un huevo (es algo figurado, eh. No vayas a pensar que tengo algo contra tu hermana) y yo, en vez de dirigirme directamente a ella, te digo a ti en un tono enfadado: ‘¡quiero a tu hermana en silencio!’.

– Pues vaya una cursilada de frase. Conociéndote, seguro que me dirías: ‘¡qué se calle tu jodida hermana de una puta vez, hostia!’

– También es verdad. Por eso no supe responder a la profesora cuando me preguntó allí, frente a toda la clase, por la ambigüedad de esa frase. Por eso la estaba repitiendo de forma mecánica… Yo tampoco era capaz de sacar esa interpretación… me parece, no sé, como muy eufemística aplicada a esa situación.

– Sí.

– Oye, Javi, ¿te encuentras bien? No sé, te veo raro… tienes hasta mala cara.

– No estoy del todo bien. Ultimamente estoy durmiendo fatal, tío.

– ¿Y eso?

– Tengo sueños chungos, pero la hostia de chungos. Puedo estar soñando con una tía, con que juego un partido, con cualquier cosa, y, de repente mi abuelo se introduce en mi sueño y lo jode todo.

– ¡Hostias, como el Freddy Kruger!

– Hombre, no a ese nivel, pero sí que me fastidia.

– Desde luego, sí que es chungo, sí…

– A mí me tiene acojonao… ¿Qué hostias podrá significar…?

– No tengo ni puta idea; no soy Freud. Pero no te preocupes, tío, que ya se irá de tus sueños.

– Espero que sí, porque no creo que lo resista por mucho tiempo… Me da miedo, mucho miedo…

– Tu abuelo murió, ¿no?

– Supongo que sí, porque en mi vida lo he visto.

– Entonces, ¿cómo sabes que es él?

– Por una foto. De mi abuelo, el padre de mi padre, sólo tenemos una foto: está de pie, vestido de miliciano, fumando apoyado en unos sacos que componen una barricada; debe estar tomada en Madrid. Y es esa cara, no tengo la menor duda.

– También yo sólo conozco a mi abuela Dolores a través de fotografías… Me hubiese gustado poder conocerla en persona, aunque sería muy distinto: ahora sería una viejecita refunfuñona, y no esa guapa mujer de aquella fotografía. A lo mejor ella se introduce en mis sueños, como tu abuelo… la diferencia está en que yo nunca recuerdo ni un puto sueño, ¡ni uno!

– Ya me podía pasar eso a mí, joder… ¡Si yo nunca me he interesado por él…! Fue un cabrón de mierda. Le hizo un hijo a mi abuela – mi padre – y desapareció… y digo que fue un cabrón, pero yo no sé si eso es verdad o no. No sé de dónde era, sólo sé que no era de Madrid… pero sí que estaba allí cuando la guerra, resistiendo como uno más… puede que le hubiese ocurrido algo, pero ya es coincidencia que justo el día en que mi abuela Juana le contó que estaba embarazada de él, el tío va y desaparece misteriosamente; se esfuma… Demasiada coincidencia me parece a mí. Creo que se llamaba (o llama, porque igual está vivo aún) Manuel. Tampoco estoy muy seguro… mi padre nunca quiere hablar del tema, y mi abuela murió cuando mi padre tenía ocho años, así que…

– A mi abuela Dolores le ocurrió exactamente lo mismo. Eso si que es una coincidencia… La abandonaron a su suerte con un hijo en su vientre – mi tío Carlos, el que está en Buenos Aires.

– Sí, lo recuerdo… recuerdo toda la historia de tu abuela. Me la contaste el año pasado, un día que había tormenta y que nos quedamos aquí bebiendo y fumando porros.

– Sí, es verdad.

La música ya no suena. Jello Biafra se calló hace ya un cuarto de hora, y el silencio total se hace harto necesario para que cada uno estrangule los recuerdos no vividos, pero que al fin y al cabo pertenecen a su familia, a lo más hondo de cada una de sus conciencias. Pedro enciende un cigarrillo y se atreve luego a romper el muro de silencio que divide su habitación en dos.

– Oye, Javi; si no te apetece salir, aviso a Carlos y nos quedamos aquí.

– No, hombre, tampoco me siento tan mal como para quedarme en casita un sábado, como un gilipollas.

– Cómo quieras.

– ¿Con quién has quedado?

– Bueno, aparte de con Carlos, con Silvia y Marta, las de mi clase.

– Mola, tío. Silvia esta buenísima… y es una tía supermaja. ¿A ti te mola?

– Sí, claro. Pero no es más que una amiga de clase. No quiero yo rollos chungos con ninguna tía de clase, ni de la Facultad, que luego tendría que verla a diario.

– Joder, a buenas horas vienes tú con prejuicios. Yo, cualquier día de estos le entro a saco, tío.

– Bueno; ése es tu problema.

– ¿Qué es, que te parece mal?

– ¡Pero tú eres gilipollas o qué!

– Joder, tío, no tienes porque ponerte así.

– ¡Así cómo?

– Como un puto basilisco.

– Pero si tú no sabes ni lo que es un basilisco, joder.

– ¿Un obispo o algo así?

– ¡Un obispo! ¡ja, ja, ja, ja, jaaaa…!

– Joder, yo lo decía porque me suena así como a basílica… a obelisco, ¿no?. A ver, listo de los cojones, qué coño es entonces un puto basilisco.

– Es un bicho, tío, un reptil pequeñajo parecido a una iguana.

– ¡Dios mío; estoy frente a un diccionario con patas…! ¡Adoremos al sumo gurú de la infinita sabiduría!

– Venga, déjate de gilipolleces y hazte otro peta.

– Sus deseos son órdenes, ¡oh, pontífice del basilisco…! ¿Te cuento un chiste?

– Vale. Pero, mientras, te vas haciendo el peta.

– Pásame el papel… Un sargento de la Guardia Civil, todo uniformado y tal, entra en una farmacia y grita: ‘¡VICKS VAPORUB!’, y el farmaceútico va y reacciona como un sputnik y contesta: ‘¡VICKSVA!’.

… DE LA VIDA LVI…

LVI.

Era superior a sus fuerzas, la curiosidad arrastraba irremisiblemente a Pedro hacia la búsqueda de alguna explicación sino posible, al menos plausible. En casa de la familia Zamudio Frías no quedaba ni un solo recuerdo palpable de la travesía por la vida de la primogénita. La única instantánea que Pedro conservaba de Ingrid también se había volatilizado misteriosamente. Todos sus compañeros de piso aseguraban y reaseguraban infinidad de veces que ellos no habían cogido la dichosa fotografía. ¿Qué cojones quedaba entonces…? Pedro se estaba planteando incluso si alguna vez había poseído aquella foto, y habría llegado a esa conclusión de no ser por los testimonios de Fernando, de sus propios compañeros de piso, hasta del propio Juanjo, el que había osado en una ocasión hacer un comentario fuera de tono sobre las voluptuosas formas de Ingrid. Todos confirmaron, sin dejar lugar a la menor de las dudas, que una vez existió, aunque sólo fuese plasmada en papel fotográfico, la imagen de una guapa chica morena al lado de un bisoño adolescente con cara de despiste inherente. “De todos modos, alguien podría haber hecho un buen montaje… ¿o no?”, llegó incluso a afirmar el cachondo de Iñigo, un fanático hincha de los Expedientes X.

A Fernando, en ocasiones agudo con su ingenio, un día se le ocurrió una última alternativa. “Recuerdo que me dijiste que la foto aquella la había hecho un primo tuyo, ¿no?”, preguntó Fernando súbitamente eufórico debido a la supuesta brillantez de su idea. “Sí, mi primo Jose”, le respondió Pedro sin darle mayor relevancia al contenido de la afirmación de su amigo – ya le daba todo igual, ya no sentía la desesperación de los días previos, sólo tenía ganas de pasar página cuanto antes -. “Pues ya está, asunto arreglado. Él conservará el negativo, supongo… haces una copia, o varias copias por si acaso…” Pedro tomó nota y, sin más demora, ese mismo día hizo una llamada telefónica a su primo Jose a Cacabelos para que le hiciese el favor de copiar la foto de los negativos de la boda de la prima Natalia en la que él salía con una chica morena muy guapa. La respuesta de Jose surgió contundente como un misil tierra-aire: extrañamente, Jose había extraviado los negativos de las fotos de aquella boda – “ya ves, tengo guardados todos los negativos de todas las fotos que he hecho en toda mi vida, y ésos, precisamente ésos, no están. Y mira que los he buscado para dejárselos al tío Martín, que no hace más que pedírmelos, y fotos, lo que son la fotos que saqué, no me quedan ni la mitad, el resto, pues ha desaparecido no sé aún ni cómo…” – A pesar de la decepción inicial, semejante respuesta (puede que hasta esperada) no causó la menor mella en el apaciguado ánimo de Pedro. Estaba dejando de ser Mulder, el ‘siniestro’, para ir convirtiéndose paso a paso en la escéptica Scully; “no me voy a creer nada, ninguna explicación fuera del mundo pragmático… pero seguiré insistiendo… por lo menos unos días más. La muerte de Javi no puede quedar así, impune… Era mi amigo, y creo que se merece un último esfuerzo por mi parte.”

Siguiendo la línea que la boda-despertador trazaba, a Pedro se le ocurrió indagar en casa de sus primos Jesús y Natalia. En una de las visitas a Cacabelos fue a visitarlos. Después de conversar sobre los mismos temas triviales de siempre, que si este año vendrás para la matanza, que si se estaban planteando ya tener descendencia ahora que estaban estabilizados (“¡qué triste!”, pensó Pedro ante la angustia existencial que le provocaba el hecho de pensar que alguna vez pudiese llegar a tener un hijo; “joder, un enano invadiendo toda mi intimidad y sin dejarme vivir a mis anchas… ¡no! ¡Y una mierda…! ¡Ni pa dios!”), etc., etc.

Pedro comenzó a hablar de Ingrid, sobre la repentina desaparición de la chica; se dirigía especialmente a Jesús, que, como primo de Ingrid, puede que supiera algo, que conociese algún dato nuevo que le acercase a su paradero actual. (Pedro no mencionó el accidente que había acabado con los huesos de su amigo Javi en el camposanto de Oviedo, no fuera a ser que esa información coartase de alguna manera la respuesta de Jesús.) Jesús sí sabía que su prima se había largado de casa sin dejar rastro, acto que, a pesar de lo que opinaba su familia, a él le parecía lógico; “no, si mi prima siempre estuvo un poco pirada. Es una tía muy rara, yo nunca llegué a tener una relación muy estrecha con ella… es más, se podría decir que ninguna, salvo en las típicas reuniones familiares. No tengo ni puta idea de dónde puede estar… Pero, ¿a qué se debe tanto interés por tu parte?”. “No, nada en particular; es que me enteré de su desaparición porque en Madrid me encontré por casualidad con su hermano… con tu primo, vamos”, contestó Pedro a la pregunta enviada por Jesús, cuando en realidad le hubiese apetecido decirle “¡y a ti qué cojones te importa! Son asuntos míos, solo míos; ¿vale?”. Pedro intentó una última cuestión: “oye, Jesús, ¿tú sabes si Ingrid tenía un Ford Fiesta de color rojo… o quizá su padre, o su madre?” “No, que yo sepa tenían un Polo; luego se compraron un BMW. Pero un Fiesta, no, de eso sí que estoy seguro.” Era imposible seguir; los caminos se bifurcaban una y otra vez, una y otra vez hasta hacer que los cruces, con infinidad de opciones a elegir, superasen la capacidad de Pedro para poder discernir cuál era el válido y cuál no. Pedro cambió repentinamente de tema; no quería que se le notara en exceso su delicado interés por la ‘tía rara’ aquella, pero llegado un momento en el que volvían a hablar cíclicamente de las mismas cosas una y otra vez, una y otra vez, ya no pudo resistirlo más y preguntó si podía ver al álbum de fotos de la boda, algo que hizo sentado entre el matrimonio de primos. Resultado negativo: Ingrid sólo aparecía en una foto, pero nada más se podía ver una pequeña parte de las botas Doctor Martens que llevaba puestas aquel día, el resto de su ser estaba tapado por su hermano Erik. Eso era a lo que se había reducido Ingrid, su recuerdo, a unos centímetros cuadrados de piel de bota Doctor Martens de color negro, ni mate ni brillante. Y ya metidos en materia, también se dispuso, esta vez a propuesta de su prima Natalia, a ver el insufrible vídeo ‘artístico’ de la boda entre planos innecesariamente alargados de flores del parque y de horteras sombrillas estilo victoriano. Nada, Ingrid parecía no haber actuado en aquella película: no estaba entre los presentes en la ceremonia religiosa, tampoco había bailado mientras el fotógrafo – el nieto de Honorio, el retratista, el que había inmortalizado a la abuela Dolores…el que había muerto en la Guerra Civil, en el frente de Aragón – grababa el vals que iniciaba el baile nupcial; su sitio en una de las mesas de invitados se presentaba vacío ante la videocámara cuando estuvieron tomando planos de todos y cada uno de los invitados al banquete. Daba la impresión de que Ingrid se había ocupado con extrema precisión de no dejar pruebas de su existencia hasta ese momento.

Aquello ya no daba para mas, con lo cual se despidió de Natalia y del marido de ésta envuelto por la cortina de humo formada por frases supuestamente efusivas del tipo “a ver si vienes a vernos más a menudo, que parece que no tienes primos…” Al entrar en casa de sus padres llegó a una firme determinación: “Paso. Desisto por completo; ya no pienso indagar más… Si ella mató a Javi, que sobre su conciencia recaiga su muerte, y si no lo hizo… ¿qué hostias hago yo entonces perdiendo el tiempo con estas pijadas, si dentro de nada comienzan lo exámenes…?”.

Si una persona no cree en la existencia de ningún dios, ni en ningún otro tipo de superstición, ni en nada que se salga lo más mínimo de la línea impuesta por las leyes de la ciencia, entonces no puede seguir buscando soluciones cuando cada paso dado, en vez de ir respondiendo lógicamente al planteamiento inicial, genera por sí mismo montañas y más montañas de enormes interrogantes. “Mejor no saber, no ver, no oír, no hablar más… Sigo con mi vida, como siempre, y puede que algún día, cuando menos las necesite, lleguen hasta mí las respuestas a tanto embrollo”, se dijo Pedro a sí mismo la misma noche en que regresó de su pueblo, tras haber visitado, sin resultados evidentes, a sus primos, y antes de ponerse a estudiar duramente para un examen final de Sintaxis Generativa Transformacional de cuarto curso de Filología Inglesa.

La expresión de la abuela Dolores parecía haber cambiado, parecía incluso más serena, más segura de sí misma que antes… pero se trata de una simple fotografía pegada en la pared de un cuarto en penumbra, y Pedro no se dejará nunca llevar por ese tipo de impresiones. Puede que no le den más que miedo… puede que, de todas formas, la verdad no esté ahí fuera…

… DE LA VIDA LIII…

LIII.

No he preguntado a nadie, porque me tomarían por loco. Después de transcurridos unos días desde mi particular periplo investigador, y tras dejarme arrastrar por la corriente del no-quiero-ya-saber-nada-más-del-tema, reencontré la hoja número nueve del libro de Salman Rushdie, la que había encontrado en el interior de la guantera de aquel coche. La había guardado posteriormente en el cajón de mi mesilla de noche – el día aquel en que desapareció de mi vida la foto de Ingrid, la única que podría haber mantenido intacto mi recuerdo sobre ella; me refiero al recuerdo físico: de sus rasgos, de su tipo, de su mirada… es como si se fuesen difuminando en mi interior con el transcurso del tiempo… – Y entonces vi la luz y, ayudado invisiblemente por los ‘monstruos de mil cabezas’, me di cuenta de que aquella hoja había sido arrancada de mi libro, de mi propio ‘Midnight’s Children’; no necesitaba ningún tipo de comprobación, tan sólo rescaté aquella hoja apergaminada del interior del cajón de mi mesilla, deshice todas sus dobleces con un cuidado extremo, como si estuviese planchando la mejor de mis camisetas, y me dirigí hacia la estantería en la que voy acumulando todos y cada uno de los volúmenes de mi particular biblioteca… y la hoja perdida regresó, al fin, a su morada.

Cuando disponga de más tiempo, es decir, después de los exámenes, creo que me apetecerá releer esa novela. No es que lo vaya a hacer con el afán de descubrir leyendo entre líneas sin fin la pista definitiva, la que me diga: esto sucedió así y por estos motivos. No… Recuerdo que, en su momento, cuando la tuve que leer para la asignatura de Literatura Inglesa del Siglo XX – no sé yo qué cojones tendrá Rushdie de inglés, aparte de escribir en tal idioma – me gustó muchísimo, la disfruté con todo el placer que la obligatoriedad puede otorgarle a la lectura. Por ese motivo pienso volver a leerla, porque me da la impresión de que ahora sí que la disfrutaría en toda su plenitud y sin tener que estar pensando continuamente qué coño de parte de aquella larga novela me podría caer en el examen.

¿Cómo pudo llegar esa hoja hasta donde llegó? Sólo se me ocurre una palabra: Ingrid.

Yo nunca subrayo mis libros cuando los leo, ni aunque tenga que recordar luego algún párrafo o alguna de las palabras clave. Siempre que tengo que utilizar algún extracto de un libro, lo que hago previamente es apuntar en mi cuaderno de notas todo lo que necesite…

… ‘But for every snake, there is a ladder’ (pero para cada serpiente hay una escalera), citando una de las frases que recuerdo haber escrito en mi cuaderno de notas; expresión que luego utilicé conscientemente en el examen cuando se nos pidió explicar ‘el realismo mágico’ en ‘Los Hijos de la Medianoche’. Y es verdad, ahora sé que todo eso es verdad. Lo que sucede y lo que no sucede, lo que vivimos y lo que imaginamos; todo, absolutamente todo, forma parte de nuestras vidas. Imaginaos por un solo instante que fuésemos capaces de recordar todos y cada uno de los momentos que hemos vivido, desde el momento en que vemos como las manos del médico, de la comadrona o de lo que fuese, nos saca del vientre de nuestras madres hasta el momento presente… El presente, he dicho ‘el presente’… y no intentéis atraparlo, ya que él siempre gana, siempre nos supera y se escapa de nuestro lado, como hizo Ingrid… como haremos todos.”

… DE LA VIDA XLIII…

XLIII.

– Entonces, ¿te dejo en casa? – preguntó Fernando a Pedro desde su posición de conductor.

– No… Creo que voy a irme para el antiguo, a tomarme un par de jarras de Guinness. Las necesito. Oye, ¿por qué no te apuntas?

– No sé, debería estudiar algo hoy, que llevo una temporada de lo más ocioso; además, tengo que poner al día montones de apuntes…

– Venga, Fernando, tío… No seas agonías. Vamos a bebernos unas cervezas en honor de mi amigo Javi.

– No me tientes… no me tientes…

– Tentado estás… Joder, tío, que tienes tiempo de sobra: todo el fin de semana que viene, todas las mañanas… que por un día o dos que no estudies…

– Vale, vale, me has convencido, pelma incitador…

– ¡Ahí está mi Fernando!… No es por fastidiarte, (porque ya sabes que me interesa que tengas buenos apuntes, que a ver si no quién me los deja luego); es por no beber solo, que eso deprime mogollón: acabas como cualquier borracho solitario…

– ¡Vaya morro que le echas!

Sí, desde luego apetecía; después de dos días duros, dedicados exclusivamente a Javi, no quedaba más remedio que emborrachar la mente para, de esa manera, empezar a vivir y mamar del recuerdo del amigo muerto y enterrado.

Aparcaron el coche en el Campillín, donde la primeras putas del día comenzaban a contonearse frente a cada uno de los coches que por allí pasaba. Acto seguido, Fernando avisó a sus progenitores a través de la correspondiente llamada telefónica; hecho que de por sí sorprendió un poco a Pedro, acostumbrado ya a hacer todo lo que le viniese en gana sin necesidad de justificarse ante ningún mando superior, genealógicamente hablando, claro.

Comenzaron la ronda en el ‘Cecchini’ al ritmo que marcaba la voz de Paul Weller y sus Jam, ‘In the City’, muy apropiado, para luego ir subiendo desde la Calle Oscura hasta la Calle Mon.

Todavía era demasiado temprano… en todos los aspectos: las nueve y diez de la noche, un día de semana… Poca gente, sólo los habituales, visitaba los bares del casco viejo, y ni siquiera habían abierto el ‘Channel’. Al acabar su quinta cerveza, el estómago comenzaba a pedir a gritos algo sólido para calmar sus ansiosos jugos gástricos, hartos ya de asimilar tanto lúpulo… porque si al final no quedaba más remedio que vomitar, al menos que hubiese algún alimento digerido que poder expulsar. Fernando propuso ir a comer unos pinchos a la zona del Rosal, algo que a Pedro le pareció perfecto: uno de pollo, otro de tortilla, uno más de lomo… o puede que vegetal (pero vegetal anti-vegetariano, es decir, con su correspondiente rodaja de jamón cocido), regados todos con un buen vino, esta vez de Rioja, ya que no tenían vino del Bierzo en el bar… ellos se lo perdían.

Fernando, poco acostumbrado al efecto euforia que provoca el alcohol antes de haber abusado para dar paso a una fase etílico-incontrolada, decide que tiene ante sí la oportunidad que tanto anhelaba desde hacía ya dos años… “Ahora o nunca”, piensa mientras su amigo regresa a la mesa después de haber ido a sacar tabaco de la tradicional máquina de ‘su tabaco, gracias’.

– Oye, Pedro.

– Sí, dime

– Hace tiempo que quería comentarte una cosa que me ronda por la cabeza…

– Soy todo oídos.

Fernando coge un cigarrillo del paquete de ‘Marlboro’ que Pedro acaba de dejar sobre la mesa; lo enciende… su mano derecha muestra un ligero temblor nervioso del que Pedro ni se percata…

– … Es que estoy un poco nervioso: es la primera vez en mi vida que hablo sobre esto…

– Nada, hombre, fuma, que tampoco será para tanto.

– ¡Es que sí que es para tanto…!

– Joder, empiezas a preocuparme. ¡Dispara ya, cojones!… que somos amigos… tú también me escuchaste en su momento, ¿no? Pues eso, ahora me toca a mí.

– Está bien… Allá va; es algo que nadie sabe… o al menos eso creo yo… ¡Bah!, para que seguir con más rodeos: soy homosexual.

– ¿Y…?

– ¡Cómo que ‘¿Y?’…! ¿No te sorprende?

– ¿Y por qué tiene que sorprenderme? A mí los gustos sexuales de cada uno me traen sin cuidado… vamos, que yo respeto todas las opciones, quiero decir.

– Pero… ¿Qué es, que ya te lo sospechabas o algo así?

– Pues no, la verdad; nunca me lo había ni planteado de ti… tampoco te conozco hace tanto… Bueno, sí que te conozco de clase y esas cosas, pero no sé…

– Ya. Creo que lo entiendo: que yo era algo así como un ser invisible para ti, ¿no?

– Bueno… algo parecido… La gran masa está compuesta por seres invisibles, con los que te cruzas a diario, en la calle, en un bar… y a los que nunca recordarás conscientemente… Joder, luego ya conoces a mucha otra gente, a la que aprecias; pero amigos, lo que se dice buenos amigos, de confianza… pocos, muy pocos y escogidos. No te preocupes: no soy homófobo ni nada parecido. Podemos ser amigos sin ningún problema.

– Ya, amigos… sólo amigos, ¿no?

– ¡Uy, uy, uuuy…! Creo que sé adónde quieres llegar…

– ¿Y es terreno peligroso?

– No, peligroso exactamente no; mejor llámalo baldío, terreno baldío.

– ¿Baldío… ?

– Sí, eso: sin frutos que poder recoger en época de cosecha… ‘Wasteland’, ¿Leíste ‘Wasteland’ de T. S. Eliot el año pasado…?

– Sí, claro que lo leí. Era lectura obligatoria. Pero, ¿qué tiene eso que ver? Lo único que sé es que yo… yo… yo siento algo muy fuerte dentro de mí. Me da la impresión de que me estoy enamorando de ti.

– El único inconveniente es que a mí no me gustan los hombres. Puedo querer a un amigo… Quería a Javi… puedo llegar a tenerte un cariño especial… no sé… ¡Pero de ahí a que me llegues a gustar… ! Yo soy un heterosexual prototípico: se me van los ojos detrás de un buen par de tetas… ¿Entiendes, no?

– Sí, ya te dije antes que ‘entendía’…

– Joder, no me refiero a ese ‘entender’… Ahora va a resultar que te lo tomas a cachondeo.

– ¡Qué va! Nunca había hablado tan en serio… Lo que pasa es que estoy un poco borracho y se me va la lengua, sencillamente… La verdad es que es muy duro no asimilar bien lo que te ocurre… sobre todo cuando lo que te ocurre está tan en contra de lo que te han enseñado… lo llegas a pasar realmente mal, muy mal.

– ¡Pero si a ti no te ocurre nada, joder! Sólo tienes tus propios gustos sexuales, como todo el mundo… ¡Espabílate, que no eres ningún bicho raro, que no eres el único!

– Ya, ya lo sé… ¿Sabes?, lo más gracioso es que a mí me caen mal todas esas mariquitas que van de ‘locas’ por la vida, dando el cante, con todo ese plumerío…

– Pues a mí no me caen mal ni nada, ya ves. ¡Joder, que somos libres, tío… ! No seas cobarde… A ti lo que te pasa es que te dan envidia, puta envidia… ¿o no?

– … No sé… quizás tengas razón, puede que sea eso… Imagínate si se llegan a enterar mis padres… mis hermanos… pero sobre todo mi padre: el típico duro agente de policía fascista, racista y, sobre todo, homófobo hasta decir basta…

– ¿Qué? ¿Qué pasaría?… ¿Qué ibas a dejar de respirar así, de repente? Tú con esconderte en tu trinchera no ganas nada; al contrario, si sigues fingiendo toda tu puta vida seguro que hasta acabas casándote con una chica por complacer a tus ‘papás’… Tú sal del armario, tío, y si no son capaces de comprenderlo en tu casa pues no pasa nada, a otra cosa y ¡qué les den…!

– … por culo, ¿no?

– Sí, claro… supongo.

Llegados a este punto no pueden evitar las carcajadas que la última parte de la conversación les provoca. ¿Por qué razón Pedro evitó pronunciar la palabra ‘culo’? Es algo casi inconsciente; la educación tradicional amparada por los valores conocidos como morales se incrusta sin que nos demos cuenta en nuestro subconsciente, y a la mínima de cambio aflora, sube hasta nuestra superficie y nos acaba delatando sin nosotros pretenderlo. Pero no hay que preocuparse, tan sólo ser natural y ser consecuente con lo que uno dice. Pedro no puede mostrar ningún rasgo de su personalidad que, en principio, ofenda a un homosexual, debe ser políticamente correcto – el mundo anglosajón que nos invade irremisiblemente… ¡Qué tontería! ¡Como si no fuera ya suficiente con la moral cristiana, para tener que sufrir además la imposición de lo ‘políticamente correcto’! Gilipolleces. Pedro sabe perfectamente cuáles son sus verdaderas ideas al respecto; pero esa actitud tolerante, comprensiva, no evita que en otros contextos pueda llegar incluso a reírse de chistes sobre maricones, y a veces hasta contarlos sin tener porque sentirse posteriormente como un ogro come-mariquitas, como un hostigador de seres que no cumplan con la ‘establecida normalidad’. La realidad es la que es; podemos cambiar ciertas formas de intransigencia, pero sin la necesidad de llegar a extremos fundamentalistas.

Fernando, a pesar de las calabazas recibidas, se siente a gusto hablando con Pedro. De antemano sabía que la respuesta de Pedro iba a ser negativa, lo que ya no tenía tan claro era cuál sería la reacción global de su amigo ante su repentina confesión… Y la reacción parecía positiva, tan positiva incluso que su nivel de esperanza con respecto a un posible romance con Pedro no había menguado ni un solo ápice.

– Fernando, ¿tú conoces a Samuel?

– ¿El de Filología?

– Sí, el del grupo de la mañana… Pues él tiene una teoría: dice que todos los hombres somos homosexuales… Él lo es, por supuesto.

– Vaya bobada…

– Me contó que si él me la llegase a chupar o si me hiciese una paja, yo me correría de la misma forma que con una tía; luego me metió otro rollo sobre que si al hacer el coito anal, el que recibe siente un placer similar al orgasmo dependiendo de como se la meta el otro, que si llega a rozar con la próstata o no sé qué rollos puede llegar a correrse… A mí me parece todo un poco exagerado, ¿no crees?

– No tengo ni idea… Digamos que yo soy homosexual… platónicamente hablando, nada más.

– ¿Cómo… ? ¿Qué eres virgen? ¿Quieres decir que no has… ?

– Efectivamente: ni con tíos ni con tías… Nada de nada, excepto pajas, claro.

– Entonces tú todavía eres asexual, no homosexual…

– No sé, me da un poco de miedo probarlo… aunque no dejo de tener mis fantasías sexuales, por supuesto.

– Pues ¡hala!, a recuperar el tiempo perdido a partir de hoy mismo… no sé, vete a un bar de ambiente y ya verás como ligas, que estás bastante bueno…

– Hombre, muchas gracias por lo de ‘bueno’…

– ¡No, no, a mí no me mires así…!, que yo ya te he dicho que sólo me gustan las mujeres.

– Ya, por mi parte eso ya está asumido… pero es que tú me gustas un montón y no lo puedo evitar… … Ya, ya, no pongas esa cara, que me conformo con que seamos amigos.

– ¿Qué cara he puesto?

– No sé… un gesto raro, como de rechazo ante la idea de…

– … de hacérmelo contigo… o con cualquier otro tío. Joder, es que no estoy preparado; vamos… que no me atrae sexualmente ningún hombre… pero nunca se puede descartar nada en esta vida: igual algún día, por curiosidad, pues voy y lo pruebo… Desde luego no contigo, que no tienes ni puta idea… ¡Virgen a estas alturas… y con veintidós años…! ¡Ya te vale, tío! ¡Vaya un mal rollo…!

– No te preocupes, que lo intentaré al menos…

Esa noche agarraron un buen pedo, como dos buenos amigos que hace poco que se conocen y tienen mucho que aprender el uno del otro. Pedro, más acostumbrado a noches en vela de alcohólica bacanal, tuvo que ejercer como enfermero para con Fernando, y llevar el coche hasta casa de su amigo, aunque, eso sí, después de interrogarlo durante tres cuartos de hora hasta que por fin pudo Fernando vocalizar mínimamente su dirección. En ningún momento se le pasó por la cabeza dejarlo allí tirado, que eso no se hace nunca con un amigo.

… DE LA VIDA XXIX…

XXIX.

Pedro había estudiado casi sin pausa hasta las siete de la madrugada. Su primer maratón como estudiante universitario ante la inminente cercanía de un examen parcial de Crítica Literaria dejaba un poso de satisfacción en su conciencia, un poco atacada ya por la intensa acumulación de hojas y más hojas de apuntes sin revisar.

Dormía profundamente hasta que Carlos, el madrugador justiciero, se encargó de despertarlo a voces a eso de las once y cuarto de la mañana. El cartero acababa de depositar una carta en el buzón del 6º C del 36 de Fray Ceferino. Carlos, con la ilusión que tenía por recibir carta de alguna de sus muchas conocidas, bajó raudo y veloz a abrir esa pequeña caja de las sorpresas. Pero la misiva no estaba dirigida a su nombre, con lo que, después de maldecir inútilmente al mensajero, subió a casa.

– ¡Pedro! ¡Pedroooo…! ¡Despierta, que tienes carta de una tal Ingrid! ¡Qué callado te lo tenías, eh cabrón!

Pedro, el previsor, cuando se iba a dormir echaba el cerrojo en la puerta de su habitación. Se había decidido a colocarlo por culpa de las bromas etílico-festivas que solían gastarle sus compañeros de piso a horas más que intempestivas. Sirva como ejemplo una en la que, en plena actividad sexual con una chica a la que había conocido en una fiesta organizada por los estudiantes de Biológicas, cinco energúmenos – entre los que se encontraban Carlos, Andrés e Iñigo, que, se supone, convivían con él – invadieron sus aposentos abalanzándose seguidamente sobre el lecho en el que retozaban sudorosos los dos amantes. Por supuesto, la chica huyó despavorida, no sin antes escuchar toda una sarta de improperios propios de machitos borrachos ante la visión de una mujer desnuda.

– ¡Abre la puerta y recoge tu correo!

No hay respuesta, todavía.

– Vale, pues entonces voy a avisar a Iñigo, y nos vamos a leer la carta los dos juntos.

En ese preciso momento, Pedro abre los ojos, salta de la cama, y corre instintivamente hacia la puerta de su habitación. Ni siquiera se molesta en cubrir su trempada mañanera; (Pedro duerme desnudo desde el día en que leyó en una de esas revistas pseudocientíficas que el dormir con los calzoncillos puestos puede provocar impotencia debido a la presión que estos pueden ejercer sobre el pene erecto.)

– ¡Trae aquí esa carta, mamón!

– ¡Hostia! ¡Iñigo, Iñigo… Ven, mira a este por ahí en pelotas y además empalmao! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, jaaaa!

La persecución pasillo arriba finaliza con Pedro encima de Carlos luchando por cobrar su trofeo, la carta de Ingrid, su Ingrid, que no le escribía desde hacía ya casi dos meses.

– ¡Iñigo, corre, tío, que éste me va a violar!

Iñigo responde presto a la llamada de socorro y, al llegar, no puede contener las carcajadas ante semejante cuadro. Se apresura a ir a por su cámara de fotos; regresa, encuadra con rapidez, y plasma la escena en el número quince de su carrete.

– Esta la amplio. O mejor, hago un póster y así lo puedo pegar en la pared de la cocina, junto al de Marta Sánchez en bolas… Vaya parejita…

Lo que hay que aguantar por conservar un mínimo de intimidad. Pedro se fue malhumorado a su habitación a leer tranquilamente la carta.

“Lo de siempre, reflexiones extrañas enmascaradas en una difícil historia. Que si perdón por no haberte contestado antes a las últimas cartas… y al final, en el posdata, la sorpresa: ¡viene este fin de semana a Oviedo, a pasar unos días conmigo! Joder, que el lunes tengo examen… Y ahora me toca hacer de cicerone para Ingrid. Bien pensado, que le den al examen. Esto hay que celebrarlo… ¡Madre mía!, miedo me dan estos, pánico absoluto. No me va a quedar otro remedio que hablar con ellos, explicarles el asunto, y espero que así se comporten mínimamente”.

Desde la excursión a Madrid que el año anterior habían organizado los de COU – Pedro al frente como gran instigador – no había vuelto a verla. Además en aquella ocasión sólo pudo estar con ella dos horas, dos míseras horas que cundieron poco, muy poco, que había que volver raudos para el pueblín. A punto estuvo Pedro de pasar del autocar, de no regresar al Palacio de Congresos y Exposiciones, donde todos habían quedado a las once en punto. Incluso tenía la excusa pensada y elaborada: “yo había entendido que en el Congreso de Diputados”, diría compungido al llamar por teléfono a sus preocupados padres a casa. Pero Ingrid no pareció dispuesta a quedarse con él; tenía cosas que hacer, sin más explicaciones. “Tengo cosas que hacer, tengo cosas que hacer… ¿Tengo cosas que hacer?”, iba musitando Pedro en el taxi que le llevaba al lugar de reunión con sus compañeros. El atónito taxista no cesaba de mirarle por el retrovisor, que hay mucho pirado suelto por ahí, y Pedro tenía todos los boletos para resultar uno de ellos. En cualquier momento sacaría su recortada y ¡pum!, al carajo con todo. Ambos despertaron de sus ensoñaciones al ver el autocar color sepia matrícula LE – 0789 – E aparcado frente al Palacio de Congresos y Exposiciones.

En dos días Ingrid estaría en Oviedo, hecho que no podía ni imaginarse hace tan sólo dos semanas, o meses, incluso años. Pedro comenzó a planificarlo todo detalladamente: “quedaré con Silvia y Marta, con la pandilla de clase. Verá que amigos tan enrollados tengo. ¡Ah!, y tengo que pillar costo, algo de coca, alguna pastilluca… Pero ando un poco mal de pelas. Tendré que llamar a casa y contarles un bello cuento”.

… DE LA VIDA XXII…

XXII.

“Hoy no pienso salir. Toda esa pila de apuntes sin poner al día remuerde mi conciencia; no lo puedo evitar. Joder, es que no estoy dando ni golpe. Por otro lado, así también puedo ahorrar un poco de pasta, que estamos a mediados de mes, y la paga está tocando fondo. De momento voy a poner a los Pixies: ¿’Doolittle’?; no, no, mejor el ‘Surfer Rosa’. Eso es. Pero hoy prefiero empezar por la cara B del vinilo. Abro la ventana de par en par, enciendo un cigarrillo y disfruto del momento… ‘Where is my mind? (¿Dónde está mi mente?) Joder, vaya una preguntita. La mía viene conmigo siempre que puede, ya que en ocasiones se desliza sutilmente fuera de mi cráneo, y se va a dar una vuelta por otros lares. Estaría bien eso de poder desdoblarse, crear un clon tuyo cuando te apeteciese… por ejemplo ahora, en este mismo instante. Doy a un botón… en mi ombligo, sin ir más lejos, y ¡zas! Ya somos dos Pedros Frade Antón. Uno se queda a estudiar, y el otro se va por ahí de marcha. ¡Qué de puta madre!… Lo jodido sería la consiguiente maniobra de fusión de los dos en uno solo, y ¿quién me dice a mí que, una vez que ya somos dos, no podemos seguir creando más y más clones? Y, al reunirse, ¿cuál de los dos prevalecería? Porque si me paso toda la noche estudiando, y luego, al día siguiente, tengo resaca y no me acuerdo ni de un puto folio… O no, quizás recuerde toda la Historia de la Gran Bretaña y se me olvide lo que hizo el Pedro que salió toda la noche. ¿Quién me dice a mí que no ligó, que no folló con una hembra de la hostia? No, si lo mejor será que me quede yo solito, y que llegue a una decisión bien meditada… ¡Ya está! Me quedo, pero ya no me apetece seguir oyendo a los Pixies; mejor pongo algo de clásica y así me voy centrando, que si me pongo a seguir las canciones luego no estudio un pijo”.

– ¡Eh, tío, no quites esa música, que mola un huevo!

– ¡Hostias! ¿Quién grita por ahí? Pero… si han salido todos, estoy yo solo en el piso. ¡Ah!, claro, la ventana, que sigue abierta.

 ¡¿Quién acaba de gritar?! ¡Da la cara!

– Soy yo. Perdona, es que estaba aquí leyendo y, como hace bastante calor, abrí la ventana, y oí tu música. Me gustó y la estaba siguiendo. Fue un impulso repentino, lo del grito, digo.

– No pasa nada, tío. Oye, si te apetece, te invito a un café y ponemos más música de los Pixies. ¿Los conoces?

– De acuerdo, no tengo nada mejor que hacer… y no, no sé quiénes son esos.

– Hombre, pues muchas gracias.

– ¿Por?

– Por no tener nada mejor que hacer.

– ¡Ah! Joder, es eso. No intentaba ser irónico, me sale así, sin querer.

– Bueno, anda, vente para acá. Este es el 6º C y yo soy Pedro.

– Y yo me llamo Javi, vivo en el D, y llegué de Madrid con mi familia hace tres semanas.

… DE LA VIDA XV…

XV.

“Hoy he pasado mi primer día en Asturias. He buscado piso, lo que me ha llevado casi todo el día. El piso está bien, me gusta mi habitación: amplia, no da a la calle, ¡pero sí que tiene una cama de matrimonio para mí solo! Ni siquiera he deshecho aún las maletas, y eso que aquí empieza a oler a chorizo que tira para atrás. Me da igual. Mis compañeros de piso parecen majos; tendré que ir tanteándolos, no quiero yo problemas de convivencia, aunque, eso sí, cada uno a lo suyo.

Sólo he pegado en la pared una vieja foto de mi abuela Dolores. ¡Qué guapa era! Murió joven, en la plenitud de su belleza, aquí en esta misma ciudad.

Abuela Dolores, estoy aquí; vengo a rescatarte, a salvar tu espíritu de las cadenas del tirano. ¡Salve al pueblo soberano que lucha por derrocar al tirano!

Mañana comienzo las clases, y todavía no sé cómo se llega a la Facultad de Filología; pero no pasa nada, ya le preguntaré a alguno de éstos, que ellos sabrán el camino ya que llevan viviendo aquí tres años.

Esta misma noche – dentro de un rato, para ser exactos – quieren sacarme por ahí de copas. Pues nada, habrá que estrenar mi nueva ciudad.

¡Hola, Oviedo! Ya estoy aquí; me tienes en tus entrañas. ¿Acaso me esperabas?”

Este fue el primer y último día que Pedro escribió algo similar a un diario.

La hoja reposaba plácidamente dentro de una carpeta clasificadora con las tapas verdes, entre muchas de las cartas que Ingrid le había escrito, todas ordenadas cronológicamente, leídas y releídas en multitud de ocasiones de autocrítica depresión, incluso subrayadas en un vano intento de buscar indicios, señales que pudiesen mostrar algo más que una simple, aunque sólida amistad.

… DE LA VIDA… VI

VI.

      Las dos gramáticas yacían inertes sobre el asfalto. Comenzaban a formarse grandes charcos, y las hojas se iban empapando con el agua de lluvia. También había nacido un pequeño reguero que se acercaba sin remisión a la obra de Chomsky. Poco antes de que el agua terminase por estropear definitivamente la teoría generativista transformacional publicada por el “M.I.T.” (Instituto de Tecnología de Massachussets) en 1986, unas manos recogieron del suelo los dos volúmenes. Un chico de unos veintidós años, muy extrañado, pasaba las hojas mojadas de ‘Barriers’. “¿Qué coño hacía esto aquí tirado?”, se preguntaba sin poder salir aún de su asombro, hasta que un papel plastificado apareció al pasar de la página 34 a la 35. “¡Anda!, si es el carné de la Facultad de Pedro. Además, estos libros son de la Biblioteca…¡Y tenía que devolverlos hoy!”. Automáticamente, Fernando dirigió sus pasos hacia el piso de Pedro para devolverle los dos libros y el carné. Había dejado ya de llover, y el aire olía a limpio. “¿Era el 6º C ó el D?”, se preguntaba Fernando. Pedro vivía en la calle Fray Ceferino, en el número 36, y el piso, efectivamente, era uno de esos dos, el 6º C.

      Fernando era un compañero de clase de Pedro. No es que fuesen muy amigos, pero se llevaban bien, lo justo para soportarse mútuamente. Fernando era el típico chico serio y responsable, siempre yendo todas las horas, tomando apuntes, y atento a todo lo que allí acontecía: poco durante las clases, y cosas más interesantes en los cambios de clase y en las horas libres. A Fernando le gustaba mucho Pedro, en todos los aspectos; le fascinaba su seguridad y su aire de autosuficiencia, siempre llevando las situaciones como un auténtico líder, pero líder innato, no por imposición externa. Procuraba acercarse a él entre clase y clase, aunque rara era la vez en que Pedro aparecía por la facultad. A Pedro le interesaba también Fernando: tenía muy buenos apuntes, y era de conveniencia tener a mano algún panoli al que pedírselos prestados para fotocopiarlos cada quince días, día más día menos. En la vida, al final, todo se reduce a un simple trueque.

      Ahora Fernando se sentía bien, iba a hacerle un gran favor a Pedro. Se lo imaginaba desesperado, sin poder recordar dónde habría dejado los dichosos libros. Una leve sonrisa delataba su eufórico estado.

      Concluido el camino, apoyó con fuerza la yema de su dedo índice contra el botón que indicaba el piso 6º C. Nadie contestaba. Fernando siguió insistiendo hasta que alguien con una voz como surgida de la profundidad de las cavernas, y de muy mala gana contestó: “Joder, ¿quién hostias llama?”.

– ¿Está Pedro?

– Sí, soy yo. ¿Qué pasa?

– S-so-soy Fernando, el de clase. ¿Me puedes abrir?; es que te traigo los libros de Generativa de la Biblioteca. Estaban tirados en el suelo cerca de…

– ¡Me cago en la hostia! Ni me acordaba ya de los putos libros. Anda, te abro, sube.

     Fernando subía en el ascensor enmascarado por un grave gesto de preocupación. Nunca había notado que Pedro tuviese tan mal humor – bueno, serio siempre se lo había parecido, pero con un punto de seriedad que le otorgaba cierto atractivo, y hasta cierto sentido del humor -. Quizá le estaba sucediendo algo que lo conducía irremisiblemente hacia ese estado de malhumor.

      Sólo había estado un par de veces en ese piso, en dos fiestas en las que casi nadie le había hecho el más mínimo caso, aunque él se conformaba estoicamente con que Pedro le hubiese invitado.

      Llegó hasta la puerta y, antes de que timbrase, Pedro abrió la misma, dijo un simple “pasa, Fernando”, para luego encaminarse pasillo arriba en dirección a su habitación. Fernando le seguía, intuyendo que debía seguirle, sin más. Entraron en una habitación espaciosa, empapelada con carteles de conciertos de grupos de pop y de rock y, sobre todo, desordenada hasta el infinito. Sonaba una música, quizá demasiado alta y estridente para el gusto clásico de Fernando, aunque de pura felicidad comenzó a seguir el ritmo moviendo el dedo índice de su mano derecha contra la parte exterior de la tela vaquera que cubría su muslo derecho. Él no lo sabía, pero era la voz australiana de Chris Bailey, líder de The Saints cantando “Know Your Product” (Conoce tu producto, como si fuese una premonición punk de los 70.) Fernando además observaba todo con extrema curiosidad, y hasta le encontraba cierto encanto a aquel desorden tan caótico, pero tan atrayente al mismo tiempo.

Click to listen to Know Your Product by The Saints

Click to listen to Know Your Product by The Saints

      Pedro se había sentado en la cama, tenía algo entre sus manos, algo que no cesaba de mirar, algo que, para él, parecía ser lo más importante en ese momento.

– OYE, FERNANDO, ¿TÚ CONOCES A INGRID…? (ESPERA, QUE BAJO LA MÚSICA.) No, claro, ¡qué pregunta más idiota…! ¡cómo la ibas a conocer! Pero, ¿te he hablado alguna vez de ella?

Fernando negó con la cabeza mientras se sentaba en la única silla que pudo encontrar entre el caos de aquel cuarto.

– Ahí la tienes – dijo Pedro justo antes de lanzarle como si se tratase de un ‘frisbee’ la fotografía que tanto rato llevaba mirando. Fernando la atrapó al vuelo, la colocó al derecho, la miró intrigado, y se dispuso e escuchar lo que su nuevo amigo le tenía que contar.

… DE LA VIDA… IV

IV.

Los dos volúmenes de gramática se precipitaron contra el suelo, quedando uno de ellos abierto por el punto número siete: “Island Violations” (violaciones de una isla). De repente, como sacudido por una descarga, Pedro echó a correr en dirección a su casa. Tenía que comprobarlo, cerciorarse de si lo que acababa de recordar tenía sentido; había que encajar pieza tras pieza hasta que el puzzle pudiera completarse. No reparaba en el tráfico ni en los semáforos, tampoco en la gente que chocaba contra él, sólo imprimía más y más ritmo a su caminar mientras se repetía en voz baja, casi imperceptible, a sí mismo: “No; no puede ser, no puede ser. ¡¡Cagondiós!!”. Y comenzó a llorar justo en el mismo instante en que se oyó un trueno, al que siguió una tromba de agua de las que después se mencionan en las noticias: “Cuarenta litros por metro cuadrado ayer en Oviedo…”. El sabor salado de las lágrimas se podía distinguir entre los mares de agua de lluvia que se colaban por su entreabierta boca. Era el sabor de su propia amargura, de su sentido de culpa.

Abrió la puerta, entró en el portal; el ascensor estaba ocupado, con lo que, sin paciencia para esperar, corrió escaleras arriba hasta el 6º C. Ese era el piso en el que vivía, un piso de estudiantes lleno de cosas inútiles por todos lados, y sucio, aunque sin llegar al extremo de la inhabitabilidad. Siguió, a continuación, por el pasillo, abrió la puerta de su cuarto y, como poseído, se dirigió automáticamente al cajón de su mesilla de noche, lo desencajó de un tirón y lo volteó, cayendo así al suelo todo lo que hasta hacía un instante reposaba plácidamente dentro de él: condones, unos auriculares para sus ‘walkman’, un pin del Celta de Vigo, unas tiritas y una fotografía que quedó tendida boca abajo. “¡Aquí está!”. Pero Pedro frenó en seco su euforia, tomó aire unas cuantas veces, miró instintivamente al techo, bajó luego su cabeza y extendió su brazo derecho lenta, muy lentamente hasta que las yemas de sus dedos hicieron contacto con el frío papel de la fotografía. Con el índice y el pulgar la sujetó y la fue subiendo despacio hasta llegar a una altura en la que era posible distinguir con la vista aquella escena atrapada en un instante preciso de un tiempo ya pasado.

Cerró los ojos, sacó sus gafas del bolsillo interior de la cazadora, y se las puso con mucha parsimonia. Ya podía enfrentarse a la imagen: un chico de unos quince o dieciséis años, con una 0 army_07expresión un poco bobalicona y vestido de manera elegante, pero con un gusto horrible, y a su lado, una chica morena, luciendo un extraño corte de pelo, unos tejanos negros ajustados y,
cubriendo sus pies, unas Doctor Martens de un burdeos muy brillante; ambas miradas cristalinas, acompañadas de sendas sonrisas que delataban un estado algo más que ebrio. Pedro clavó sus ojos en aquella chica, y así estuvo durante casi diez minutos hasta que se dejó caer a plomo sobre la cama, sin hacer desde hacía doce o trece días. En el patio de luces sonaba ahora una canción. Era “Maid of Orleans” de Orchestal Manoeuvres in the Dark. Justo lo que le faltaba.

“She cared so muuuuuuch, she offered uuuuup her bodyyyyyy to the graaaaaave”

(Le importaba tanto, que ofreció su cuerpo a la tumba – a la muerte.)

Cubrió su rostro con las dos manos, en un gesto innato de desesperación, a la vez que comenzó a susurrar en un tono bajo e hipnótico: “Hostiaputa… Hostiaputa, ¿y qué hago yo ahora?… ¿Qué cojones puedo hacer?”.